lunes, 25 de febrero de 2013


Cien años sin democracia
Bernardo Bátiz V.
A
mediados de 1911, habiendo ya triunfado el levantamiento popular en contra de la dictadura porfirista y siendo presidente interino Francisco León de la Barra, se convocó a elecciones para renovar los poderes de la República y el 1° de octubre de ese año resultaron electos sin discusión alguna y por amplio margen, Francisco I. Madero como presidente y José María Pino Suárez como vicepresidente; efímeramente brilló en México la democracia.
Por vez primera en cerca de noventa años desde que se logró la Independencia, en 1821, se celebraban elecciones libres y en paz, en las que una parte muy significativa del pueblo participó con entusiasmo y confianza en el voto. Durante todo el siglo XIX, en medio de cuartelazos, motines, guerras extranjeras y domésticas, no hubo tiempo de consultar eficazmente la voluntad ciudadana; sí el pueblo no hace las elecciones, tenemos que hacerlas nosotros, expresó alguno de los políticos de esos años turbulentos.
Durante el gobierno de Porfirio Díaz no había realmente elecciones; se cumplía ciertamente con la formalidad: se convocaba a sufragar y se levantaban actas de cómputo, con firmas, sellos y demás requisitos, pero todo mundo sabía de antemano quién mandaba desde la Presidencia y quién distribuía los cargos.
Madero rompió ese esquema; inició su vida política en Coahuila a principios del siglo XX. Intentó ser alcalde jugando limpio y fue víctima de la imposición y el fraude. Fundó un partido Democrático Independiente y participó en 1910 como candidato presidencial, apoyado por cientos o quizás miles de pequeños clubes ciudadanos en contra de Díaz.
Su libro, La sucesión presidencial de 1910, una denuncia valiente, respetuosa y moderada, constituyó un quiebre en la forma de hacer política; discutir públicamente cómo prevenir y anticipar la sustitución del anciano presidente no era algo que se viera todos los días, y esa actitud lo llevó a ser el único candidato auténtico y popular y, a la larga, a la victoria.
Por lo pronto, el resultado de su quehacer en esas lides fue la cárcel en el Charco Verde de San Luis Potosí, luego su oportuna escapada a Estados Unidos y la promulgación del Plan de San Luis, con el que convocó a la revolución popular con el lema sufragio efectivo, no relección; pero el levantamiento, lento al inicio, era imparable. Don Porfirio dimitió y se fue al extranjero, se celebraron las elecciones, reconocidamente limpias, y parecía que la democracia entraba al país con el pie derecho.
Lamentablemente no fue así; a poco se repitió la mala costumbre de los cuartelazos y los levantamientos, y con la intervención de personajes tan torvos e irresponsables como el embajador de Estados Unidos, varios militares de segundo nivel y la traición de Victoriano Huerta, de un manotazo se interrumpió el gobierno legítimo. El 22 de febrero de 1913, hace 100 años, presidente y vicepresidente fueron asesinados (en el lenguaje de hoy se diría que fueron abatidos) y se interrumpió el ensayo democrático.
Para corregir el atropello y volver a la normalidad constitucional que había durado apenas unos pocos meses, Venustiano Carranza inició un movimiento armado, secundado en todo el país para derrocar al usurpador; a su triunfó logró un poco después, que un congreso constituyente promulgara una nueva carta magna, que es la que aún nos rige; sin embargo las malas prácticas continuaron y podemos decir que a la fecha, traicionados los principios revolucionarios, continuamos esperando que las elecciones en México sean libres, equitativas y respetadas.
Los sacrificios de Madero y Pino Suárez, que recordamos a 100 años de acaecidos, no fueron, sin embargo, estériles; la idea de que el sufragio debe ser efectivo quedó arraigada profundamente en el pensamiento del pueblo mexicano y aun cuando el prolongado periodo de gobiernos priístas y los 12 años de los panistas no han sido ejemplo de gobiernos democráticos, no se ha perdido del todo la vocación participativa de los ciudadanos y podemos decir que los vaivenes de la lucha política nos acercan y nos alejan sucesivamente al ideal maderista.
La democracia, como las monedas, tiene dos caras: por un lado se trata de que sea el pueblo el que elija a sus gobernantes, sin elecciones libres y limpias no hay democracia, pero por otro lado, tampoco la hay, cuando los gobernantes, electos o impuestos, gobiernan en favor de los intereses de una minoría; hemos tenido unos cuantos gobiernos democráticos, porque las elecciones en general, no son limpias ni creíbles, pero en ciertas épocas, sea como sea que los gobernantes hayan llegado al poder, algunos han procurado actuar en beneficio de la comunidad de ciudadanos.
El recuerdo de Madero, a 100 años de su muerte, debe servir para que se renueve la doble exigencia de que los poderes emanen del voto popular y luego, para que el gobierno procure por todos los medios, el bien común y no el de unos pocos.

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