Los catastrofistas suponen que al cumplirse el bicentenario y el centenario de las viejas revoluciones se producirá una nueva. Que cada 100 años hay en México un estallido. Esta teoría carece de seriedad. Sin embargo, valdría la pena vernos en estos espejos y constatar parecidos o diferencias.
La sociedad mexicana es hoy mucho más compleja e instruida y diversificada que a principios de los siglos XIX o XX. Sin embargo, tiene una característica negativa y grave: subsiste la desigualdad. Alejandro Humboldt escribió en 1803: "México es el país de la desigualdad. Existe una desigualdad tremenda en la distribución de la riqueza y la cultura". Por lo que toca al porfiriato, Daniel Cosío Villegas escribió: la lluvia de riqueza caía en el penacho de la pirámide y ahí se concentraba, descendiendo muy poco a la clase media y casi nada a las masas. Esa desigualdad no ha cedido en los últimos 100 años y parece agravarse. Seis millones de personas han pasado en 2009 a la pobreza extrema.
Estructura política. El Estado mexicano ha adquirido gran complejidad y poder en los últimos 100 años. Pero a la vez, como al final de la época virreinal y en las postrimerías del porfiriato, la estructura institucional está muy dañada y a veces parece en franco desmoronamiento. El poder efectivo del gobierno se ha debilitado frente a la oligarquía. Aquí hay un desagradable parecido con las situaciones antepasadas.
Modernizaciones fallidas. Tanto en 1809 como en 1909 y ahora, tres proyectos de modernización con tintes liberales han vivido su agonía. Las reformas borbónicas resultaron un fracaso, salvo para la corona y una estricta minoría de peninsulares y criollos. Las reformas del liberalismo positivista y darwiniano porfíricas significaron injusticias cada vez mayores. Nuestro neoliberalismo ha consolidado el poder de 30 grupos monopólicos que asfixian el desarrollo.
Hay una diferencia que no es favorable a nuestra época. No cabe duda, en el siglo XVIII la Colonia vivió un auge minero, comercial y agrícola. Durante el porfiriato se produjo un enorme progreso material que fue su principal timbre de orgullo. Es cierto, en 1808 y en 1908 se produjeron crisis agudas que generaron condiciones adversas y que abonaron el camino de la insurrección. Pero la crisis actual de México es de mayor profundidad (nos hemos desplomado hasta estar peor que ninguno de los países de América Latina). Y se ha prolongado 30 años con falta de crecimiento y concentración del ingreso.
Al vernos en los espejos distantes constatamos que las esperanzas de las generaciones anteriores parecen frustradas. No hay mucho que celebrar.
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