En La mafia que se adueñó de México… y el 2012, el reciente libro de Andrés Manuel López Obrador, el autor afirma que quienes impusieron a Felipe Calderón le achacan hoy el desastre: lo están exhibiendo como el único responsable, y añade: “han echado a andar una operación de recambio (…) que con el apoyo de los medios busca inducir la idea de que la solución (…) radica en el regreso del PRI”. El libro de AMLO resultó premonitorio. Un mes después apareció en Reforma un artículo de opinión de Claudio X. González Guajardo, presidente de la Fundación Televisa, quien a título personal condenó a Calderón al fracaso. El fulminante título de su colaboración degrada a Calderón: De Presidente de México a presidente del PAN (el autor es hijo de Claudio X. González Laporte, conocido asesor salinista, ex presidente del Consejo Coordinador Empresarial y consejero de innumerables empresas nacionales y extranjeras).
Calderón es un hombre valiente, pero lleno de obsesiones y prejuicios, comienza González Guajardo, fincando la valentía en el lugar común de la guerra contra el crimen organizado, algo que todos reconocemos como una de sus actuales obsesiones. La otra es ganar las elecciones de 2012. El autor interpretó puntualmente un fenómeno que se comenzó a gestar en Los Pinos, cuando la guerra contra el crimen organizado se convirtió inesperadamente en lucha por la seguridad pública. Muchos hicimos una lectura equivocada del cambio. Lo interpretamos como una estrategia electoral con miras al 4 de julio pasado, o simplemente como un reconocimiento del destino inexorable de una guerra imprudente, desatada sin objetivos claros ni estrategia de salida. González Guajardo, en cambio, atribuye la súbita retirada de la guerra contra el crimen a una acendrada debilidad personal del mandatario: el PAN y la política de oposición.
Cuatro años y 24 mil 800 muertos después, cansado de los molinos de viento del narcotráfico y cubierto con el polvo de la derrota, Calderón regresa al único puesto en donde se siente cómodo: la trinchera del PAN. Más que estadista, el artículo de González Guajardo reconoce en el mandatario a un arraigado hombre de partido, un acendrado político de oposición: es en la oposición donde Felipe Calderón funciona mejor.
Después analiza detenidamente la carrera del mandatario, desde que era un joven político, arrojado, idealista, perseverante, obsesionado con sacar al PRI de Los Pinos, hasta el momento actual, en el que su obsesión es ganar la elección de 2012. Muestra a un Calderón que durante el sexenio de Fox languidece en puestos administrativos, que sin ser menores producían magros resultados. Dice que al llegar la campaña presidencial de 2006, cuando regresa a la trinchera del PAN, le arrebata la candidatura a Creel, y luego la Presidencia a López Obrador. Arrebatar fue un verbo a la medida, usado deliberadamente por alguien que sin ser periodista ni hombre de letras lanzó esta lapidaria condena contra Felipe Calderón: es un árbol bajo cuya sombra no crece nada.
La sugerencia es que Calderón abandonó todo para regresar a dirigir las elecciones del 4 de julio, que según los oráculos de la política nacional serían la puerta para el 2012; regresó a dirigir las alianzas con el PRD (“César Nava no dirige nada –sentencia González Guajardo–, es el operador de Felipe Calderón”). Qué razón tenía López Obrador: los empresarios sellaron al mismo tiempo el rompimiento con Calderón y el compromiso matrimonial con el PRI.
Por otra parte, es un hecho que las experiencias de 12 años de panismo confirman su debilidad congénita para gobernar. Continúa siendo un partido que nació y se desarrolló oponiéndose al autoritarismo del PRI, ejerciendo la estéril brega de eternidad de fundadores que jamás se imaginaron despachar en Los Pinos. El dorado acceso al poder vendría mucho tiempo después, cuando el oportunista ranchero de Guanajuato arrastró el partido a Los Pinos, descansando en el hartazgo producido por los excesos salinistas, la incipiente apertura democrática, las contribuciones ilegales de los Amigos de Fox y la exitosa estrategia electoral de asesores estadunidenses.
González Guajardo termina con una frase que no deja lugar a dudas: “ha terminado la etapa de Felipe Calderón como presidente de México y comenzado (su) segunda etapa (…) como presidente del PAN. Lástima”. El regreso de Calderón a la dirección del PAN se confirma con los últimos cambios: la salida del vocero presidencial, Max Cortázar, para reposicionar la imagen del PAN; la salida de Fernando Gómez Mont, opositor de las alianzas, y la llegada de José Francisco Blake, un político desconocido, que administrará Gobernación mientras su jefe dirige de tiempo completo la campaña presidencial de 2012.
Analizando los factores que contribuyen a dejar un legado histórico, Luis Rubio (Reforma, 18/07/10) concluyó que trascienden aquellos presidentes que “construyen consensos (…) y saben )… cambiar de dirección”. El ejemplo usado fue Clinton. Tuvo, como diría el rector José Narro, visión del porvenir, en vez de la siguiente elección.
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