Carlos Fernández-Vega
En eso de la aberrante ley SB1070, más que suficiente espacio para los migrantes en la cárcel, como cínicamente garantiza el nazista sheriff de Maricopa, Joe Arpaio, la alternativa real para la paisanada que es víctima de la persecución racista en el vecino del norte debe ser suficiente empleo, alternativas y espacio para ellos en su propia tierra y en el aparato económico mexicano, porque la aplastante mayoría de los connacionales que arriesgan el cuero allá lo hace no por amor al arte, sino por mera sobrevivencia y perspectiva de vida ante el cúmulo de puertas cerradas en su casa.
Sin duda alguna es repugnante la citada legislación promulgada por el esperpento que dice gobernar Arizona (ley que ayer entró en vigor, aunque temporalmente la rasuraron) y en general el sistema de apartheid gringo, condenable por donde se le vea, pero no hay que perder de vista el origen de la masiva migración de paisanos al vecino del norte que ha convertido a México en el primer expulsor de mano de obra en el mundo, por arriba incluso de naciones tradicionalmente expulsoras, como China e India, de acuerdo con los informes del Banco Mundial.
En las últimas tres décadas todos los inquilinos de Los Pinos (de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón), con idéntico discurso, han prometido la inminente firma de un tratado migratorio bilateral. Todos fracasaron rotundamente, siempre en el supuesto de que su oferta pública y sus respectivas intenciones fueran reales. A cada pronunciamiento de los susodichos en torno a la defensa de los migrantes mexicanos, el primitivo gobierno de Estados Unidos ha respondido con un tramo adicional del ignominioso muro fronterizo, con un ley más que reprime a la paisanada, con el incremento de los elementos de la Patrulla Fronteriza, con otra vuelta a la tuerca del apartheid contra la raza de bronce.
En México, esos supuestos gobiernos defensores de los derechos de los migrantes no sólo actuaron en riguroso sentido contrario a su discurso, sino que estimularon la expulsión de mano de obra (Fox y sus jardineros, por ejemplo), toda vez que en ese mecanismo encontraron un filón de oro de dos vías: una inhumana, pero práctica, válvula de escape que aminoraba presiones sociales y laborales internas y el masivo ingreso de divisas, vía remesas, a la ineficiente, dependiente y lerda economía nacional (alrededor de 165 mil millones de dólares entre 2001 y 2009), cuya máxima oferta ha sido 2 por ciento de crecimiento como promedio anual, salarios de hambre, creciente pobreza y una espeluznante concentración del ingreso y la riqueza.
No es casual, pues, que tan sólo en los últimos tres lustros la emigración de mexicanos a Estados Unidos haya crecido 350 por ciento (en el caso concreto de mexicanos en Arizona el incremento, en igual periodo, ha sido de 570 por ciento), y a estas alturas más de 12 millones de paisanos viven y laboran en el vecino del norte (Centro Hispánico Pew), independientemente de los asentados con anterioridad. Para dar una idea de qué se trata, esa cifra es similar al número de trabajadores permanentes registrados en el IMSS al cierre de junio de 2010, equivale a 25 por ciento de la población económicamente activa en México y a 11 por ciento de la población total.
En tres décadas nada hizo el autodenominado gobierno mexicano por contener el río humano hacia Estados Unidos para ofrecer alternativas reales a quienes de plano no tuvieron otro remedio que la ruta del norte, pero eso sí el discurso oficial se mantuvo, al igual que la inmediata respuesta del primitivo gobierno gringo que se niega a sentarse para negociar un tratado migratorio bilateral (y el dócil gobierno mexicano acata sin más esa postura), por contundente, creciente y productiva que sea la presencia de mano de obra mexicana en la economía de aquel país.
Por ejemplo, todo se negoció (léase se entregó) en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, todos los aspectos de la relación bilateral (aunque se presuma trilateral) se incluyeron en este mecanismo, todo menos la migración y la participación, abierta y legal, de la mano de obra mexicana en el mercado estadunidense, porque los gringos no quisieron y la parte mexicana no insistió, si es que alguna vez en realidad consideró seriamente incluir este delicado tema. Con el TLCAN Salinas prometió el primer mundo a los mexicanos, y de alguna manera lo logró: después de su firma, 12 millones de ellos fueron expulsados por un modelo económico excluyente, y emigraron a Estados Unidos, independientemente de las terribles condiciones en que lo hicieron y se mantienen allá.
El gobierno estadunidense también promete, pero igualmente incumple. Hay que recordar que en tiempo de campaña electoral Obama ofreció trabajar afanosamente para sacar adelante una ley migratoria que beneficiara a las partes involucradas, y ha quebrantado tajantemente su compromiso, a pesar de que el llamado voto hispano contribuyó decididamente a su victoria. Lo mismo con Calderón, quien independientemente de su lerda reacción, en tiempos de campaña se comprometió a “insistir en un acuerdo migratorio sustentado en la protección de los derechos de la persona humana, así como en el reconocimiento a la aportación del trabajo de los migrantes a la economía receptora… Incrementar la cooperación bilateral analizando distintas opciones en materia migratoria, comercial y de seguridad, y promover un acuerdo migratorio, basado en programas de empleo temporal… Redoblar esfuerzos para garantizar la protección y el reconocimiento de los derechos de los migrantes en el exterior, y mejorar los servicios consulares transformándolos en verdaderos promotores de nuestras comunidades en el extranjero”, y casi cuatro años después ni quién se acuerde. En el mismo tenor se pronunciaron, en su momento, Fox y Bush, Zedillo y Clinton, Salinas y este último, y cuéntele para atrás e incluya a diputados, senadores y partidos políticos de ambos lados de la frontera.
Entonces, el gobierno gringo es primitivo, represor y racista, sí, pero el mexicano es el primer responsable por la expulsión de mano de obra. Cierto es que el de allá no puede negar una realidad contundente, la creciente presencia mexicana, pero el de acá tampoco puede fingir demencia ante la explosiva circunstancia económica y social que impera en el país, causante de la creciente salida de millones de paisanos.
Las rebanadas del pastel
Defiéndase a la paisanada, reclámese por el abominable racismo gringo, pero no hay que irse con la finta de que todo es producto de los primitivos del norte. La causa de la expulsión está aquí, y aquí también hay que exigir.
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