martes, 28 de diciembre de 2010

José Antonio Crespo ‘El Jefe’ Diego: especulaciones y futurismo


Felipe Calderón calificó de “rollo” el largo comunicado que enviaron a la opinión pública los plagiarios de Diego Fernández de Cevallos. Probablemente con tal descalificación Felipe pretende que restemos importancia al hecho de que el gobierno renunció a sus obligaciones elementales, “a petición de la familia” de Diego. El hecho mismo de que se dijera que la intervención oficial podría entorpecer las negociaciones y poner el peligro la vida de Diego es un reconocimiento de la ineptitud del gobierno en el tema de la seguridad pública: ¿es imposible intervenir, investigar y actuar sin poner en riesgo la vida del secuestrado? Entonces estamos ante un Estado inepto e ineficaz (semifallido, si se quiere).
El “rollo” de los secuestradores de Diego sugiere una organización armada con fines ideológicos. Muchos piensan que se trata de un ardid para confundir, que no es sino una organización criminal con propósitos estrictamente económicos, pero a la que conviene dar la imagen de una guerrilla. Si es así, o Diego no se percató en absoluto de esa situación (cosa difícil de creer, dado su colmillo) o aceptó hacer el juego a sus captores, validando las preocupaciones sociopolíticas que expresan en su alegato. Diego se dice incluso comprometido con sus plagiarios a luchar por la justicia e igualdad en México, él que tanto se ha beneficiado de las triquiñuelas legales y el tráfico de influencias. La dura experiencia lo habría sensibilizado en aquello que es el motor conductual del grupo que lo secuestró y obtuvo 30 millones de dólares por su liberación. Bueno, el escepticismo y sospechosismo se han apoderado de tal manera del ánimo nacional que muchos —particularmente la izquierda— piensan que todo fue un montaje para relanzar políticamente a Diego, y hacerlo un candidato competitivo a la presidencia. No me parece que sea el caso, y creo que Diego nunca quiso ser presidente, por lo cual menos ahora lo buscaría.
Diego pudo haber ganado la elección de 1994 tras el debate televisivo de ese año, pero se replegó alegando diversas causas (todas inverosímiles). Su misión entonces no era ganar la presidencia, sino mandar a Cuauhtémoc Cárdenas al tercer sitio, despejando el terreno a Ernesto Zedillo. Dijo al CEN del PAN que no era el momento para que el partido llegara al poder nacional, que había que esperar al 2000 dadas las complicaciones que enfrentaba el país. Los engañó; en realidad no quería ser presidente. En 1997 pudo haber sido el primer jefe de gobierno capitalino electo, pero alegó, para no contender, que a la “muchachada” no había que enviar el mensaje de que los partidos políticos sólo buscan el poder, y que como ya había competido en 1994 no convenía hacerlo por la capital. ¿Puede alguien creer eso? En 1999 pensaba que Vicente Fox sería un peligro para México. Tuvo razón. Pudo haber obtenido con facilidad la candidatura presidencial y ganar la presidencia en 2000. Pero tampoco quiso. Le gusta el poder, pero tras bambalinas o desde el Congreso, no con la responsabilidad directa de gobierno. Suponiendo que, pese a todo, contendiera en 2012, no sería para ganarle a Enrique Peña Nieto, de quien tiene excelente opinión, sino para detener a Andrés Manuel López Obrador, despejando el terreno al PRI como lo hizo en 1994.
Volviendo a sus plagiarios, supongamos que, en efecto, se trata de una organización ideológica, preocupada por transformar la sociedad, la política y la economía nacionales. Entre muchas otras cosas, dicho movimiento justifica el recurso a la violencia como un ingrediente de justicia. Quiso que el secuestro de Diego fuera tomado como “una demostración de que nadie, por poderoso que sea, puede ser intocable, una demostración de que con unidad de acción se puede doblegar la voluntad del enemigo y combatir la impunidad”. Es precisamente lo que sucede cuando impera la impunidad, cuando crímenes como los de los hijos de Isabel Miranda de Wallace o Marisela Escobedo son relegados por las autoridades, y cuando la búsqueda legal de la justicia lleva al asesinato de la señora Escobedo. Entonces más grupos e individuos pensarán que lo único eficaz será buscar justicia por propia mano, considerando la violencia —revolucionaria o no— como una vía legítima de justicia. Avanza el deterioro institucional.

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