Claudia Herrera Beltrán
Enviada
Periódico La Jornada
Lunes 13 de junio de 2011, p. 5
Stanford, 12 de junio. El presidente Felipe Calderón desvió la mirada de su texto y su rostro se ensombreció. Una avioneta ya arrastraba la manta con la frase en inglés “40,000 dead. How many more? (40 mil muertos. ¿Cuántos más?” El leve zumbido que hacía el motor de la aeronave mientras sobrevolaba el estadio de la Universidad de Stanford acompañó cada palabra del orador principal en la ceremonia de graduación de cerca de 4 mil estudiantes.
Fue el recordatorio de la campaña No más sangre (la tela llevaba el símbolo), los saldos de la guerra contra la delincuencia en México que el Presidente había defendió un día antes con vehemencia y que en su alocución de hoy ocupó tres líneas.
Ataviado con toga, al igual que los graduados y hasta los elementos del Estado Mayor Presidencial, para no desentonar, el mandatario mexicano había entrado al estadio de la universidad en un ambiente de fiesta.
Como preámbulo, los jóvenes habían desfilado en la llamada Procesión, ritual que les permite lucir disfraces. Algunos vestidos de bebés, de guerreros o de charros, posaban para sus familiares y amigos que desde las gradas los fotografiaban. Los integrantes del cuerpo académico cerraron la presentación, lo mismo que las autoridades que arroparon la llegada del presidente Calderón.
A los muchachos de la generación 120, según comentaba una profesora, no se les permitió ingresar pancartas de crítica al invitado, sino sólo se centraban en los tradicionales saludos a sus familiares. En marzo algunos habían expresado inconformidad, como María Mejía, que en el diario local El Mensajero había declarado: No admiro su lucha (de Calderón) contra la delincuencia.
John L. Henessy, rector de Stanford, dio una semblanza del Presidente, el séptimo orador internacional invitado, y resaltó como su virtud haber sabido enfrentarse a tareas sumamente difíciles. Desde que tenía 12 años, contó Henessy citando una nota del diario The New York Times, sorprendió a sus compañeros de clase porque, a diferencia de ellos, él dijo que iba a ser Presidente.
Y destacó la lucha emprendida por Calderón contra los cárteles que –dijo– lamentablemente ha tenido consecuencias en muertes. Resaltó que en su gabinete se encuentra la primera procuradora general que ha tenido el país y que ha fortalecido las relaciones con Estados Unidos. En su turno, Calderón exclamó entre aplausos: Señor presidente, la siguiente vez me voy a inscribir en Stanford.
En eso estaban cuando la avioneta modelo Piper, con el mensaje escrito en letras azules sobre una tela amarilla, asomó en el cielo. Rodeó una y otra vez el lugar, mientras las 6 mil personas congregadas en el estadio podían seguir la trayectoria de la manta, herramienta común aquí para la publicidad o para las declaraciones amorosas de los estudiantes.
El presidente Calderón siguió dando su mensaje en inglés, ya con el rostro desencajado. Se apegó casi en su totalidad al discurso preparado con anticipación –como dejó ver la traductora– para criticar el régimen autocrático de la era del PRI, ese que (enfatizó) masacraba estudiantes y desaparecía opositores antes de la llegada del PAN a Los Pinos.
Se escucharon algunos aplausos cuando contó que su padre, Luis Calderón Vega, le aconsejaba seguir en esta lucha, y cuando remarcó que en 2006 fue elegido Presidente contra todo pronóstico para dar paso a esta etapa de transformación democrática.
Pero a esa hora lo que parecía llamar más la atención era la manta que surcaba el cielo. Algunos levantaban la cabeza para seguirla. Con una cita de poeta griego Konstantinos Kavafis, el mandatario puso fin a su intervención y abandonó el lugar.
Se dio después una reunión a puerta cerrada con alumnos mexicanos de esta institución. Sus únicos acompañantes fueron su esposa, Margarita Zavala, y el embajador Arturo Sarukhán; ningún secretario de Estado lo acompañó en esta gira.
Cuando el estadio estaba casi vacío un profesor de origen latino decía que no le sorprendía esta manifestación de inconformidad. Muchos sí querían escucharlo, pero otros no, y tienen derecho a protestar mientras no se acerquen al Presidente. Y cumplieron; nadie se acercó. A muchos metros de distancia del orador la estadística roja del combate a la delincuencia dio vueltas.
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