jueves, 16 de junio de 2011

Navegaciones ---Algunas piedades-- Pedro Miguel

Empatía con quien padece; amor a asuntos y cosas sagradas; imaginería cristiana. Por rechazar los sentidos segundo y tercero, no pocos escépticos y ateos han repudiado la piedad en toda su riqueza de significados, han concluido que humilla al destinatario y han encontrado para ella un remplazo intachablemente secular, pero dudoso: solidaridad, que es buena y necesaria, pero que no quiere decir lo mismo. Qué tragedia para la ética. Agréguenle, a eso, la constante prédica mentirosa de papas, ayatolas y demás gestores religiosos, en el sentido de que quienes no queremos o no podemos tener fe en cosas sobrenaturales hemos de ser, obligadamente, ajenos a cualquier otra expresión de espiritualidad y hasta de moral, y que un mundo sin dioses acaba por convertirse en un burdel, en un matadero, en un inmenso mercado de ladrones, o en las tres cosas.

Tras la privatización de todo lo imaginable, el narcotráfico, el tráfico de personas y la guerra son las penúltimas consecuencias de las reglas del juego implantadas por el neoliberalismo: permiten enormes márgenes de utilidad, plazos vertiginosos de recuperación de la inversión, eliminación de los débiles y supervivencia de los más fuertes. En este mundo desvirtuado hasta esos extremos por la voracidad financiera y comercial, la piedad es necesaria, no sólo para restablecer los tejidos sociales desgarrados por la ambición y el saqueo extremos y para restaurar equilibrios sociales mínimos: si los jefes de Estado, los ministros de Hacienda y los titulares de Seguridad fueran capaces de ponerse en la piel del otro, tendríamos países más gobernables. Pero, como ya se sabe, la mayoría de quienes llegan a tales cargos vienen desprovistos, de fábrica, de sensibilidad para los otros y ostentan, en cambio, una hipertrofia, también genética, de la sagacidad que se requiere para trepar hasta la cúspide del poder, al precio que sea. En prevención de tales casos, la piedad debe ser ejercicio obligatorio del Estado y ha de consagrarse en las leyes la responsabilidad de la sociedad para mejorar la situación de sus integrantes más débiles. Los derechos a la alimentación, a la salud, a la educación de calidad, al trabajo justamente remunerado, a la vivienda, al transporte, a la cultura, al deporte, al esparcimiento, al agua potable y la energía eléctrica, al teléfono y a Internet, son, en el fondo, ejercicios sociales de piedad que deben conquistarse, preservarse y consolidarse, aunque a las derechas (por lo general tan pías, pero tan poco piadosas) les cague.

Ultimadamente, la piedad es también una práctica necesaria en lo individual, porque compartir el bienestar ajeno puede ser muy agradable, pero ser partícipes del sufrimiento de otros fortalece el espíritu, da propósito a la pulsación de la sangre y alivia la inquietud ante la nada y el sinsentido general del mundo.

No hay comentarios: