Al conjuro por sus muertos, oídos nombrar uno tras otro en caravana, despertó un arrumbado pero recio costado de la conciencia colectiva. Esa que encara de frente a la tragedia con arrestos de dignidad y recargados lamentos de justicia. Esa que no renuncia, a pesar de temores ciertos, al sentido estrictamente humano de la vida. Una conciencia extendida que tiende la mano, la que llora por los propios y abraza, solidaria, las plegarias de los demás. La que fuerza a salir y protestar por la violencia desatada, la que aminora el miedo, la que imposibilita el olvido. La conciencia, en fin, enemiga de la pasividad o la indiferencia oculta en cifras de muertos circunstanciales. La que, con nombres, historias y rostros, rellenó los huecos dejados por una guerra insensata entre mexicanos.
El recuento de los desamparos, de los desaparecidos, de los sepulcros clandestinos, no ha sido en vano. La caravana ha puesto delante de la gente un algo que ya define el presente de horrores que lastiman a la nación entera. Ya no se pueden alegar equívocos adicionales, buenas intenciones frustradas por el destino o improvisaciones. El conteo de los 40 mil muertos lo imposibilita. Ya de poco importa si antes, o al inicio de la embestida, hubo motivaciones espurias, tontas o parciales. Lo que ahora interesa es asentar, con todas sus letras de sangre y sacrificio, la dimensión que ha adquirido esta tragedia y entrever, lo más rápido posible, la salida ante tanto padecer.
La Caravana del Consuelo puede, de continuar recogiendo los numerosos agravios desperdigados en dolientes racimos por el país, formar un cúmulo sanador de las incontables heridas infligidas al cuerpo social. La llegada a la aporreada Ciudad Juárez es una simple parada inicial. Falta la dilatada caminata que madure en un movimiento por la dignidad y justicia para todos. Uno que luche contra la impunidad reinante. Movimiento que puede ser, en efecto, de muchos, de miles, quizá de millones. Un movimiento que se sume a esos otros en permanente búsqueda de una ruta alterna a la militarización, a la desigualdad y que dé sepultura a los arraigados cuan dañinos privilegios. Que vaya a la raíz de los problemas que hoy nos aquejan y que ya vienen de lejos. El primer tramo ha sido honorablemente recorrido. Falta darle coherencia, continuidad, solidez en la base de apoyo y la indispensable organicidad para que pueda asegurar su cometido.
Esperar que la caravana pudiera llegar a Juárez convertida en una marea indetenible de seguidores fue, si existió tal expectativa, un deseo desmesurado. El choque con la realidad, no exenta de simulaciones y trampas, de exageraciones y peticiones descabelladas, era, puede decirse, hasta necesario. La falta de experiencia de los conductores en estos menesteres irá, con la sana intención e inteligencia que los anima, supliendo deficiencias. Se tienen ingredientes poco comunes: imaginación, sentimientos nobles bien arraigados desde antes de embarcarse en esta aventura. Cuentan también con el apoyo de personas generosas, educadas, sensibles a sus tareas. Los mismos medios de comunicación de masas, que tan dados han sido en destacar el lado horrible, sangriento, impersonal de la violencia desatada, han abierto sus micrófonos y cámaras para trasmitir, sin desviaciones, los encuentros, el desamparo, los rostros, los penares de aquellos que han acudido a los encuentros. Eso ya ha puesto sólida base para lo que vendrá, sin duda, a continuación.
Recoger dolencias y angustias, iras y corajes con nombres y apellidos, deseos de paz y clamores de justicia es una parte, ciertamente medular, de la presente tragedia que aqueja a la nación. Darle consistencia organizativa, concepto y narrativa a tales sagas es el trabajo pendiente. Sobre todo en una época prelectoral ya bien encaminada. Insertarse en el presente obligará, al movimiento en ciernes, a caminar aparejado con los intereses de otros. Modular diferencias en posturas y visiones que se revelan indiferentes al llanto o cuyas preocupaciones se encaminan por los rumbos del poder y su conquista. 2012 atempera y condiciona todo por ahora. Y dentro de ese ambiente, ciertamente enrarecido, la ruta constructiva del movimiento deberá seguir su marcha.
Hay un riesgo, atractivo para buena parte de los dolientes afectados por el panismo guerrerista que comanda el señor Calderón: irse tras el voto en blanco u optar por la abstención para 2012. Ello implicaría dejar al garete la consolidación o transformación de ésta que sería una larga marcha ciudadana por la paz, digna y justa. Ir al diálogo con el presente gobierno federal puede ser una escala inevitable pero, con seguridad, será monólogo y triste pérdida de tiempo. El señor Calderón, envuelto en la búsqueda de culpables, perdió toda perspectiva de realismo. No tiene intención alguna de cambio ni, tampoco, el tiempo para atemperar los acuerdos y ánimos belicosos de la campaña emprendida desde hace cuatro largos y cruentos años.
Al descontento que emerge, indetenible y denso, por todos los confines de la República, hay que rematarlo con el instrumento más efectivo posible: el del voto consciente por la alternativa de cambio cierto, no por sus reflejos aparentes.
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