En cuanto me enteré de que había habido una balacera en el Estadio Corona, de Torreón, Coahuila, que obligó a que se suspendiera el juego entre el Santos y el Morelia, pensé que independientemente de la gravedad de lo ocurrido, la nota iba a dar la vuelta al mundo.
No me equivoqué. En Twitter, ese lamentable hecho rápidamente se ubicó en los principales tópicos a nivel global. Y ya el New York Times lo publicó en su sitio de internet.
La balacera, hasta donde se sabe, no se dio dentro del estadio, sino afuera, y no hubo muertos. Hubo un solo lesionado, un policía al que se hirió en la calle o en el estacionamiento. Es decir, no era para tanto.
¿Por qué, entonces, se ha tratado de una noticia que está dando la vuelta al mundo? ¿Por qué los jugadores corrieron a los vestidores y los aficionados, presas del pánico, huyeron hacia donde pudieron inclusive saltando a la cancha que había sido abandonada por los asustados futbolistas?
Porque así son las cosas en el México de la guerra perdida de Felipe Calderón, en el que ya no se puede vivir en paz, en el que ha desaparecido la tranquilidad y en el que nadie se siente a salvo.
Es terrible el daño que la fallida guerra de Calderón contra el narco le está haciendo al país.
Es la guerra, estúpida, sin sentido, imposible de ganar, a la que Calderón llevó a México buscando la legitimidad que no le dieron las urnas de votación en 2006.
A ver si ya se entiende lo enormemente dañino que llega a ser el fraude electoral, que tanto aplaudieron todos los clasemedieros y los ricos de verdad que detestaban, en 2006, a Andrés Manuel López Obrador.
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