Es un país que deja
de lado la rifa de oportunidades
y establece la certeza
de los derechos.
Es un territorio para
quienes lo habitan,
no para los zopilotes
mineros y energéticos transnacionales.
Es una nación que invierte
en el conjunto de sus habitantes
en vez de invertir en 40 mafiosos.
Es un colectivo humano que preserva
el patrimonio de sus nietos, sus bisnietos
y sus tataranietos.
Es una sociedad que protege a sus integrantes
más débiles; que garantiza salarios
remunerados a los trabajadores y precios
justos a los productores del campo.
Es un Estado que educa antes que reprimir;
que cura antes que encarcelar; que supera
los rezagos sociales en vez de enviar al Ejército
a combatir sus consecuencias.
Es un país que da prioridad a las escuelas
sobre los casinos, a la producción sobre la
especulación, a la obra de gobierno sobre
las campañas propagandísticas.
Es una nación que recupera su historia;
que cuida y promueve su diversidad cultural
y étnica.
Es una república sin influencias ni privilegios al margen de la ley,
sin empresarios que hacen política bajo la mesa
ni políticos que se vuelven empresarios
a los seis meses de estar en el cargo.
Es una nación en la que se respeta a la autoridad
no por su capacidad represiva, sino porque representa
los intereses de la ciudadanía.
Es un país respetuoso de sus minorías y
preocupado por el bienestar de sus mujeres,
de sus estudiantes, de sus indígenas.
Es un Estado que no lanza a las calles a sus
ancianos y sus niños ni expulsa al extranjero
a sus campesinos y a sus trabajadores.
Es una determinación colectiva de impulsar
la salud de todos, la educación, la investigación y la cultura.
Es un espacio libre de monopolios, de poderes
fácticos, de mafias incrustadas en las oficinas públicas.
Es un entorno para vivir, y no para morir
(de desnutrición, de desesperanza o por efecto de la violencia).
Una república amorosa es la realización
del Nuevo Proyecto Alternativo de Nación
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