La alianza del PRI con el Panal alegró mucho a Enrique Peña Nieto porque, según confesó a sus allegados, era hora de hacer volver a la Gordillo y sus huestes al antiguo redil. Fue notable, desde luego, el empeño que el entonces presidente del partido, Humberto Moreira, puso en la obra, tanto que se le atribuyó a él la misma idea de la alianza. Peña Nieto, empero, fue el que verdaderamente se encargó de cocinar el acuerdo. En varias ocasiones se le vio en encuentros con la cacique magisterial. El caso fue que la dirigencia priísta parecía estar muy contenta con esa alianza. De repente, el cielo se le vino encima y la coalición se esfumó.
A todos aquellos que prefieren las malas artes en las contiendas electorales, los que buscan ganar a como dé lugar, se les antoja siempre un aliado como la Gordillo y sus mafiosos, sobre todo, como operadores electorales, en lo que se han creado una gran fama, más que por los votos que realmente representen. Moreira tiene fama de ser un cuadro político hechura de la dirigente chiapaneca, pero él no era más que un instrumento en manos del precandidato priísta que hacía todo lo que éste decidía. La alianza fue obra, ante todo, de Peña Nieto. Así lo mostraba él mismo cuando aludía al pacto.
La alianza, sin embargo, resultó muy costosa para el partidazo y aquellos de los suyos que fueron sacrificados en aras de la misma muy pronto comenzaron a respingar y se iniciaron las rebeliones abiertas no sólo contra el acuerdo de cúpula, sino en contra del mismo precandidato priísta, víctima, por lo demás, de sus errores y pifias. La cosa empezó a preocupar a la dirigencia priísta y se hizo evidente el miedo en los círculos allegados a Peña Nieto por la mala fama de la Gordillo (hasta entonces repararon en ella o, cínicamente, hasta entonces empezaron a repudiarla). La aparente tranquilidad con la que ambos aliados han reaccionado después de la ruptura ha sido sólo para enmascarar las decepciones a que ha dado lugar.
No se trató de un rompimiento violento, sino y hasta donde se pudo, negociado y con algunos acuerdos. Algunos de éstos, por cierto, fueron un verdadero tanque de oxígeno para los gordillistas, como, por ejemplo, el mantenimiento de alianzas a nivel local con el PRI. El senador Labastida, uno de los más feroces enemigos de la alianza, aseveró que la misma no era ni podía ser con el grupo dirigente de la Gordillo, sino, dijo, con las bases del magisterio, y agregó que muchos maestros serán candidatos del PRI.
Eso ha dado lugar a que algunos (el precandidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, en primerísimo lugar) piensen, fundadamente, que el drama tiene mucho de comedia y de farsa, y que se hace sólo para descargar a Peña Nieto del oneroso fardo que representa el inconmensurable descrédito de la Gordillo. En todo lo que tenga de real, ello no obstante, quedó claro que fueron los priístas quienes decidieron romper con el Panal, aunque ahora todos, priístas y panaleros, nos vengan con el cuento de que fueron los últimos los que lo acordaron. El mismo Peña Nieto declaró el pasado día 23 que la decisión, en efecto, fue del Panal, dijo el precandidato, en un acuerdo amigable.
Dos días antes, Peña Nieto fue más claro, dejando entrever que la alianza se había vuelto irrealizable e inmanejable para su partido; “lo ocurrido –dijo– fue una falta de conciliación [sic] en los intereses de cada uno y eso nos llevó a definir de manera mutuamente acordada, que cada partido fuera por su cuenta”. El golpe para Gordillo y su grupo, como lo señalara Luis Hernández Navarro, fue seco y demoledor. Porque no se trata solamente de que el Panal ya no pueda tener 24 diputados y cuatro senadores, que era el botín de la alianza, sino un mayor desprestigio y un virtual aislamiento de las huestes gordillistas.
El presidente del Panal, Luis Castro, y la diputada Mónica Arriola Gordillo, anuncian la ruptura con el PRIFoto Marco Peláez
El presidente panalero, Luis Castro Obregón, le echó la culpa de la ruptura a la parte conservadora del PRI, a “los labastidas, los augustos santiago… que representan el pasado”. Exonera a Peña Nieto, con quien hablamos siempre. Pero luego se sacó un conejo de la chistera al denunciar, según él, que fueron aquellos mismos priístas tradicionales y conservadores los que echaron a pique la alianza, al intentar modificar el convenio de la coalición. De acuerdo con Castro, esos priístas habrían exigido del Panal que aceptara ir en más estados, cosa que no aclaró en qué podría consistir. Que el PRI le soltara más puestos de elección es absolutamente improbable. En todo caso, esas entidades serían Campeche, Sonora, Chihuahua, Aguascalientes, Baja California y el DF.
Sea como fuere, parece claro que los que faltaron a la palabra empeñada fueron los priístas, que ni siquiera se preocuparon de guardar las formas. Pudieron haber dejado la cosa en la simple petición de que los panaleros aceptaran que los diputados (24) y senadores (4) fueran menos de lo que se acordó. Según una nota de Andrea Becerril (22 de enero), el argumento de inconformidad de los priístas fue por la postulación de los familiares de Gordillo (su hija y su yerno), lo que estaba provocando la rebelión de las bases partidarias. Después de varias horas de negociaciones telefónicas con la Gordillo, los priístas se decidieron por la ruptura.
Tal parece que en esta contienda hubo ganadores y perdedores. El primer perdedor de todos, por lo menos en el tiempo, fue Humberto Moreira y no tanto por sus malos manejos financieros en el gobierno de Coahuila, como por su responsabilidad en el acuerdo de alianza con su maestra y por el costo para el PRI. Todo mundo pudo ver que el bailarín fue obligado a renunciar a su cargo y todavía no está claro cómo podrá pagar sus yerros. Para la Gordillo, desde luego, el golpe fue seco y, para algunos, definitivo. Los panaleros alardean, dándose valor, de su fuerza electoral que, afirman, les bastará y les sobrará para seguir vivos. Eso, por supuesto, está por verse. Si bien los priístas, a nivel local, pudieran ayudarlos.
Distinguir a los ganadores resulta harto difícil. Peña Nieto no ganó nada, excepto, tal vez, que, no teniendo otra opción, el Panal lo haga su candidato presidencial. Él fue el verdadero promotor de la alianza y Moreira su mandadero. Ahora fue él mismo quien torpedeo esa alianza porque no pudo resistir la presión que subía desde las bases priístas. Y el país entero se pregunta cómo fue capaz de aliarse con semejantes bichos y, luego, por el modo en que se resolvió la ruptura. El baldón está ahí. Se suele decir que, con tal de ganar, se debe hacer alianzas hasta con el diablo. Eso está bien, empero, para quienes acostumbran vivir en los estercoleros de la política y son muy dados a no respetar leyes ni lealtades.
La verdad es que, tanto en el acuerdo de la coalición como en su ruptura, pudimos ver en acción a dos rufianes listos para degollarse a la primera ocasión. En el PRI son muchos los que se alegran del desenlace y hay muchos más que le están echando medidas al otro aliado, el PVEM, al que Moreira (con el aval cierto de Peña Nieto) también le hizo concesiones muy gravosas para el tricolor. Eso ha puesto a temblar a los verdes que se desviven gritando a los cuatro vientos su adhesión al futuro candidato priísta y su confianza en que los priístas respetarán sus acuerdos con ellos.
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