La caravana del hambre arribó a la ciudad de México para exigir al inquilino de Los Pinos medidas concretas contra los efectos de la sequía. Tal vez los integrantes de ese movimiento no tuvieron tiempo de enterarse de la noticia, pero de que ha habido medidas concretas no hay duda alguna. Por ejemplo, entre ellas sobresale, nada más para arrancar el Año Nuevo, el veto que el susodicho aplicó al decreto legislativo para crear un fondo especial por 10 mil millones de pesos para enfrentar la sequía que afecta a la mitad de las entidades de la República. Que haga muy mal las cosas no quiere decir que no haga nada.
Además, el inquilino de Los Pinos lo decretó ayer: Nadie va a padecer ni a fallecer por falta de agua o comida (Notimex). Todo indica que el susodicho tampoco ha tenido tiempo para enterarse de las muertes por inanición en la Tarahumara ni de los 28 millones de mexicanos que sobreviven en pobreza alimentaria, o lo que es lo mismo que padecen hambre. Desde muchos meses atrás, en diversas entidades de la República la sequía llegó para quedarse, pero en la negligente residencia oficial parece que apenas se enteraron de todo esto el pasado fin de semana.
Comida y felicidad para todos, ha decretado el citado personaje, pero como siempre el problema real en materia alimentaria que aqueja al país no es de coyuntura, sino estructural; no es consecuencia de un efecto climático concreto (la sequía) ni se limita a una temporada en específico, sino es el obvio resultado del abandono del campo, de la creciente cuan alegre importación de alimentos que encarece lo que los mexicanos depositan en sus estómagos y del miserable ingreso de millones y millones de mexicanos a quienes, simple y llanamente, no les alcanza para comer. Tarde que temprano la sequía quedará atrás; vendrán las lluvias, pero las tierras cultivables quedarán igual de improductivas porque no hay con qué sembrar, con qué abonar, con qué cosechar.
Entonces, no es la sequía simplemente, sino los cinco gobiernos que a lo largo de tres décadas al hilo llevaron al país de la autosuficiencia alimentaria a depender, cada día más, de lo que se produce allende nuestras fronteras, y, entre otros logros, lo convirtieron en el principal importador de granos básicos en América Latina, comenzando por el maíz. Y lo anterior no lo documenta un energúmeno contrario al régimen, sino la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, o lo que es lo mismo la FAO, por medio de sus Perspectivas alimentarias.
El de la residencia oficial decreta que nadie va a padecer ni a fallecer por falta de agua o comida, mientras el clarividente que despacha en la oficina principal de la Secretaría de Agricultura, Francisco Javier Mayorga Castañeda, por ninguna parte ve riesgo de hambruna en el país. Y ambos se pronunciaron en tal sentido, cuando las propias cifras oficiales reconocen y registran 28 millones de mexicanos incapaces de alimentarse adecuadamente, es decir, con hambre. Superada la sequía, ¿este creciente ejército de hambrientos dejará de serlo? Desde luego que no, por muchos decretos de saliva que emita el inquilino de Los Pinos y pronunciamientos de adivinos de ocasión, como el titular de la Sagarpa comprenderá.
Este último personaje dijo lo que dijo en respuesta a la propuesta de legisladores de todas las fuerzas políticas de los ocho estados del norte de la República afectados por la sequía: el Senado pidió a la Cámara de Diputados que se asigne en el presupuesto de 2012 un piso de 10 mil millones de pesos para respaldar a los productores de esas entidades que perdieron sus cosechas y están a punto de perder también el ganado. En el dictamen se resalta que la situación es muy grave, ya que esa sequía atípica afecta no sólo las economías rurales de Baja California, Coahuila, Chihuahua, Durango, San Luis Potosí, Sinaloa, Tamaulipas y Zacatecas, sino se verá mermada la oferta de alimentos a escala nacional. Es urgente que se asignen esos fondos federales para atender la sequía extrema en esas ocho entidades, en cuyos territorios se ubica 37 por ciento de la superficie nacional dedicada a la agricultura. En esos estados se cultivan más de dos terceras partes del frijol, casi 50 por ciento del tomate, 40 por ciento del maíz, un tercio del valor de la producción nacional de acuacultura y pesca, más de la mitad de madera, así como 30 por ciento de la ganadería (La Jornada, Andrea Becerril y Víctor Ballinas).
Antes de la sequía, México ya era considerado gran importador de alimentos. Antes de ella, la FAO notificó (noviembre de 2011) que se desplomó en México la producción de granos; la contracción es de 8.5 por ciento, sólo superada por Sudáfrica y Etiopía; el país se convirtió en el principal importador de esos alimentos básicos en América Latina, pues concentrará 38.4 por ciento de las 28.4 millones de toneladas que los países de la región importarán en conjunto. Menor producción, igual a mayor importación. Antes, pues, se sabía que cuando menos la mitad de los alimentos que los mexicanos llevan a sus respectivos estómagos son de importación, en un país que 30 años atrás era prácticamente autosuficiente en alimentos.
También antes de la reciente sequía se sabía que de la entrada en vigor del TLC (primero de enero de 1994) a la fecha, México ha erogado alrededor de 200 mil millones de dólares por importación de alimentos, monto que, como se ha comentado en este espacio, bien pudo destinarse a reactivar el campo nacional, la producción interna, el bienestar de las depauperadas masas campesinas. Pero como en tantos otros renglones, nada se hizo. El caso del maíz es revelador: de 1994 a 2011, de las arcas nacionales salieron alrededor de 19 mil millones de dólares para importar ese grano básico en la dieta de los mexicanos, de los que 77 por ciento (cerca de 15 mil 400 millones de billetes verdes) se gastaron en el transcurso de los dos gobiernos panistas, especialmente el de Calderón. Así, lo que antes de dicho tratado (1993) se erogaba en un año para importar maíz, ahora se gasta en nueve días (2011). Y los precios internacionales se mantienen al alza, independientemente de la depreciación del peso frente al dólar. Pero es la sequía.
Las rebanadas del pastel
Según Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego, el monopolio se combate con otro monopolio, y la competencia se genera con concentración. Felipe Calderón –quien en campaña prometió combatir los monopolios– comparte esa tesis, porque a lo largo de su estancia en Los Pinos no ha hecho otra cosa que fortalecerlos. Por eso, hoy toca a la Comisión Federal de Competencia sacarse la espina y justificar su existencia.
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