jueves, 22 de noviembre de 2012


El destino de @ManceraMiguelMx ¿aliado de @lopezobrador_ o de @EPN? @m_ebrard ya no juega

FEDERICO ARREOLA@FedericoArreolajue 22 de noviembre de 2012
“Equivocarse de destino es también un grave error político”. Es una frase que me llegó por correo electrónico. No importa quién la envió. De hecho, no sé quién la envió. Venía en uno de esos correos spam motivacionales, un power point compuesto por imágenes agradables, del mar, del sol, de montañas, y expresiones de autores famosos. La que he citado supuestamente es de Gabriel García Márquez.
Las personas que, desde hace años, pusieron su destino en la suerte que corriera Enrique Peña Nieto, en menos de diez días serán poderosos integrantes del gabinete presidencial. Ya se sabe, Luis Videgaray, Jesús Murillo Karam, Miguel Ángel Osorio Chong, Emilio Gamboa.
Es curioso, algunos del equipo de Peña Nieto, antes del año 2000, decidieron jugar su destino al futuro de Francisco Labastida, y les fue como les fue.
Y antes, en el sexenio de Carlos Salinas, todos los que veían seguro el poder por la fuerza política de Luis Donaldo Colosio tuvieron que hacerse a un lado cuando la muerte (el destino también es trágico) hizo presidente a Ernesto Zedillo. Desde luego, los pocos que creían en Zedillo fueron exitosos.
Y en el periodo de Felipe Calderón, seguramente hubo gente que apostó a la buena estrella de Juan Camilo Mouriño, que estaba llamado a ser un exitoso candidato a la Presidencia (si no seguro ganador, al menos no condenado a una derrota tan aplastante como la de Josefina Vázquez Mota). La estrella de Mouriño se apagó en un accidente de aviación muy bien disfrazado de atentado y sus colaboradores se fueron a ninguna parte.
¿Cuál es el destino de Miguel Ángel Mancera? Hace un año era un honesto y eficaz, pero desconocido, procurador del Distrito Federal sin mayor futuro político. Llevaba años trabajando para los gobiernos de izquierda en la capital mexicana, pero no pertenecía al PRD ni a los otros partidos de izquierda.
Mancera se había ganado la confianza de Marcelo Ebrard y le caía muy bien a Andrés Manuel López Obrador. Estos dos últimos políticos pactaron que Ebrard, en la vieja lógica priista, elegiría a su sucesor en la jefatura de gobierno de la Ciudad de México si ocurría, como ocurrió, que López Obrador se quedaba con la candidatura presidencial. Hasta ahí, el destino de toda una corriente política, con la que simpatizan millones de mexicanos, la de izquierda, lo decidieron dos personas, Marcelo y Andrés Manuel. Nadie más. La democracia, con frecuencia, no es algo que practiquen los líderes que más la defienden.
Ebrard decidió que quería entregar el poder en el Distrito Federal a su amigo Mario Delgado, un talentoso político que había sido secretario de Finanzas y de Educación en el GDF, pero que –el destino, ya se ve – no había encontrado el camino a la popularidad.
Más populares que Delgado eran políticos de izquierda que no terminaban de ser aceptados por Ebrard, como Alejandra Barrales y Martí Batres. De hecho, para proteger la candidatura de Mario Delgado, Ebrard echó a Batres del gobierno capitalino, lo que tuvo que haber consultado con López Obrador, ya que Martí representaba en el equipo de Marcelo la pureza del movimiento de resistencia de AMLO.  Como no eran tiempos de defender principios a cualquier costo, sino de pragmatismo electoral, Andrés Manuel aceptó el sacrificio de Batres.
Pero la defenestración de Martí Batres no hizo crecer a Mario Delgado, sino a Alejandra Barrales. Y como en la izquierda mexicana, que tanto defiende a las mujeres, las candidaturas importantes siempre son para los hombres, Ebrard se dio cuenta, por ciertos sondeos que empezaban a difundirse, que  su procurador, Mancera, tenía potencial de crecimiento político. Tan lo tenía que, en cuanto le dieron permiso de promover su imagen, creció espectacularmente.
Mancera es ahora lo que fue Peña Nieto cuando este empezó a gobernar el Estado de México: un impresionante fenómeno de popularidad. Peña Nieto caía bien por elegante, por el copete, por bien parecido, por su éxito con las mujeres, por retratar muy positivamente en la TV. Mancera cae bien exactamente por las mismas razones.
Y si el destino (la muerte de su primera esposa) llevó a Peña Nieto a protagonizar una telenovela de altísima audiencia, también el destino (Mancera es soltero y hasta fue novio de Barrales, a la que derrotó en la competencia por la candidatura al GDF) llevará a Mancera a ser el héroe de su propia telenovela, ya que no tardan en aparecerle las novias o, al menos, la novia y en algún momento habrá boda y todo eso que al público fascina.
La diferencia entre Peña Nieto y Mancera es que el mexiquense siempre ha sido priista, ¡desde la cuna lo es!, mientras el futuro jefe de gobierno del DF sigue sin partido (no se ha afiliado al PRD, ni al PT ni a Movimiento Ciudadano, ni se le ven ganas de ir a MORENA).
Peña Nieto puede recitar de memoria los estatutos del PRI y tiene entre sus principales héroes a un ex presidente, priista desde luego, de México, Adolfo López Mateos, mexiquense también.
Mancera, jurista bien preparado, sabe lo que es la izquierda y, quizá, hasta podría dar alguna conferencia sobre historia de las ideas socialistas, pero no es izquierdista. Es un capitalino de clase media, incluso media alta, que disfruta los placeres de la vida sana, como el deporte, una buena comida, las vacaciones.
A Mancera se le ve más interesado en la suerte del Cruz Azul o los Pumas que en los debates sobre si Marx debe o ser puesto de moda nuevamente por causa de la crisis europea. A diferencia de otros líderes izquierdistas, Mancera no se ve interesado en parecer siempre trascendente.
Mancera no es el burócrata perfecto, de tan perfecto enfermo de poder, como Marcelo Ebrard. Ni es el líder social en todo momento preocupado por los pobres que, antes de dialogar con nadie, se sitúa en el pedestal de la superioridad moral, como Andrés Manuel López Obrador.
Mancera, a diferencia de los siempre épicos Ebrard y AMLO, es un ciudadano común y corriente.
Miguel Ángel Mancera no es todavía tan conocido o popular como López Obrador y Ebrard, pero pronto (le doy menos de un año para que ocurra) los igualará y quizá los vencerá en esa materia.
Ya logró Mancera un récord: es el gobernante del DF que más votos ha obtenido, al menos el que logró la mayor diferencia sobre el segundo lugar. Ha superado en eso a Cuauhtémoc Cárdenas, a Andrés Manuel López Obrador y a Marcelo Ebrard Casaubón.
En 2006, Ebrard en el DF obtuvo menos votos que AMLO. En el 2012, Mancera consiguió más votos que Andrés Manuel. O sea, Mancera tiene lo suyo. Porque ganarle a López Obrador en su terreno, la capital mexicana, no es sencillo. Por lo mismo, Mancera será (de hecho, ya es) precandidato de izquierda a la Presidencia de la República en 2018. También lo serán López Obrador, que se mantendrá vigente, y Ebrard, aunque creo que este, sin poder, no aguantará la carrera. Andrés Manuel tendrá a MORENA para consolidar su precandidatura. Mancera lo hará desde el GDF. Y es seguro que a Ebrard no le alcanzará con ser dirigente, un par de años, del disminuido PRD.
El destino de Mancera empezará a diseñarse el próximo primero de enero cuando asista, correcto y educado (seguro aplaudirá cuando deba hacerlo) a los eventos por la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. Eso va contra todo lo que MORENA significa. No romperá Mancera con Andrés Manuel, pero por elemental sentido de la responsabilidad (sabe que la miel consigue más recursos que la hiel) se llevará muy bien con Peña Nieto durante todo el sexenio.
Ya se verá si la izquierda, en 2018, presenta un candidato o dos. Es decir, si MORENA postula a AMLO y el PRD a Mancera, o bien si MORENA y el PRD se unen con López Obrador o Mancera.
¿Qué pienso que va a pasar? Que MORENA irá con López Obrador (acompañado del PT y Movimiento Ciudadano, si estos partidos llegan vivos al 2018). Y que el PRD, en alianza con el PAN, apoyará a Mancera. ¿Y Ebrard? No participará más en estas ligas mayores. No tiene con qué.
¿Y el PRI? Bueno, eso es algo que Peña Nieto irá definiendo y decidiendo. Tiene tiempo, pero no mucho. Construir una candidatura presidencial, en épocas de intensa lucha política, no es fácil. Pero el PRI, como siempre, se las arreglará para ser competitivo.

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