La muerte de Acuña
“Todo se va, todo se muere. A medida que se avanza en el camino del mundo, se van dejando pedazos del corazón sobre la fosa de cada uno de los seres queridos que nos abandonan para siempre.”.
Bella prosa de Juan de Dios Peza en el 24 aniversario del suicidio de Manuel Acuña Narro en 1897, “una estrella que se apaga”, diría apesadumbrado Ignacio Ramírez en su momento. Al mediodía, durante su entierro, Peza cita a Justo Sierra decir con dolor sobre el sepulcro abierto del poeta:
Palmas, triunfos, laureles, dulce aurora
De un porvenir feliz, todo en una hora
De soledad y hastío,
Cambiaste por el triste
Derecho de morir, ¡hermano mío!
De un porvenir feliz, todo en una hora
De soledad y hastío,
Cambiaste por el triste
Derecho de morir, ¡hermano mío!
El relato de Peza sobre la muerte y entierro Acuña conmueve en su intensidad y en el contenido. Por las muestras de amor a lo largo del mismo de parte de diversas entidades y personalidades literarias ante tan funesto día. Y no era para menos, despedían a quien desde su primer florecimiento poético público, “Ante un cadáver”, irradiaba una extraordinaria exhibición de talento.
¡Y bien! Aquí estás ya..., sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
Aquí, donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
…
Y si Manuel Acuña poseyó brillo para la poesía doliente y amorosa, también lo extendió al verso humorístico, sesgo que confirma el genio. “Rasgo de buen humor”:
¿Y qué? ¿Será posible que nosotros
tanto amemos la gloria y sus fulgores
la ciencia y sus placeres,
que olvidemos por eso los amores,
y más que los amores, las mujeres?
¿Seremos tan ridículos y necios
que por no darle celos a la ciencia,
no hablemos de los ojos de Dolores,
de la dulce sonrisa de Clemencia,
y de aquella que, tierna y seductora,
aún no hace un cuarto de hora todavía,
con su boca de aurora,
"No te vayas tan pronto", nos decía?
tanto amemos la gloria y sus fulgores
la ciencia y sus placeres,
que olvidemos por eso los amores,
y más que los amores, las mujeres?
¿Seremos tan ridículos y necios
que por no darle celos a la ciencia,
no hablemos de los ojos de Dolores,
de la dulce sonrisa de Clemencia,
y de aquella que, tierna y seductora,
aún no hace un cuarto de hora todavía,
con su boca de aurora,
"No te vayas tan pronto", nos decía?
…
Yo, a lo menos por mí protesto y juro
que si al irme trepando en la escalera
que a la gloria encamina
la gloria me dijera:
Sube, que aquí te espera
la que tanto te halaga y te fascina;
y a la vez una chica me gritara
baje usted, que lo aguardo aquí en la esquina;
yo juro, lo protesto y lo repito,
si sucediera semejante historia,
a riesgo de pasar por un bendito,
primero iría a la esquina a que la gloria.
que si al irme trepando en la escalera
que a la gloria encamina
la gloria me dijera:
Sube, que aquí te espera
la que tanto te halaga y te fascina;
y a la vez una chica me gritara
baje usted, que lo aguardo aquí en la esquina;
yo juro, lo protesto y lo repito,
si sucediera semejante historia,
a riesgo de pasar por un bendito,
primero iría a la esquina a que la gloria.
…
El más celebrado poema de Acuña, el cual le valiera a cualquier poeta la inmortalidad en el sentido humano, la única que se puede garantizar, y cuyos requiebros dolientes y amorosos al mismo Quijote conmovieran –pues como dijo José Martí y cualquier espíritu sensible diría “¡Lo hubiera querido tanto, si hubiese él vivido!”- si en un truco del tiempo o de la literatura a sus ojos llegara si no el poema al menos la fama y la gloria de tan joven poeta.
¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,
decirte que te quiero con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
decirte que te quiero con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
…
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
…
Y aunque corra fama de que la casada Rosario de la Peña sería quien le causara el impulso de la muerte, quien le llevara a ingerir el cianuro de potasio irreversible, quien le inspirara ese poema último, Peza desmiente la versión. Ni fue el último ni Rosario ha sido la causa. Por un lado, no era falta de mujer lo que acicateaba a Acuña, pues por el mismo tiempo estuvo relacionado con una joven con la cual procreó un hijo malogrado. Por otro, el último poema fue un soneto dictado en las bancas de La Alameda al propio Meza, “A un arroyo”:
A mi hermano Juan de Dios Peza
Cuando todo era flores tu camino,
cuando todo era pájaros tu ambiente,
cediendo de tu curso a la pendiente
todo era en ti fugaz y repentino.
Vino el invierno con sus nieblas, vino
el hielo que hoy estanca tu corriente,
y en situación tan triste y diferente
ni aún un pálido sol te da el destino.
Y así en la vida el incesante vuelo
mientras que todo es ilusión, avanza
en sólo una hora cuanto mide un cielo.
cuando todo era pájaros tu ambiente,
cediendo de tu curso a la pendiente
todo era en ti fugaz y repentino.
Vino el invierno con sus nieblas, vino
el hielo que hoy estanca tu corriente,
y en situación tan triste y diferente
ni aún un pálido sol te da el destino.
Y así en la vida el incesante vuelo
mientras que todo es ilusión, avanza
en sólo una hora cuanto mide un cielo.
Y cuando el duelo asoma en lontananza
entonces como tú cambiada en hielo
no puede reflejar ni la esperanza.
entonces como tú cambiada en hielo
no puede reflejar ni la esperanza.
Peza relata que para diciembre de 1873, cuando Acuña murió, ya todos sus compañeros y amigos proclamaban de memoria el “Nocturno a Rosario” desde hacía tres meses; no era estrictamente, pues, una novedad.
Juan de Dios Peza, el amigo más cercano y querido del poeta, es categórico:
“Acuña fue víctima del hastío, de la nostalgia moral, de esa enfermedad sin nombre que marchita las flores del alma cuando apenas están en capullo. En sus últimos días vivía de una manera extraña: sus vigilias eran constantes; leía y escribía hasta el amanecer; gustaba de tomar un café espeso, al que llamaba Manuel Flores ‘el néctar negro de los sueños blancos’ y aparentaba una jovialidad que servía de antifaz a su secreta tristeza. Su trágica muerte es el resultado de un extravío cerebral: nadie aparece como causa de ella y son consejas triviales las que corren en boca del vulgo.”.
Y quizá el último aliento poético haya sido la nota final: “Lo de menos será entrar en detalles sobre la causa de mi muerte, pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo es el culpable— Diciembre 6 de 1873. —Manuel Acuña”.
En cuestiones de suicidio no hay última palabra, sobre todo cuando se ejecuta como Acuña. Es más una valentía que una cobardía, como usualmente se concibe. Es tal vez la personalidad taciturna la que determina el designio fatal. Acuña es una suerte de hombre goethiano, post-wertheriano tardío. Aunque a diferencia de Werther, hombre necio y amargado, Acuña posee un acendrado sentido del humor y una realización sexual que le libera de la necedad. A algunos les parece un mero romántico víctima de su tiempo, se trata en realidad del hombre ante una madura decisión; véanse el retrato donde luce como un hombre mayor a su muy temprana edad.
No ha habido fecha u onomástico detrás de este breve texto como dicta lo usual. Ni siquiera una recurrencia voluntaria a los poemas y la poesía de Acuña. Asomó un día cualquiera como un apellido perdido en la geografía de México como tantos otros: Martínez, Juárez, Morelos, Zaragoza,… Perdido en la geografía de violencia y sangre. Amaneció en los periódicos: Acuña, Coahuila. Lo demás fue confirmar que se llamaba así en honor de Manuel, el joven poeta nacido en Saltillo y al cual le fue asignado un pedazo de tierra para su célebre nombre.
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