Con una actitud caprichosa, por decir lo menos, los aferrados tecnócratas de la Secretaría de Hacienda ya no ven cómo ni por dónde terminar de matar una de las instituciones financieras del Estado mexicano, el Banco Nacional de Comercio Exterior, creado en 1937 con la finalidad específica de fomentar el fortalecimiento económico del país e incentivar la participación de productos mexicanos en el mercado internacional. Si hasta ahora no han podido darle la puntilla es como resultado de la decidida negativa del sindicato del banco y la valiosa intervención del Congreso mexicano, que en no pocas ocasiones ha pospuesto, que no cancelado, la intentona (de Pedro Aspe a Ernesto Cordero, sin olvidar a Ortiz, Gurría, Gil Díaz y Carstens, el doctor catarrito).
En los últimos 20 años el Bancomext ha sido víctima no sólo de la sistemática reducción de la plantilla laboral, sino de los caprichos, amistades y negocios sucios del inquilino en turno de Los Pinos, de los que, con recursos propios y a duras penas ha salido airoso, y no precisamente por la voluntad o la capacidad de los dos últimos directores generales, a la vez de Nacional Financiera (Mario Laborín y Héctor Rangel Domene, ambos directivos de Bancomer antes de su nombramiento al frente de esta institución pública, y decididos promotores de la desaparición del banco). Desde tiempos de Salinas y Zedillo, pero con especial énfasis en los de Fox y Calderón, el banco carga con onerosos salvamentos de empresas privadas, como por ejemplo los del WTC, Gutsa y Juan Diego Gutiérrez Cortina –con todo y familia–, así como inversiones de mexicanos en telefonía cubana, y carreteras en Chile propiedad de empresarios mexicanos paralelamente rescatados por el Farac, Aeroméxico y Mexicana de Aviación –hoy de nueva cuenta en la lona, tras el saqueo practicado por Gastón Azcárraga–, entre otros.
Gracias a Bancomext, por instrucciones del inquilino de Los Pinos y con la venia de la SHCP, empresas como Cemex, Comercial Mexicana, Vitro y otras de gran calado libraron la quiebra en la crisis de 2008-2009, por mucho que al banco del Estado no le correspondiera entrar al rescate. Gastón Azcárraga reventó a Mexicana de Aviación y se fue sin pagar a Bancomext un crédito por cerca de mil millones de pesos. Ejemplos del saqueo sobran, pero los tecnócratas de Hacienda acusan a esta institución financiera de ser ineficiente y de no cuidar sus recursos (que son propios, porque desde hace mucho la sacaron del presupuesto de egresos de la federación). Además, le han reducido la plantilla laboral en más de 50 por ciento y cancelado oficinas de representación en el extranjero, por medio de las cuales se promovían las exportaciones mexicanas; lo obligaron a ponerse al servicio de la banca privada y los grandes corporativos; para sustituirlo inventaron el costosísimo elefante blanco denominado Proméxico, e insisten en desaparecerla del inventario de empresas del Estado.
A pesar de todo, el inquilino en turno de Los Pinos y la Secretaría de Hacienda no han podido darle la puntilla, aunque le siguen pasando facturas que no le corresponden. Como bien diagnosticó el ex director general del Bancomext, Enrique Vilatela, la actitud de la Secretaría de Hacienda es una mezcla de “problema ideológico combinado con ignorancia y arrogancia. Hubo falta de conocimiento y desdén por la institución; en vez de aprovechar y mejorar lo que había, se decidió su desmantelamiento. En vez de percibir a la banca de desarrollo como una herramienta, se le tiene miedo y se prefirió renunciar a ella… Se canceló el programa de crédito en primer piso de la institución, matando así su fortaleza y sus programas, pero también su única fuente de ingresos. Se desmanteló su red de oficinas regionales, matando así su vinculación con las empresas, y se ‘donó’ a Proméxico su red de consejerías, perdiéndose así la visión de mercado y desvinculando la promoción del financiamiento. Lo que es peor, ahora Proméxico se dedica a la promoción de inversión (…), descuidando la promoción de exportaciones”.
Debilitado, minimizado, el Bancomext ha logrado sobrevivir al ataque de la pandilla neoliberal, y como ésta no logra avanzar en su propósito de acabar con la institución, ahora enfoca baterías en contra de sus trabajadores y su sindicato, y por esa vía dar la puntilla. Con esta decisión, la directiva privada de un banco público, con Héctor Rangel Domene como cabeza visible, lo único que ha logrado es enrarecer, aún más, la relación laboral, patear el avispero y, lo que no esperaba, unir a los desunidos sindicatos de la banca del Estado.
Así, en carta a Ernesto Cordero, el alegre secretario de Hacienda, los sindicatos de Banobras, Nafin, Bansefi y la Sociedad Hipotecaria Federal protestaron por la creciente animosidad y el franco hostigamiento que las autoridades del Banco Nacional de Comercio Exterior han mostrado, desde hace varios meses, en contra el sindicato de esta institución. La hostilidad administrativa se desató a causa de la oposición sindical al cierre del Bancomext por vía de la fusión con Nacional Financiera, propuesto por el propio director general, pero se ha ahondado por la decisión compartida de constituir una nueva federación de sindicatos de la banca pública, el señalamiento de violaciones en las condiciones generales de trabajo y la posición crítica frente al nombramiento de funcionarios con dualidad de tareas en ambas instituciones.
Rangel Domene ordenó desalojar la oficina sindical en la sede del Bancomext, con el pretexto de falta de espacio físico, pero sindicatos le recuerdan, y de paso al secretario de Hacienda, que en el banco abundan áreas vacías u ocupadas por actividades no institucionales, de tal suerte que esta exigencia, insólita en 25 años de relaciones bilaterales, suscita gran inquietud por el posible estado de indefensión ante actos autoritarios o enfilados al desmantelamiento institucional. ¿Y Ernesto Cordero? Instalado en el México rosa.
Las rebanadas del pastel
Mientras los diputados juegan a los exhortos (que la SCT revoque el título de concesión a Nextel por la licitación 21) y Amalia García a la inocencia, el ex presidente Zedillo agarró otro hueso: en unos días más formará parte del consejo de administración del Grupo Prisa, editor de El País, que sumará a sus otras chambas (Citigroup, Procter & Gamble, Universidad de Yale, ONU, Alcoa, GDN, Coca-Cola, Union Pacific Corporation, entre otras, más las que consiga en las semanas venideras)
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