Con motivo de la conmemoración de la Revolución Mexicana ha surgido una tendencia a la autodenigración. Incluso hay quien piensa que no hemos perdido una o dos décadas, sino el siglo entero. Millones de mexicanos ignoran la gesta, no porque haya sido un fracaso colectivo, sino porque fue traicionada y vendida a sus peores enemigos, encargados hoy de celebrarla. Los mismos días de las conmemoraciones el Coneval y la ONU revelaron que en el último año en 18 por ciento de los hogares se padeció hambre. Han aumentado el precio de los alimentos y ha caído la recepción de remesas. El mismo día la Comisión Nacional Bancaria y de Valores informó que a pesar de la crisis, los bancos que operan en México alcanzaron un nivel histórico en sus utilidades. La revolución destruyó una oligarquía, pero los regímenes revolucionarios permitieron que otra se levantara y finalmente, a partir de Salinas, el régimen se dedicó concientemente a fortalecerla y aliarse a ella. Ramón Eduardo Ruiz, historiador estadunidense especialista en México (poco conocido aquí), escribió que para que nuestra nación salga de su postración tendría que producirse un milagro: que su clase dominante sufra una metamorfosis.
Mientras tanto, en otra realidad, el domingo pasado celebramos con AMLO una asamblea de evaluación estatal del movimiento para la transformación de México. En condiciones extremadamente modestas, si las comparamos con las galas de la partidocracia. No pudimos dar ningún apoyo a las personas que vinieron de todos los rincones del estado. Se pagaron su propio transporte y sacrificaron un día de trabajo. Gracias a la generosidad del dueño del salón de actos El Campanario, pudimos alojar una audiencia sorprendente. Más de mil 500 representantes de centenares de comités en el estado. En su mayoría ciudadanos que no pertenecen a ningún partido. Aunque como en todo el país estamos creciendo de modo expansivo, tendremos que hacer un gran esfuerzo para cumplir nuestras metas.
AMLO dio un discurso breve, aclaró que el movimiento depende del entusiasmo de la gente. Y sí, el entusiasmo se desbordó ahí y se refleja cada vez más en la construcción de comités y en el reparto casa por casa del periódico. Aquí no hay apatía ni amargura ni se considera que la revolución sea un fiasco histórico. La gente tiene un empuje candoroso y febril. Son concientes de que son artífices de una hazaña. Percibo en ellos una sed de decencia, de limpieza en la política. Quieren que México rencuentre su camino. Me llamó la atención ver que en la multitud aparecía una pancarta escrita en un trozo de cartoncillo: Nos proponemos lograr que la revolución complete sus metas.
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