Para qué demonios le sirve a un país un “Jefe de Estado” que no respeta la Constitución y permite que otros le dicten desde el extranjero cómo ha de llevar a su nación al despeñadero.
El cinismo sin límite de Felipe Calderón lo llevó el sábado pasado a acusar, desde San José, California, a la industria armamentista de Estados Unidos de las miles de muertes en México. Desde luego que omitió explicar su aval al intervencionismo estadounidense, su servilismo y su complicidad con ellos.
Ante los reclamos de la Caravana que encabezó Javier Sicilia a Ciudad Juárez, que finalmente le exigen a Calderón el regreso de los militares a sus cuarteles, el muy cínico contestó que es imposible pedir a un mandatario que no se meta con los criminales, y por eso mantendrá a las fuerzas armadas en las calles para defender a las familias mexicanas de la violencia del crimen organizado, no del desorganizado de cuello blanco.
Entonces debemos entender, según el espurio, que la culpa de las más de 40 mil muertes es de la industria armamentista del vecino país, no de él que les ha dado manga ancha ni de los criminales a los que dice combatir.
Lo dije en mi columna anterior, la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad recibe otra bofetada. La militarización del país no sólo se reducirá sino que avanzará hasta cumplir el objetivo final de Washington o al menos hasta que termine el sexenio del terror y el pueblo despierte para elegir otra opción.
Por su parte, el poeta Javier Sicilia, desde El Paso, Texas, donde concluyó la Caravana, pidió directamente a los Estados Unidos el fin de la Iniciativa Mérida, que constituye el pretexto ideal de Calderón para continuar con una guerra que nadie pidió y que ha bañado de sangre al país sin que se hayan impactado, donde duele, $$$$, el crimen organizado ni el narcotráfico, que surte la demanda más grande de droga del mundo, la de los Estados Unidos.
Los exiliados de la guerra contra el narcotráfico recibieron con júbilo al poeta Javier Sicilia y a su gente cercana. Con nostalgia, Marisela Ortiz, defensora de Derechos Humanos, exiliada también, preguntó: ¿En qué momento perdimos nuestro México, señor Sicilia? ¿Cuándo dejamos de sorprendernos de la violencia? ¿Cuándo nos volvimos inmunes al dolor ajeno?
No sé qué fue lo contestó Sicilia. La información de la nota que leí en La Jornada de ayer no lo explica. Sin embargo, muchos podemos contestar a Marisela Ortiz y a nosotros mismos que lo valioso se pierde cuando dejamos de cuidarlo con nuestras propias manos, cuando la apatía o la desilusión nos mutilan y nos dejan inmóviles. Es la respuesta que yo le daría a los que han comprado la idea de que todos los políticos son iguales y que ya no hay nada que hacer.
Eso no es verdad. Sí hay mucho que hacer. Lo primero es mantener viva la esperanza, luchar por un cambio real que permita limpiar a la política de corrupción, complicidades e impunidad. Un cambio que coloque en la agenda nacional, como prioridad, el bienestar del pueblo y el renacimiento de México.
No todos pueden salir huyendo, no todos deben salir huyendo. Hay que pensar en los que vienen detrás de nosotros y que por derecho merecen un mejor destino.
Sí hay opciones. Apoyemos a un mandatario que se responsabilice de sus actos y no salga a decir: yo no fui, fue Tete.
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