Es útil conocer las preferencias sobre los prospectos de candidatos presidenciales, pero esto no puede ser método. Las encuestas dan indicios de competitividad, no de pertinencia política, y favorecen al más conocido, no al mejor. Sin embargo, los partidos se preocupan en exceso por lo que acontece en el mundo de las percepciones, obviando lo que se presenta en la política.
Encarrerado. Agosto de 2011. Foto: Claudia Guadarrama
No debiera ser, pero las encuestas están cobrando desproporcionada importancia en el imaginario de los observadores sobre la definición de los candidatos presidenciales que deberán postular los partidos. Los estudios de opinión representan indicios valiosos que deben ser interpretados con cuidado y considerados en su integridad; decidir candidatos bajo el reactivo de intención de voto o de conocimiento puede llevar a errores. Las encuestas no deben suplantar a los órganos decisorios de los partidos. La ausencia de reglas claras y procedimientos confiables sobre cómo seleccionar candidatos ha hecho de los estudios de opinión coartada para que las dirigencias eludan la democracia partidaria.
Es útil conocer las preferencias y las simpatías sobre los prospectos de candidatos presidenciales. Pero esto no puede ser método. La encuesta puede dar indicios de competitividad electoral, pero no de pertinencia política. Un aspecto que debe valorarse es que la encuesta favorece al más conocido, no necesariamente al mejor. Sin embargo, las cúpulas partidarias están ocupadas y preocupadas en exceso por lo que acontece en el mundo de las percepciones, obviando un tanto lo que se presenta en la política.
Así, por ejemplo, políticamente sería un absurdo que el PRI no postulara a Peña Nieto. No sólo es el caso de una ventaja de diez a uno sobre Manlio Beltrones, que registran las encuestas, sino que la fortaleza de su partido está en el territorio, como ayer lo argumentara Liébano Sáenz en este espacio, lo que le da una ventaja competitiva y de representación política de la que carece el senador. No sólo la mayoría de los votos se resuelve en los estados, también la política. Un segmento de la vieja guardia priista dice que Beltrones sería mejor presidente, aunque no mejor candidato. Nada hay que avale la afirmación. Un balance de lo que ha hecho cada cual como gobernador es suficiente para una evaluación sobre fortalezas y debilidades. El hecho es que el mayor respaldo de Peña Nieto viene del territorio, no sólo de las percepciones que consignan las encuestas.
En el PRD la situación es menos clara en cuanto a la preferencia ciudadana por AMLO o Ebrard. Hay consenso entre los perredistas de que el candidato debe ser López Obrador, pero en población abierta la diferencia es más estrecha. Sin embargo, habría que excluir del cálculo a quienes ya están definidos a favor de un candidato o partido distinto al PRD, de otra manera los que ya están decididos a votar por el PAN, el PRI o Peña Nieto decidirían al candidato presidencial de la izquierda. Pero más que eso, los perredistas no quieren a Ebrard porque saben que no es del PRD, que en el afán de ganarle terreno a Peña cedió ante Felipe Calderón para hacer un frente de Los Chuchos con el PAN; que su manera de hacer política, como siempre, es ganar el poder y mudar de piel cada vez que se agote el proyecto que suscribe. Estuvo con Salinas, después con los verdes, pasó al lopezobradorismo y ahora siente que llegó su oportunidad. De él todo se puede esperar, aunque su inteligencia acota su ambición. Sí, sería deseable que fuera postulado por el Panal. Tiene buena relación con la maestra. Empero, de ser candidato presidencial, su derrota sería abrumadora y provocaría un enorme daño a la izquierda al dividir el voto en el Distrito Federal.
En el caso del PAN, los estudios de las preferencias indican que hay dos punteros, Santiago Creel y Josefina Vázquez Mota. Ninguno de los prospectos afines al presidente Calderón tiene mayor respaldo no obstante que la élite panista se ha cargado con Ernesto Cordero. La declinación de Lujambio es tan inevitable como inminente; no prendió. La cuestión es que al igual que el PRD, el PAN está profundamente dividido. Los polos no son los candidatos, tampoco su dirigencia y su base militante, sino Vicente Fox y Felipe Calderón. El poder está con el segundo, el tiempo favorece al primero y habrá de acrecentarse una vez que se defina el candidato y, eventualmente, se materialice la derrota.
Por sentido de sobrevivencia el PAN debe acotar cuanto antes la contienda en Creel y Vázquez Mota. La especulación sobre candidatura “ciudadana” debilita al partido y a su futuro candidato o candidata. Lo de Ernesto Cordero es un desfiguro que afecta al PAN, al presidente Calderón y a la conducción económica del país. El tiempo se les vino encima y no hay candidato por construir. Lo que se requiere es un acuerdo que dé posibilidad de posicionamiento a los que mejor representan al panismo de base, sin comprometer la normatividad sobre precampañas.
De cualquier manera, la contienda por la Presidencia es historia por conocer. Las encuestas interesan y a algunos les divierte de cara a la incierta ruta de la política.
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