Déjenme hacer una previsión respecto de la gran pelea por la Presidencia. Bajo el ardiente sol de julio, a la hora señalada, tres rivales se enfrentarán en duelo fatídico. Uno solo sobrevivirá. Cuando acabe el combate el escenario de la política mexicana habrá cambiado para siempre. Los actores para el futuro serán distintos. El ala progresista sufrirá una recomposición completa. Emergerá una nueva fuerza que sin prisa ni pausa ha venido creciendo y articulándose. Es muy raro el politólogo que se ha percatado del fenómeno, pero los políticos y gobernantes que habitan el Olimpo y gozan de una información privilegiada saben a qué me refiero.
Si el PRI pierde se derrumbará sin remedio. La mayoría acepta que durante una larga época prestó servicios relevantes; sin embargo desde hace más de 40 años se convirtió en la peor calamidad para México y finalmente hacia 1985 implantó las políticas más reaccionarias. Hubo quien pensó que después de perder la Presidencia en 2000 el partido desaparecería o se modernizaría. No sucedió ni lo uno ni lo otro. Fox lo ayudó a sobrevivir y el partido ha mantenido todos sus vicios, complicidades y rituales aferrado a la nostalgia de un pasado hegemónico, navegando contra los profundos cambios de la sociedad mexicana.
Ahora nos ofrece un candidato impulsado por una enorme campaña publicitaria pero con evidente incapacidad para gobernar a la nación en esta hora difícil. No tiene respuesta clara frente a la falta de crecimiento, la violencia y la injusticia social. Después de sus errores de diciembre ha sido preservado de contactos peligrosos. La ilusión de la inevitabilidad de su triunfo se mantiene gracias a una costosa manipulación de las encuestas. Los priístas saben que la derrota sería el colapso. Sus líderes envejecidos están en su mayoría desprestigiados. No hay un programa, ni líder, ni eje vertebrador. Las fracturas están a la vista. Un gran movimiento de repudio podría barrer con un partido arcaico y resquebrajado por la derrota.
En cuanto al PAN, la derrota bien merecida por las pésimas gestiones de Fox y Calderón provocaría un impacto interno brutal. Como señala Soledad Loaeza, habría acusaciones mutuas, fracturas y desgajamientos. No hay líder capaz de administrar una derrota. El PAN volvería a ser un pequeño partido conservador con un electorado, decreciente, de 18 por ciento.
La perspectiva de derrota para priístas y panistas es terrible. Calderón utilizará todos los recursos para exhibir a sus adversarios y tratará de desfondar la candidatura de Peña. Los priístas no son mancos y le devolverán los golpes. Los panistas no merecen una tercera oportunidad. Tampoco los priístas ni nosotros merecemos la restauración del viejo régimen, única propuesta clara de Enrique Peña.
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