La candidatura de Enrique Peña Nieto es el fruto de una gran coalición de gobernadores y políticos locales priistas. Ni los priistas del centro ni los observadores profesionales vieron venir esa coalición, sino cuando la tenían encima y ya era una avalancha.
Los priistas del centro concentraron su esfuerzo en el orden federal: el partido, el Congreso, Los Pinos, la prensa. Los observadores profesionales tendieron a no ver en Peña Nieto otra cosa que una invención telegénica.
Mientras eso sucedía, el peñanietismo ganaba elecciones locales y producía gobernadores y alcaldes en toda la República, hasta levantarse con un triunfo federal arrollador en las elecciones del Congreso de 2009.
Hizo todo eso con inteligencia y profesionalismo electoral, pero también con facilidades presupuestales y políticas dignas del antiguo régimen. Nada se parece tanto a los presidentes del antiguo PRI como los gobernadores de estos últimos años —priistas y no priistas.
En la democracia mexicana, los gobernadores han tenido autonomía política respecto del centro, control casi absoluto de su espacio público, medios obsecuentes y mayoría en el Congreso. Nombran a los responsables del Poder Judicial y de los órganos electorales, comparten negocios con la empresa local y les sobra el dinero para hacer política.
Los gobernadores serán claves en la elección federal del 2012. En ellos reside la fortaleza territorial de la candidatura de Peña. En ellos también reside su debilidad. Pues los usos y costumbres que son novedosos y contundentes en el ámbito estatal, en el nacional parecen arcaicos y dan el efecto contrario: no triunfos en las urnas, sino derrotas en la opinión pública.
Los usos y costumbres del feuderalismo mexicano (feudo+federalismo) son la fuerza y la debilidad de la candidatura de Peña Nieto: el parque, a la vez pujante y arcaico, del PRI.
Espacios críticos de la candidatura son también los aliados que escogió.
Primero, su generosa, para muchos inexplicable, alianza con la red más desprestigiada de políticos jóvenes de la República, esa terrible mezcla de oportunismo político y enriquecimiento personal que es el PVEM.
Segundo, con el sindicalismo magisterial, representado en el Partido Nueva Alianza, el cual, a diferencia de los viejos jóvenes verdes, al menos representa una fuerza territorial efectiva, cuya factura, sin embargo, puede ser al final mucho más cara: nada menos que el rumbo y el ritmo de cambio de la educación mexicana.
La candidatura de Peña es nueva y vieja a la vez. Tendrá que arrastrar a sus dinosaurios al futuro aprovechando un rasgo del viejo PRI: su disciplina.
¿Es verosímil la contradicción: una cargada priista hacia el futuro?
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