Periodistas elogiosos y “sorprendidos” por el “terciopelo” entre Calderón y Peña
“En lugar de servilismo, dicen verticalidad”, Borges.
Ricardo Alemán, López Dóriga, Carlos Marín, Ciro Gómez Leyva, Jesús Gómez Fregoso, Carlos Loret y todo periodista que utilice una y otra vez como merolico redomado el patético y ridículo concepto de “transición de terciopelo”, no hace sino ser, 1. Simulador, 2. Perverso o 3. Ingenuo. Y acaso un concepto los aglutine: Funcionalismo.
El punto tres se auto descarta, se aplica en todo caso a los novatos sin edad que reproducen acríticamente lo que leen y escuchan de los “güeyes (que no vacas) sagrados” del periodismo.
El punto uno, es el estado normal. La simulación es la norma de quien está absolutamente comprometido con el sistema, con reproducir favorablemente las notas, con hacer “críticas” precisamente de terciopelo, elogios y apologías, promociones pagadas como noticia, encuestas a modo del candidato al cual se ha apostado, quien recibe “información confidencial”, etc. ¡Y todavía quiere que se le vea como periodista objetivo! La presunta objetividad reside en ofrecer datos, cifras y estadísticas que enmascaran el fondo. Porque algo es cierto, cuando en el pasado se procuró la objetividad sociológica, no tardaría en llegarse a la conclusión de que tal condición no existe en realidad. El individuo siempre está tomando partido, decisiones del todo subjetivas. Y quizá lo mejor sea la toma de posición clara frente a los acontecimientos políticos y los políticos mismos, lo cual incluye algunas migajas de crítica. Por ello, hastía la falsa objetividad de periodistas como los arriba citados.
Para resumir con egregio ejemplo, estos periodistas son los que ven en Calderón a “un demócrata consumado y un verdadero estadista” (El Universal, 01-11-2012; ¿demócrata y estadista del 0.56%, del desempleo, del nulo crecimiento económico, derrochador del erario público, de la incapacidad de construir una refinería, de colocar a sus amigos en los puestos estratégicos, bufón, de 60mil muertos –o los que sean- de su guerra no consultada a la sociedad, Alemán?), pasándole la banda presidencial a otro gran estadista en ciernes que ya “toma las riendas” (Berrueto), en una “transición de terciopelo” (López Dóriga et al) entre el fallido PAN y el PRI-dinosaurio de pretendido nuevo rostro.
¿Cómo no va a ser de terciopelo la transición si el primero en felicitar a Peña el 1 de julio fue Calderón, si el candidato elegido estaba ya pactado entre televisa y el ejecutivo como demuestra la ausencia absoluta de apoyo a Vázquez Mota por parte del propio Calderón y el PAN (Vázquez, quien posteriormente a la debacle no asiste donde se le invite, así sea la inauguración de su propio retrato)? ¿Cómo no va a ser de felpa, si ambos representan exacta y literalmente el mismo proyecto económico, los mismos planes dentro de ese sistema llamado o conocido como neoliberalismo (Pemex, el blanco mayor) del cual el PAN no ha sido sino el más entusiasta prolongador luego de que De la Madrid y Salinas lo impusieran? ¿Creen, nada apreciable periodistas, que sus lectores son estúpidos, o los estúpidos son ustedes?
Claro que no hay estupidez, estamos en realidad en el punto dos. La divisa insertada (como en los pobres toros) en estos periodistas: La perversidad. Estamos ante quienes abusan impunemente de las páginas de papel y virtuales, la radio y la televisión. Ante simuladores, engañabobos, tartufos, que actúan convenientemente de acuerdo a su posición de “líder de opinión”, la cual “venden” adecuadamente al contratante y al público. Ante quienes la llamada ética periodística no es sino una distante ambición estudiantil, pues su presente lo dicta el poder.
No hay que engañarse, no hay periodismo objetivo. Hay en todo caso periodismo definido por las carteras y la simulación contra el periodismo que, genéricamente y sin particularizar, tiende a la oposición del sistema (La Jornada, Proceso y algunos pocos más).
El público debiera ser sagaz y tener muy claras las posturas, las definiciones, si desea ir más allá del lector ingenuo que absorbe acríticamente toda labia del periodismo funcional, que en jerga gramsciana sería una suerte de periodismo orgánico en función del sistema que reproduce, alimenta y elogia; y del cual vive.
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