Poder popular
Rafael Correa, presidente de Ecuador.
Foto: AP
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MÉXICO, D.F. (Proceso).- El recién reelecto presidente de Ecuador, Rafael Correa, no necesitará un artificial “Pacto por Ecuador” para cooptar a sus rivales y ablandar a la oposición en busca de una falsa legitimidad política. Su contundente victoria del domingo 17 le permitirá avanzar a pasos agigantados y de manera directa en su proyecto de privilegiar el bienestar de los ecuatorianos y de “someter a las transnacionales y a la globalización deshumanizante”. “Que manden los pueblos, no los capitales”, resumió el mandatario su visión política en su discurso pronunciado la noche de la elección.
Correa recibió el respaldo de 56% de los votantes y duplicó la cifra de su más cercano competidor, Guillermo Lasso. Ni siquiera la suma de los sufragios de los seis partidos contendientes alcanzaba la votación para presidente. En marcado contraste con las recientes elecciones presidenciales en México, el pueblo votó en contra del candidato de las principales televisoras y cientos de miles de ciudadanos tomaron las calles para celebrar el triunfo de Correa.
La reafirmación de la soberanía popular por encima del poder del dinero en Ecuador constituye una gran lección y ejemplo democrático para México y el mundo. En aquel país sudamericano las elecciones populares siguen siendo vías para lograr la transformación social. El pueblo respalda de manera espontánea a su mandatario porque encarna sus esperanzas para lograr un país más justo e igualitario, aun cuando los principales medios electrónicos han sometido al presidente a constantes golpeteos y descalificaciones infundadas.
En contraste, en México las elecciones de 2012 implicaron el cierre del ciclo de esperanza electoral iniciado en 1988. Cada día existe menos ilusión ciudadana en la posibilidad de lograr un cambio verdadero por medio de los comicios. Aun con los enormes obstáculos que enfrentaban Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier en 1988, hace 25 años los ciudadanos todavía creían que una victoria de la oposición era posible y eventualmente inevitable.
Antes existía la posibilidad de que las elecciones pudieran sorprendernos con sus resultados. Hoy todo parece arreglado de antemano a partir de los pactos cupulares entre los poderosos. El papel del Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se reduce a ser simples observadores y lavadores de las irregularidades cometidas.
Esta profunda desesperanza ciudadana y falta de legitimidad pública son las verdaderas causas de las situaciones de “ingobernabilidad” que surgen todos los días.
Fragmento del análisis de John M. Ackerman que se publica en la edición 1895 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
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