La reducción de la pobreza en México se revirtió en los años recientes, con consecuencias que afectarán el futuro del país. Los niños constituyen casi la mitad de los 52 millones de mexicanos pobres, dato que indica que la pobreza podría tener consecuencias más duraderas que en otros países, sostiene un nuevo informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El gasto público destinado a atender necesidades sociales en México es una tercera parte del gasto promedio en los países que pertenecen a ese organismo, indica el informe Perspectivas OCDE: México, reformas para el cambio” (La Jornada, 11/01/12, Roberto González Amador).
En época de la globalización, el estudio del campo mexicano, la profundización del porqué de la tan sabida pobreza que se incrementa día a día con índices alarmantes es un problema apremiante y por demás complejo. Los intentos explicativos, económicos, administrativos, políticos sociológicos o sicológicos son insuficientes para comprender la complejidad del campesino indígena.
El indígena, al dejar la noche campesina llena de melancolía y misterio, de amargura y nostalgia, de creencias y magia, expulsado de su tierra y atraído por el espejismo de la ciudad (que poco tiene ya que ofrecer incluso para los citadinos), hechizado por el fuego asesino de las llantas viejas, se convierte muchas veces en vendedor citadino de todo y nada y se le diluye el recuerdo de las siembras y sus animales, soñar bajo los árboles y el frescor y el aroma de los pinos.
Los signos del campesino en la ciudad son lo transitorio, lo inestable, las pérdidas, la imposibilidad de inserción en un sistema en desarrollo tecnológico. Al terminar su juventud, aquél no puede incorporarse a la sociedad ni al sistema. No encuentra su identidad y difícilmente la trasciende para vincularse con los otros.
Sin la confianza en sí mismo no puede hacer frente y confiar en las relaciones con los demás, no puede afiliarse a grupos y menos cumplir con los compromisos sociales, económicos y políticos que trae aparejado lo que sería su adhesión la colectividad. Lentamente se aleja y se aísla de los demás, se margina cada vez más y lo que empezó como una exclusión del sistema termina por ser una autoexclusión.
Neurosis traumáticas transgeneracionales, simbologías distintas y pobreza y depresión extremas. Y eso, ¿cómo se globaliza?
En el informe, la OCDE dedicó un capítulo a la agricultura, en el que mencionó que en México ese sector emplea a 13 por ciento de la población económicamente activa (actualmente de 49 millones de personas) y genera 3.8 por ciento del producto interno bruto. Además de una estructura productiva conformada por unidades agropecuarias muy pequeñas, más de la mitad del territorio mexicano se administra mediante algún tipo de propiedad social, como ejidos o comunidades agrarias. Abunda que las reformas al sistema de tierras comunales impuesto en 1992 (durante el gobierno de Carlos Salinas) redujeron restricciones que pesaban sobre la transmisión de la tierra, con la intención de mejorar la flexibilidad de la producción agropecuaria y de fomentar la inversión. Sin embargo, en la práctica el impacto ha sido limitado (La Jornada, 11/01/12, González Amador).
Ante un problema tan severo urge el planteamiento de posibles soluciones prácticas para mejorar la vida del campesino. En un brillante y lúcido artículo de Gabriel Zaid (Reforma, 24/05/ 2003) titulado Confusiones sobre el campo, que ya he citado, expone soluciones al problema.
Zaid enfatiza que aunque el campo está poblado en grado mayoritario por campesinos, no todos los que viven en el campo son campesinos. Las mejores tierras y el grueso de la producción son producto del campo moderno. Hace alusión a cifras que clarifican la situación del campesino en el campo: En la agricultura tradicional, 95 de cada cien personas producen alimentos para sí mismas y las cinco que viven en las ciudades; mientras que, en la agricultura moderna, bastan cinco en el campo para alimentar a cien. Los campesinos destinan su producción al autoconsumo y a los mercados locales. Casi todo el comercio exterior agropecuario se mueve entre el campo moderno de unos países y las grandes ciudades de otros. Según Zaid, los campesinos no piden ni deben con el campo moderno. Las mejoras en sus siembras deberán ser enfocadas a mejorar la dieta local. Resulta más económico y más práctico crear fuentes de empleo para ellos en el campo que en la ciudad. La industria ligera y las artesanías pueden ser fuente de empleos con una mínima inversión para sacar al campesino, como señala Zaid, de una economía de subsistencia, al margen de los grandes mercados. Por tanto, el acento debiera colocarse en el hecho de lograr que el campesino sea productivo en su propia comunidad sin competir (en francas condiciones de desventaja) con la agricultura del campo moderno. Las actividades microindustriales pueden ser la solución al problema del campesino. Y como ejemplo, Zaid señala la industria artesanal desarrollada por Vasco de Quiroga en Michoacán.
Tales alternativas tendrían además la gran ventaja de no desarraigar al campesino de su comunidad, sus raíces y tradiciones y sobre todo de su simbología propia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario