Armado hasta los dientes con recursos públicos y un ejército de manipuladores del voto incrustados en los aparatos de gobierno, el priísmo encara este año electoral. Las bien equipadas maquinarias están listas en casi todos los estados (12) donde se renovarán gubernaturas. Sus guías esperan, no sin temores, que de triunfar en todas, la ruta hacia 2012 quede despejada. Los rivales, por su parte, hacen esfuerzos por no quedar tirados a la vera del reparto y plantean alianzas que engendran varias dudas, tanto por su efectividad como por las consecuencias para la vida democrática del país. Pero ésas son las condiciones que se viven o las que, a duras penas, las burocracias partidarias pueden ofrecer al electorado.
Lo cierto es que, en cuanto a ideas y propuestas para atajar la demoledora crisis que envuelve a los mexicanos en casi todos los órdenes de la vida organizada, el priísmo no presenta oferta alguna que pueda atarse con las seguridades suficientes para su pronta ejecución. Flota entre la alharaca, retadora a veces, fingidamente seductora, amenazante en otras ocasiones, y una vaga suposición de ser los más hábiles, los que han acumulado experiencia de gobierno, los de la pesada mano a la hora de las decisiones cruciales, los que mejor saben usar el poder.
Todas estas fintas no son más que retazos fragmentados de una imagen etérea, trabajada sin más soporte que una triste historia decadente. Pretenden circular, por ahora, sin exponer visión alguna de futuro –si es que la tienen–, sin definir medios y ruta concreta para al menos paliar la emergencia. Degradante emergencia totalizadora que es desde hace tiempo la mayor angustia colectiva de los ciudadanos. Quieren de esta cínica y enredada manera esquivar obstáculos, diluir el costo de su íntima, arraigada derechización y los varios errores que han cometido en su deambular por la cruenta actualidad.
Los priístas de alcurnia buscan con esmero y maniobras escénicas desafinadas el apoyo de la plutocracia nacional. Ése es su mero altar entrevisto, el tronante dictado del oráculo ante el cual arrodillarse, la voz insoslayable que sustituye sus incapacidades para hacer política de cara al pueblo llano. Aparecer en la pantalla casera y hacer oír su rollo (que nada tiene de sagaz, menos aún de imaginativo) en el cuadrante radiofónico es el destino manifiesto y terminal. Recibir el respaldo de conductores y críticos a modo les engruesa la debilidad de sus posturas plagadas de lugares comunes. La prensa de fondo es demasiado quisquillosa para sus desplantes de dudosa confiabilidad. Las columnas de chismes son lo suyo, el medio que dominan, el lugar donde retozan y el conducto a través del cual envían sus tontos mensajes de ataque o defensa. Es en el columnismo donde se atreven a balbucear algo que puede semejarse a una oferta política. No por lo que pueden vislumbrar como necesarias para la nación, sino por lo que abrigan de sus muy personales pretensiones de hacerse con el cargo siguiente o los negocios de ello derivados.
Pero de maneras poco claras, el electorado parece abrigar inclinaciones de voto sobre el PRI (como partido) y también por ciertos de sus directivos. No es un fenómeno inédito, distinto al que en previas consultas brota a la hora de solicitar la opinión anticipada de la gente. Algo, o mucho, de esa tendencia registrada en las encuestas y en lo sucedido en la elección intermedia tiene como contraparte el enorme hueco dejado por el panismo entronizado en el Poder Ejecutivo y las previsibles tribulaciones de los dirigentes perredistas amarrados al escalafón partidario. La misma izquierda, en su acepción más amplia, tiene responsabilidad en cuanto a su ineptitud para desgranar alternativas, para innovar, para presentar una aceptable, realista salida a la crisis y alumbrar el cerrado camino hacia oportunidades disponibles.
Mientras en Europa (Francia e Inglaterra en particular) esbozan una estrategia para castigar con impuestos especiales a las enormes corrientes de recursos especulativos, capaces de desquiciar al mundo, en México tal esquema ni siquiera se transmite por los medios que presumen de informados, menos se estudia o retoma por los órganos públicos responsables de esas áreas. Las modificaciones sobre la seguridad social en Estados Unidos que Obama quiere hacer ley, aquí sólo retumban en cuanto muestran las tribulaciones de la Casa Blanca para pasarla, con ventura, en el Congreso. Pero de ninguna manera se intenta su traslado, adecuarlas, dar sentido a esas urgencias de salud y seguridad que aquí se tienen y sufren de acentuada manera. Y qué decir del freno propuesto ante la irresponsabilidad especulativa de la banca estadunidense que, una vez esquivada la fase más cortante de la crisis, suponen que la normalidad ha vuelto, que nada cambió y todo permanece expectante para operar con las mismas triquiñuelas y riesgos desatados bajo la fórmula de operaciones con insaciables derivados. La actual burbuja de la bolsa local, con acciones tasadas a 30 veces su valor en los balances, no les parece a las autoridades locales predictiva de una tragedia potencial. Los inversionistas entran y salen sin controles, sin costos o cortapisas (impuestos especiales, tiempos mínimos de permanencia) que los hagan reflexivos y siguen ajenos a lo que desde Wall Street se trama en un intento por volver a engordar las utilidades de esa elite financiera por demás rapaz, irresponsable y sanguinaria.
Para tender un manto sobre la acuciante realidad que envuelve a las mayorías nacionales, cualquier señuelo o distractor es propicio. Ya sea que trate de una insulsa y ruidosa reforma política o del trasteo deshilvanado de alianzas electoreras. Las preguntas que siguen flotando sin respuesta apuntan hacia el cómo salir, con certezas amarradas, de la crisis social, productiva, política y cultural que ahoga a México. Por lo pronto, el PRI garantiza ante los poderosos la continuidad del mismo modelo depredador, entreguista y profundamente desigual: una ganga ante el voto de los electores que habrá de espulgar más adelante.
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