domingo, 8 de agosto de 2010

El alto costo de ser una mujer pobre ((HABRA QUE SENSIBILIZAR A LOS MALOS GOBIERNOS, DESPIDIENDOLOS!!))

GUANAJUATO.-Hoy es un día decisivo y distinto para Verónica. A sus 24 años ha cumplido un año cuatro meses en prisión. Lo único que la devuelve a la realidad, después de su sentencia, es cantar: “En la cárcel de tus brazos...”, del grupo La Industria del Amor, esa canción que le gusta porque habla de su vida en reclusión. Por lo demás, nada se modifica y se ha propuesto no ser amiga de nadie.

Le disgustan los apegos. No mira a casi nadie, sólo procura regresar a su cama y a la música después de haber escuchado a la abogada que esta vez le informa que se ha dictado sentencia de 29 años de cárcel por homicidio en razón de parentesco. Sólo la música la devuelve a la realidad; la razón va regresando. Todo lo demás es violento. Rabia, coraje, impotencia se van gestando mientras una licenciada dice: “Vete haciendo a la idea de que no vas a salir de aquí hasta el cumpleaños de tus nietos, eso si bien te va”.

Después, apaga la radio y sale al patio; ahí se encuentra con la cocinera que le acerca una sopa caliente mientras asegura le hará bien algo en el estómago, que se olvide de los 29 años; que quizá la licenciada se equivocó en el número de años de la sentencia; dice que aún le queda ampararse en un juzgado federal. Verónica no acepta alimento ni esperanzas. No reconoce futuro. ¿Te vas a comer la sentencia que te dieron?, pregunta la cocinera. Será en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de Guanajuato donde cumplirá su condena. Si todo continúa como hasta ahora, saldrá con 53 años de edad por un crimen, que a su decir, no cometió. “Nunca es de noche en la cárcel, nunca vuelves a dormir tranquila; pero se sobrevive. Se puede. Se hace lo que se puede. He sido tratada todo este tiempo como delincuente, criminal y mentirosa”, afirma.

En el origen de Verónica Padrón Alarcón hay pobreza en la infancia; precaria información sexual y educación escolar (estudió hasta tercero de primaria) y una vida en el campo que inició a los 12 años cortando chile, jitomate y pepino con jornadas diarias de más de 10 horas de arduo trabajo, según relata.

Madre de una niña de tres años y a la que sólo ve una vez al mes en el reclusorio, Verónica aún sostiene una relación con el padre de su primera hija. Es madre soltera. “Yo no vivo (por un hombre), ni me ato a ningún hombre, ¿para qué entrar en esa batalla, a esa guerra que es el matrimonio?, va diciendo durante la entrevista con EL UNIVERSAL en las instalaciones del Cereso de Guanajuato.

Durante su segundo embarazo decidió no acudir a la clínica de su comunidad, pues a su decir, la enfermera maltrataba a sus pacientes y a su hija. Su familia no contaba con recursos para un médico particular. “Yo estaba ahorrando para mi segundo parto”, aseguró.

Sigilosa, corpulenta, baja de estatura, observadora, aparenta más edad de la que tiene; vestida con el uniforme oficial color arena, cuenta cómo todo cambió el 19 de marzo del año 2009.

“No sé cómo explicarlo con claridad —dice Verónica—, era de noche, tenía seis meses de embarazo, sentí deseos de ir al baño; me fui rumbo a la nopalera, luego vi cómo el bebé se me escurrió entre las piernas y me desmayé. Escuchaba a lo lejos a mi papá que gritaba: ‘¡Despiértate hija!’... luego mi mamá cortó el cordón umbilical, yo nunca la escuché llorar, pusieron a la bebé encima de mi vientre, pero ya estaba muerta. No sentí ningún dolor físico. Mis papás la envolvieron en una cobija, la acostaron sobre la mesa junto con unas flores y enseguida mi padre salió a buscar a las autoridades para avisarles de la muerte de la bebé. Yo realmente deseaba una hermana para mi hija. Era un bebé que esperaba junto con mi pareja”, aseguró Verónica en la entrevista.

“A las 10 de la mañana del día siguiente llegó el Ministerio Público para decirnos que habían recibido una llamada anónima que explicaba que yo había ido a tirar a la bebé; que no estaba casada; que me había tomado un abortivo porque no me alcanzaba el dinero que ganábamos para mantener a dos hijas. Es verdad que ganábamos poco (70 pesos a la semana entre entre los dos) pero yo no la maté...”, continúa Verónica su relato.

“Nunca analizaron el cuerpo de mi bebé, no hubo pruebas periciales ni declaraciones de los forenses, el cuerpo desapareció y se lo devolvieron a mis padres tres meses después, envuelto en una bolsa de plástico negro. No pudimos comprobar si era mi bebé”, dice. “Mis padres lo enterraron, pero ahora no sabemos si ellos van a ponerle flores a una tumba, que es realmente de su nieta que murió”.
En el origen de Verónica Padrón Alarcón hay pobreza en la infancia; precaria información sexual y educación escolar y una vida en el campo que inició a los 12 años cortando chile y jitomate con jornadas diarias de más de 10 horas de arduo trabajo

En Soledad Nueva, Dolores Hidalgo, municipio donde Verónica nació, las madres solteras no son aceptadas: “Cuando me embaracé por primera vez sin casarme, mis tías le decían a mi madre que debían colgarme del pellejo en la plaza pública, pues yo era un mal ejemplo para la comunidad..., así es que cualquiera pudo haber llamado de manera anónima para acusarme de mi segundo embarazo y de la muerte del bebé”, dice. “Lo que tuve fue un aborto espontáneo, no maté a mi bebé y fui sentenciada por homicidio en razón de parentesco”, insiste.

Trascurrieron tres días, al cuarto día Verónica fue aprehendida. “Me dijeron (los agentes) que únicamente podría recuperar mi libertad si firmaba cinco hojas en blanco y así lo hice. Dijeron que tenía que declarar que yo había matado a mi bebé si quería volver a ver a mi otra hija, a mi familia y a mis seis hermanos”.

Verónica firmó cuanto papel le indicaban. No tuvo, a su decir, un abogado defensor que la asistiera y los escasos recursos de sus padres limitaban la posibilidad de un litigante particular.

“Un licenciado del juzgado escribió algo de puño y letra, donde decía que yo tenía que declarar haber ahogado a mi bebé”..., continúa Verónica, esta vez iracunda.

A pesar de no perder la esperanza de que se haga justicia y de recuperar su libertad, Verónica se ha encargado de que su hija no sepa dónde está. La niña sólo sabe que su madre debe un dinero en la fábrica en la que trabaja y así se lo hace saber cada vez que madre e hija se encuentran en el reclusorio. “Esto es una fábrica mi’hijita”, dice invariablemente Verónica cuando se encuentran.

“Una de mis hermanas tuvo que dejar sus estudios de secundaria para que la niña pudiera encontrarse conmigo aquí en el Cereso de Guanajuato”.

Más que una distancia geográfica

Verónica pasó varios meses en la cárcel municipal de Dolores Hidalgo, hasta que le informaron que debía ser trasladada al Cereso de Guanajuato”. Ese traslado fue largo, el camino eterno; supe que entre mi hija y yo se imponía una distancia aún más larga. Antes, cuando estaba en la cárcel municipal podía verla hasta tres veces a la semana, ahora sólo una vez al mes”.

Después se abrió el proceso penal 68/2008 y es Verónica Cruz, directora del Centro de Atención a la Mujer Las Libres, quien denuncia la “cacería de brujas” en Guanajuato contra mujeres que abortan. “Hemos investigado un fenómeno que parecía imposible comprobar, el encarcelamiento de las mujeres por ejercer su derecho a decidir. Conforme vamos conociendo las historias de estas mujeres, encontramos cómo un sistema de procuración y administración de justicia se ha ensañado con ellas”, dice.

Mujeres pobres y poca educación

Estas mujeres tienen características comunes: son pobres, con escaso acceso a la educación formal, escasos recursos económicos y herramientas de vida para la defensa de sus derechos básicos; con familias tradicionales donde persiste un temor al ejercicio pleno de la sexualidad, así como una deficiente comunicación entre hijas, padres y madres. Escaso conocimiento sobre el funcionamiento de su cuerpo, su reproducción, ciclo menstrual, su derecho a ejercer una sexualidad libre y placentera, falta de acceso a métodos anticonceptivos y de herramientas para negociación en la relación de pareja.

Hoy, Verónica afirma ser una mujer más fuerte, que conoce sus derechos hacia la libertad y justicia, está recibiendo asesoría legal y decidió dar su testimonio “para que ninguna otra mujer vuelva a confiar en los agentes del Ministerio Público, ni en las autoridades judiciales”.

Según su testimonio, es inocente, confió en que la dejarían en libertad si firmaba lo que le indicaban debía firmar, pero eso, asegura, la hundió. Mientras tanto, se capacita para ser una persona preparada, estudia la primaria y quiere llegar a ser universitaria para estar a la altura de su hija, “ahora que salga de prisión”, afirma.

—Verónica, ¿si pudieras regresar el tiempo al 19 de marzo, hubieras hecho algo distinto?

— Sí, le hubiera avisado a mis padres que no me sentía bien. ¿Pero cómo voy a avisarles que no me sentía bien, si solamente tuve deseos de ir al baño y el bebé se vino para abajo sin que yo lo sintiera?— dice en tono afligido.

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