jueves, 18 de noviembre de 2010

México SA-- El empujoncito de Cordero-- Discursos, promesas y resultados-- Mal canalizado el pago por riesgo-- Carlos Fernández-Vega



Contento y satisfecho quedó el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, tras la aprobación de los diputados federales del presupuesto de egresos de la Federación 2011, porque, según dijo, no sólo contribuye al fortalecimiento de las finanzas públicas y permite al país contar con herramientas para enfrentar los retos para crecer el año entrante, sino –lo más relevante– posibilita dar otro empujoncito a la economía para terminar de recuperarse de la crisis mundial.

Qué bueno que con eso quede satisfecho, pero más allá de la felicidad del funcionario, sus palabras reflejan precisamente la estrechez de miras, por no decir mediocridad, del amigo del señor de Los Pinos y, desde luego, el limitado alcance del propio Felipe Calderón: lo que la economía mexicana requiere, según dice el sonriente secretario de Hacienda, es un empujoncito. Sólo eso, un pequeño empellón para que la economía nacional se recupere a plenitud de la crisis mundial, y ¡listo!

Días atrás se comentó en este espacio que la economía nacional apenas logró crecer a una tasa promedio real anual de 1.38 por ciento en el periodo 2001-2009 (con gobiernos panistas, por cierto), y que en ese mismo lapso el producto interno bruto por habitante a duras penas avanzó 0.2 por ciento, balance que ubica al país en los últimos lugares latinoamericanos en ambos renglones, de acuerdo con las cifras de la Cepal. En los hechos, este balance de resultados se traduce en que México registra su segunda década perdida (en los últimos 30 años), con peores resultados (1.38 por ciento) que en la primera (la de los 80), cuando la tasa promedio anual de crecimiento fue de 1.9 por ciento, el peor resultado –hasta la llegada del panismo a Los Pinos– de la dictadura neoliberal mexicana. En la crisis de 2009 fue el último lugar latinoamericano y ocupó el escalón 143 de 156 posibles en el ámbito internacional, de acuerdo con el reporte del Banco Mundial.

Cómo estará la cosa, añadimos, que de 2001 a 2009 la economía nicaragüense –una de las más paupérrimas de América Latina– registró un crecimiento superior al de la mexicana: 2.7 (y 1.37 por ciento de PIB por habitante) contra 1.38 por ciento (y 0.2 por ciento del PIB por cabeza), respectivamente. Eso sí, los gobiernos panistas (Fox-Calderón) pueden presumir que obtuvieron mejores resultados en el periodo que, por ejemplo, Haití (0.7 por ciento de “avance) o Jamaica (uno por ciento), aunque no pasarían de allí, pues incluso las naciones latinoamericanas reportan un mejor balance que el mexicano (Guatemala, con una tasa promedio anual de crecimiento de 3.32 por ciento; El Salvador, 2.24; Honduras y Belice, 4.1 en cada caso; Costa Rica, 4.3, y el citado caso de Nicaragua).

Pues bien, no obstante que el referido balance resulta política, económica y socialmente escalofriante, el feliz cuan entusiasmado secretario de Hacienda, y el inquilino de Los Pinos junto a él, asegura que lo que único que requiere la economía mexicana para terminar de salir de la crisis es, simple y sencillamente, un empujoncito. ¿De qué proporción tendría que ser ese empujoncito como para sacar de la pobreza a más de la mitad de la población, para generar empleo formal suficiente y bien remunerado, para comenzar a pagar la voluminosa deuda social que acumula el país, para generar desarrollo?

Tendría que ser un empujoncito constante no menor a 6 por ciento anual de crecimiento (algo no registrado desde hace tres décadas) para que México comenzara, y sólo eso, a salir del hoyo, es decir, justamente lo que el presupuesto de egresos de la federación 2011 no promueve ni permite, por mucho que su aprobación por parte de los diputados provoque la envidiable felicidad al señor Cordero. Si el país creciera con base en los discursos y la sempiterna sonrisa del inquilino en turno de Los Pinos y sus respectivos funcionarios, a estas alturas México sería el primer mundo del primer mundo. Lamentablemente, la realidad ni de lejos coincide con la placidez de los llamados servidores públicos.

Si de discursos se trata, Felipe Calderón y sus apóstoles han prometido todo, absolutamente todo: mayor generación de empleo; incremento de la inversión nacional y extranjera; pago de la deuda social; distribución de la riqueza y el ingreso; finanzas públicas mucho menos dependientes de los recursos petroleros; combate a la pobreza; justicia social; desarrollo; infraestructura social, económica, de comunicaciones, salud, educación, drenaje, agua potable; competitividad y productividad; recursos suficientes para escuelas y hospitales; acabar con los privilegios en el sistema tributario; fondos adicionales para todos los estados de la República; tarifas eléctricas más justas para la población y más competitivas para la industria; supercarreteras; servicios más elementales para los mexicanos; disminuir la brecha de la desigualdad; superar lacerantes rezagos; liberar recursos públicos para programas sociales; construir un México más justo, un México mejor; solidaridad entre las mexicanas y los mexicanos; trabajar en favor de los que menos tienen; transformar sustancialmente la lucha contra la pobreza y la desigualdad; acelerar el paso en el compromiso que todos tenemos por la justicia, porque no hay calidad sin justicia; disminuir las diferencias que separan a México; cerrar de una vez la brecha de México con ese México agraviado, con ese México olvidado, con ese México de la pobreza que marca toda la geografía nacional; construir el México unido que todos queremos; transparencia y eficiencia en el gasto público y, desde luego, el histórico gasto destinado al campo y lo que se acumule.

Todo lo anterior se materializará, según la versión y las cifras oficiales, con una raquítica tasa promedio anual de 0.7 por ciento de crecimiento (logro concreto hasta el cuarto año de estancia calderonista en Los Pinos). El balance es terrorífico, pero el feliz secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, no se acongoja: suficiente con un empujoncito. ¿En serio?

Las rebanadas del pastel

Si de empujoncitos se trata, al inquilino de Los Pinos y a su gabinetazo le aumentaron el ingreso en más de 800 mil pesos anuales, por la vía del pago extraordinario por riesgo, que los magos de las finanzas nacionales se sacaron de la manga. ¡Qué injusto!, porque el verdadero riesgo cotidianamente lo corren todos los mexicanos al mantener a esos personajes donde están y permitirles las excentricidades y barbaridades que cometen.

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