jueves, 5 de enero de 2012

Estela a la ineficiencia y vuelta a El Infierno-- HÉCTOR PALACIO

Leyendo las notas y recordando el irregular historial de la “Estela de Luz del Bicentenario”, que no es sino un monumento a la ineficiencia panista que aparentemente concluye una obra celebratoria año y medio después de lo debido, con un costo tres veces mayor al previsto (de 300 a 1.200 millones de pesos), con incertidumbre acerca de su verdadero significado y su eficaz funcionamiento (originalmente se anunció como arco), con sospechas de corrupción (ante todo lo cual Alfonso Lujambio informa solamente que no hubo muertos durante su construcción, como si se tratara de un parte policial luego de la fiesta), reflexionando sobre el fracaso del panismo previsto por Daniel Cosío Villegas, me encontré de nuevo con la película El Infierno, de Luis Estrada.

Y los símbolos de la degradación del país expresados en ella son más claros cada día. Una toma inicial presenta la serie de fotografías que comienza con Miguel de la Madrid y continúa con Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y el Papa, retratados todos con José Reyes, el capo de San Francisco, y concluyen con la de Felipe Calderón tras la espalda del funcionario federal corrupto, cómplice de Reyes, hacia el final de la cinta. Un nítido trazo que vincula al PRI y al PAN. Un vínculo ciertamente funesto para México.

En 2010, en la columna “Violencia/Denominador común”, escribí lo siguiente sobre la extraordinaria película referida.

“Ninguno como El Infierno como el título más apropiado para el filme de Luis Estrada. Y nada mejor tampoco que llegar al colofón de que el infierno no está en otra parte sino aquí, en la vida cotidiana y ordinaria de los mexicanos. En La Ley de Herodes, Estrada refleja la putrefacción del envilecido y decadente sistema priista y se dice que con ello contribuye a reforzar la derrota electoral del mismo en 2000. Cierto, lo hace como una descripción objetiva de la cual se desgranan conclusiones y quizá ciertas consecuencias. La nueva película es como el segundo capítulo de una posible historia de amor (o tercero, recordar Un mundo maravilloso): la desilusión, el desastre y la desolación; lo que para muchos pudo haber sido y ya no fue. El infierno es la exhibición del Estado fallido, la derrota de los defraudadores y su violencia. La derrota moral y orgánica de una guerra jamás consultada a los mexicanos y de la cual éstos son las primeras víctimas. En esta película, la violencia en su forma última es ya en realidad lo de menos (sobre todo porque los hallazgos, las noticias y las imágenes cotidianas superan en general cualquier toma de la cámara, inclusive la de la hermosa mujer cercenada; de allí tal vez el tono paródico y la agudeza hilarante de Estrada). La emboscada, la ejecución, el descabezamiento, la mutilación, la venganza, la traición, la defraudación, la complicidad, la descomposición extendida, son la expresión ulterior de la violencia. Pero, ¿qué hay antes, qué detrás? ¿Por qué el régimen, como quiera que se llame, del sistema político mexicano (si es que existe alguna forma más allá de la corrupción), se anega en sangre?”.

El filme exhibe tanto la violencia inmediata como la estructural-cultural, la que lleva siglos asentada en un país donde en su bicentenario no ha habido nada que celebrar –y lo poco que oficialmente se festeja se hace muy mal-, la que ahora se solaza más que nunca.

Ante la expectativa de la elección del 2012, no sólo habría que esperar sino, sobre todo, procurar una vía distinta al trazo que ha acentuado la crisis de México durante los últimos decenios en manos del prianismo vigente. Y esa ruta es muy clara.

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