jueves, 21 de enero de 2010

“Es como luchar contra el diablo”, dice médico tras una amputación


Se ha rescatado a sólo 121 haitianos en Puerto Príncipe, según la OPS

El médico belga Steven Dewaele, de Amberes, realiza una cirugía a un sobreviviente del terremoto, ayer en un hospital de la periferia de Puerto Príncipe controlado por BélgicaFoto Reuters Blanche Petrich
Enviada
Periódico La Jornada
Jueves 21 de enero de 2010, p. 16
Puerto Príncipe, 20 de enero. Martina duerme, al fin, serenamente. Su padre, un joven muy triste, vela su sueño y le espanta las moscas en el pasillo del hospital Renacimiento, gestionado por la misión de médicos cubanos. Cuando la niña de cuatro años cobre conciencia de lo ocurrido descubrirá que en el terremoto de hace ocho días perdió a su mamá y sus dos piernas. Hace tres días fue rescatada de entre los escombros de su casa derrumbada. Es una de los 121 sobrevivientes rescatados hasta ahora, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

En los jardines del hospital, que hoy es uno de los ocho enclaves críticos para atender emergencias médicas, hay un kiosko. Una mitad es el quirófano para pacientes no esterilizados. Que son la mayoría, pues no hay desinfectantes suficientes. La otra mitad, sin camillas y apenas unas sábanas en el piso, es el posoperatorio.

Sin más ayuda que un suero y un analgésico potente convalecen cinco adultos, todos ellos con un miembro perdido por el sismo. Detras de una cortina improvisada, el cirujano Carlos García Urbina, el anestesiólogo Juan Manuel Delgado y el ortopédico Randy –mexicanos los primeros, cubano el segundo– trabajan como relojes bien coordinados.

Han sido capaces de intervenir quirúrgicamente hasta 16 o 17 pacientes al día, asistidos por un equipo de paramédicos sudafricanos. Ejecutan principalmente amputaciones con principio de sepsis, además de traumas cruentos por aplastasmiento y fracturas, en un quirófano que cuenta apenas con los recursos mínimos.

“Esto es como luchar contra el diablo”, comenta de pasada el doctor García antes de pedir a gritos insecticida. Entra una médica cubana y rocía sobre el mosquerío que se regodea en la pierna gangrenada de una anciana, la que sin estar sedada soporta estoicamente el dolor. Comienzan el proceso. En apenas 35 minutos concluyen. “¡Next!”, pide el cirujano.

Marines y cubanos en la misma escena

A esa hora, casi todos los hospitales que funcionan en la ciudad ya están bajo control de los marines estadunidenses. Es el caso del Hospital General, situado a un costado de lo que fuera la Escuela Nacional de Enfermería, donde murieron decenas de jóvenes que se preparaban para esa profesión. Los militares norteamericanos, con sus ametralladoras M-4 “sólo para defensa personal”, realizan un aparatoso operativo, muy visible, en la puerta de acceso del nosocomio. Ellos deciden quién entra y quién no. La prensa no.

Justo del otro lado de la acera yace un cuerpo con ocho días de putrefacción, quizá una víctima del temblor del día 12 que la nueva sacudida de esta mañana puso al descubierto con los desplomes en las casas derruidas. Pasa media mañana hasta que los marines deciden hacer algo útil y acuden a cubrirlo con un trapo.

En contraste, en el Renacimiento el portón está abierto. Nadie vigila y no hay desorden alguno. Sólo el drama sin fin. Y la entrega de quienes asisten al río de malheridos que colman los jardines, pues se ha decidido no usar para hospitalización y consultas del edificio de lo que hasta hace ocho días era un hospital oftamológico. En uno de sus anexos –nos explica la cubana Adriana Poveda– había una residencia de médicos de la misión cubana que tiene presencia en Haití desde 1998. De ahí la capacidad de respuesta tan rápida que tuvieron. En las primeras horas de la hecatombe del pasado día 12 el hospital quedó inundado de malheridos.
Un vistazo a los alrededores explica por qué. Renacimiento queda a espaldas de la catedral siniestrada, a unos metros del antiguo presbiterio, ahora desmoronado. Todo alrededor –comercios, un asilo de ancianos y hasta la vieja óptica– no son más que ruinas. Hay debajo, en ocasiones, incluso visibles entre las vigas y trozos de cemento, cuerpos que sacar. Es un punto dentro de la zona más golpeada de la ciudad.

Hoy hay misiones cubanas en tres hospitales de la terremoteada capital de Haití, más una brigada itinerante que recorre los centros de albergue de damnificados regados por todos lados y centros de diagnóstico integral en tres ciudades del interior. Casi mil médicos cubanos a los que se les han sumado 176 haitianos egresados de las escuelas cubanas de medicina. A ello se agrega el recién llegado buque hospital de Estados Unidos, el Comfort, que está fondeado en la bahía, y hospitales de campaña instalados por franceses, israelíes y socorristas de otros países.

Una lista de cosas que se necesitan con urgencia

“Quiubo, doc. Qué tal si nos damos un descanso de 10 minutos para tomar agua”, dice el cirujano García Uribe. Los mexicanos se quitan los tapabocas y hacen el intento de darse un respiro cuando faltan 10 minutos para las dos. Pero no han dado tres pasos cuando se les viene encima la avalancha de necesidades. El ortopédico Randy les pide apoyo para “un casito”: una amputación que fue hecha ayer y que se infectó. Presenta necrosis y hay que cortar un poco más. Y el caso de un joven que lee el periódico. Atrapado por escombros, se autoamputó un brazo para zafarse. Pero ahora el muñón es una masa infectada. El diagnóstico no tarda ni dos segundos. O se procede de inmediato o el muchacho estará muerto en 24 horas. No hay pausa. A las dos el chico ya está anestesiado.

Mientras operan, los mexicanos refieren que un hotelero de Cancún envía –casi a diario– su avión particular con insumos médicos para la organización Cáritas, que es con la que ellos trabajan. Aprovechan para pedir a quienes lean esta crónica y quieran ayudar: Ketamina, que es un potente auxiliar para operar con anestesia disociativa; tanques de oxígeno pequeños; agujas de sutura 0; nylon 00 y agua, mucha agua. Media hora después, García Uribe grita detrás de la cortina: “¡Next!” Les queda material de desinfección para una o dos intervenciones más.

Mientras cubanos y mexicanos desarrollan su rutina con precisión y sin pausa, aparece en el portón del hospital una unidad de marines, los militares estadunidenses que ayer llegaron de Fort Brag para darle protección a la ayuda humanitaria. Vienen escoltando a dos equipos médicos, uno de húngaros y otro de australianos, que de inmediato se lanzan a las labores con los cientos de convalecientes más.

“En mi opinión, la presencia de los militares estadunidenses es totalmente innecesaria”, dice una doctora cubana que no detiene su ritmo de trabajo. “Pero aquí no podemos ser territoriales –agrega tras señalar hacia los doctores recién llegados, que ya han puesto mano a la obra–. Toda ayuda es muy buena.”

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