viernes, 5 de noviembre de 2010

Unidad de la izquierda--- Pablo Gómez

La izquierda se desune con la misma facilidad que la derecha, pero con una diferencia: los conservadores y reaccionarios se alían con mayor facilidad en las coyunturas, se reconocen en sus intereses comunes. En México, la izquierda llegó a un grado muy elevado de unidad gracias a dos fenómenos: el proceso abierto a partir de 1979, cuando el Partido Comunista llegó a la Cámara con una coalición inicial de distintas fuerzas, y la convocatoria de Cuauhtémoc Cárdenas cuando presentó su candidatura en 1988, primero, y llamó después a la creación de un nuevo partido, el PRD.

El Partido de la Revolución Democrática se convirtió en un prodigio en América Latina. Casi en ningún otro país de la región había tantas izquierdas unidas en una sola formación de masas que no era un frente político sino un partido orgánico. Las cosas siempre fueron muy complicadas en el interior del PRD, pero jamás como ahora. Nunca se había presentado tanta discrepancia sobre lo que hay que hacer. Esta situación ha creado por primera vez el escenario de la probable división formal.

El problema mayor se expresa en la actitud frente al gobierno de Calderón. Por una parte, la dirección nacional, en su mayoría, asume el riesgo de la alianza con el PAN pagando el alto precio de carecer de una propuesta política propia. Se trata de navegar en las aguas turbulentas de la política mexicana sin un rumbo cierto. Por la otra parte, se ha planteado una propuesta política que arranca de la idea de que México ha cambiado tanto que hoy se encuentra bajo el dominio de una oligarquía que ha sustituido al poder político formal en las más importantes decisiones nacionales. Ese grupo oligárquico está compuesto por las corporaciones monopolistas, las más poderosas empresas y los más grandes capitalistas que llegaron al punto en que se encuentran gracias a las concesiones realizadas en su favor por los sucesivos gobiernos priistas y panistas. La tarea política más importante del momento actual es la de restablecer el poder de los órganos constitucionales del Estado.

De lo anterior resulta claro que mientras la dirección formal del PRD renuncia a ubicarse en la oposición, otros quieren ser la principal oposición en el país, especialmente con la propuesta de desmantelar las relaciones de poder realmente existentes. La discrepancia surgida en el Estado de México es una manifestación muy concreta de las divergencias en la izquierda, y las cosas han llegado a tal extremo que se puede romper la unidad orgánica del PRD y generar un proceso de despedazamiento de la izquierda. Pareciera que el grupo de Jesús Ortega busca ese desenlace como algo deseable o, al menos, inevitable, pues enfrenta las divergencias como si no existieran, es decir, evade el debate de fondo y se limita a lo anecdótico o meramente circunstancial.

Si en México no existiera una fuerza política que luchara contra la transferencia del poder político desde las instancias constitucionales hacia las formaciones económicas monopolistas más importantes, de seguro que surgiría una nueva formación que partiera de este fenómeno para convocar a revertirlo. En otras palabras, es imposible que en México sólo haya una izquierda que ignore la realidad y se dedique a buscar inexistentes coincidencias con una u otra de las dos grandes derechas nacionales –PAN y PRI— como forma de sobrevivir en una precariedad cada vez mayor. No existe la opción de que deje de haber una izquierda independiente.

Grandes bases del PRD se encuentran decepcionadas, desorientadas o sencillamente hartas del extravío político de la dirección formal del partido. Es natural que quienes buscan ubicar al PRD como el centro de una oposición de izquierda con propuesta política firme traten de resolver el problema antes de llegar a un desastre, que de cierto ya nos amenaza. Es por ello que la formación de una nueva dirección perredista, que sea unitaria, asume tanto la mayor importancia cuanto la mayor urgencia.

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