lunes, 14 de febrero de 2011

Alcoholismo y poder en el Estado Álvaro Cepeda Neri *

Más de uno de nuestros presidentes del montón ha padecido, aparte de la enfermedad-perversidad siquiátrica del autoritarismo político, alguna enfermedad física. Victoriano Huerta era alcohólico y neurasténico, casi loco. López Mateos sufría de fuertes migrañas, que pusieron en riesgo su permanencia en la Presidencia (autoritario y brutalmente represivo, como su sucesor Díaz Ordaz, aunque éste lo superó en maldad al ordenar la matanza de 1968). Echeverría, López Portillo, Salinas y Zedillo padecieron la gula de la egolatría y abusaron del poder con sus arranques trogloditas. De la Madrid tuvo el mal de la mediocridad, casi hasta la imbecilidad. Fox tuvo delirio de grandeza y, alto físicamente, fue un enano manipulado por el desbordado matriarcado (que le impusieron su madre y su segunda esposa). Y llegamos a Calderón, a quien recio y quedito se le imputa la adicción al alcohol, y casi llegando al delírium trémens a medida que se le nota desesperado por alcanzar la otra orilla hacia el final de su mal gobierno derechista, yunquista y panista.


Sobre las enfermedades de los hombres (y mujeres) en el poder del Estado, particularmente presidencias, primeros ministros o jefes de Estado y jefes de gobierno, David Owen publica el libro En el poder y en la enfermedad. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos años (1901-2007). La traducción es de María Condor.

En cuatro amplísimos capítulos se ocupa de “Enfermedades de jefes de Estado y de gobierno en los últimos años”; “Historiales”; “La embriaguez del poder”, y “Lecciones para el futuro”. Una conclusión y notas con su respaldo bibliográfico. No aparece el caso de Calderón, pero sí el alcohólico Bush; Kennedy, con sus dolores de espalda y su enfermizo apetito sexual; Theodore Roosevelt; Woodrow Wilson… ¡Hitler, el paranoico e imbécil racista!; Churchill, sus males cardiacos y alcoholismo; Franklin Delano Roosevelt, paralizado de la cadera hacia abajo, etcétera.

Es un libro sensacional para tomar en cuenta lo que sucede cuando un enfermo (en el caso mexicano actual: un alcohólico) está en un cargo público, con gravísimas “consecuencias por dichas enfermedades (adicciones) para la tarea de gobernar”. Y aunque se eviten expresiones como locura o demencia, “durante siglos se ha observado que algo ocurre en la estabilidad mental de algunas personas cuando están en el poder. La expresión de Bertrand Russell “embriaguez del poder” capta muy bien la relación causal entre detentar el poder y una conducta aberrante que tiene un tufo a inestabilidad mental. La embriaguez, en el sentido del alcoholismo, hace de los gobernantes enemigos de la realidad y “prefieren la vacilación, la duda y los titubeos… con estrés postraumático”. Para advertir a tiempo la enfermedad de un político en el poder, “la prensa tiene en esto un papel clave (para que nos proporcione), más pistas e información que nos ponga sobre aviso”.

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