Andrés Manuel López Obrador, candidato perredista en 2006 a la Presidencia de la República, ha anunciado su separación “temporal” del llamado “sol azteca” debido a la propuesta de alianza electoral del PRD con el PAN. El mayor partido de izquierda en México sigue en proceso de división. De continuar esta tendencia, la izquierda correrá el riesgo de enfrentar las futuras elecciones en las mismas condiciones en que lo hacía antes de 1988: atomizado y sin posibilidades reales de acceder al poder.
Nunca estuvo tan cerca el Partido de la Revolución Democrática de llegar a la Presidencia de la República como en 2006. Más allá del debate acerca de la legalidad de las elecciones, lo cierto es que muy poco faltó a López Obrador para alcanzar la jefatura del Estado mexicano. Por desgracia para quienes respaldaron ese proyecto político hace cinco años, desde entonces y hasta la fecha el PRD y sus dirigentes no han hecho más que pelear y, como consecuencia inmediata, también han perdido adeptos.
El punto de quiebre fue la renovación en la dirigencia del partido, cuya pugna entre Alejandro Encinas y Jesús Ortega —ganador tras la intervención del Tribunal Electoral— dejó evidencias de que las prácticas al interior del PRD no eran más democráticas que las del añejo régimen, tan criticadas por la izquierda en las décadas pasadas.
Apenas hace unos meses el partido pudo ver un poco de luz con la postulación exitosa de candidatos ex priístas en Sinaloa y Puebla, la coalición en torno a Gabino Cué en Oaxaca, y la conservación de Guerrero, que a mediados de 2010 parecía un inminente estado priísta. El factor que hizo posibles esas victorias fue la alianza, ya sea formal o de facto, con el PAN. Sin embargo, el costo ha sido alto: el choque con el grupo de López Obrador, quien es todavía el político más conocido del país, el de mayor popularidad entre los perredistas, aunque también el más rechazado por la población en general.
En un contexto de un partido que perdió intención de voto, gubernaturas, legisladores y simpatía de la población, el PRD vive momentos determinantes, no sólo rumbo a 2012 sino hacia delante.
Esta agrupación política es necesaria para el funcionamiento de la democracia nacional en tanto sea representante efectivo de una ideología bien articulada y una propuesta de gobierno razonable.
Clausurarlo o dejarlo fallecer en medio de pugnas tribales es abrir el futuro a un bipartidismo que no llena las expectativas de todos. Dos alternativas son muy pocas para este país tan diverso. Ojalá el partido salga airoso de la operación de emergencia a la que tendrá que ser sometido si desea sobrevivir como el gran eje de la izquierda mexicana.
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