jueves, 10 de febrero de 2011

El único error de Carmen Aristegui-- Gustavo Sánchez

Nada en los últimos cuatro años había estremecido tanto a una buena parte de la sociedad mexicana como lo ha hecho el despido de Carmen Aristegui de Noticias MVS. Llego a esa conclusión después de ver la cantidad de medios de comunicación presentes ayer en Casa Lamm; después de escuchar a la gente protestar; después de que los principales columnistas del país se ocupan del asunto; después de que en la Cámara de Diputados, la Presidencia de la República y, vaya, hasta el ex presidente Vicente Fox opinan y dan su postura al respecto; después de que por más de tres días ha sido el tema más comentado en Twitter, incluso en escala mundial. Nada más comentado, en los últimos cuatro años, que el despido de Aristegui.

Ha sido tan grande la bola de nieve que pronto se le comenzó a combatir con fuego. Hemos llegado, pues, a la polarización: los que la defienden a muerte a Carmen contra quienes la tachan por hacerse la "mártir" del periodismo. Y todo por una pregunta: ¿Tiene o no problemas de alcoholismo el Presidente de la República?

Parte del texto "El derecho a preguntar; el derecho a una respuesta", del admirado periodista Jorge Ramos, citado por la misma Aristegui, nos sirve para guiarnos. Es todo un manual:

La recientemente fallecida periodista italiana, Oriana Fallaci, decía que no debía existir ninguna pregunta prohibida. Todo se puede preguntar. Y yo añadiría que con mayor razón si se trata de preguntarle a gente con poder.

Si nosotros los periodistas no preguntamos, no indagamos ¿quién lo va a hacer? Nuestra principal función social es evitar los abusos de los poderosos y nuestra arma es la pregunta (...)

¿Por qué hizo esto? ¿De dónde sacó el dinero? ¿Quién le dió autoridad para actuar así? ¿Cuánto gana? ¿Quién lo puso ahí? ¿Quién es su amigo? ¿Quién es su enemigo? ¿Miente? ¿Cae en contradicciónes? ¿Qué hace con nuestro billete? ¿Qué sabe hacer? ¿Con quién comió? ¿Por qué? ¿Quién le regaló eso? ¿A cambio de qué? ¿Qué esconde? ¿Me enseña su cuenta bancaria?... Son solo preguntas.

Experimenten. Háganle algunas de estas preguntas a cualquier político --o a un amigo- y lo van a incomodar. Pocos, muy pocos, pueden contestarlas todas. (...)

Mi posición es la siguiente. Si un asunto privado afecta la vida pública de un país, los periodistas tenemos el derecho a preguntar.(...)

Cuando Vicente Fox era presidente de México le pregunté si tomaba antidepresivos. En ese momento --septiembre del 2003- muchos mexicanos trataban de explicarse porque Fox parecía desanimado, sin ímpetu, sin grandes propuestas. "No", me contestó a la pregunta concreta de si tomaba Prozac. Antes de la entrevista tuve mis dudas sobre si hacer o no esa pregunta. ¿Me estaba metiendo demasiado en la vida privada de Fox? Al final, decidí hacer la pregunta porque su salud afectaba la vida del país y los mexicanos --creo- teníamos el derecho a estar informados.

Sé que a Fox no le gustó la pregunta pero la contestó. "Ustedes (los periodistas) tienen la libertad absoluta de preguntar y yo la libertad absoluta de responder."(...)

Los políticos, casi todos, han aprendido muy rápido que le pueden dar la vuelta a los periodistas y utilizar la internet o sus puestos para dar discursos, pontificar, y no exponerse a las preguntas incómodas. ¿Por qué se va a querer arriesgar Chávez a que lo cuestionen en una entrevista sobre sus nuevos poderes casi dictatoriales si puede hablar durante horas, sin interrupciones, en su programa Aló Presidente?

No, no hay pregunta prohibida. No hay pregunta tonta. Y cuando surge la oportunidad, hay que hacerla. Aunque sea la última vez.

Hasta ahí los fragmentos.

No pretendo dar clases de periodismo. No soy nada. No soy quién. Sin embargo, quisiera mediar entre los extremos hoy confrontados.

Con el despido de Aristegui debido a una pregunta que incomodó a Felipe Calderón (y seguramente a todos en Los Pinos), se coarta la libertad de expresión que, pensábamos, venía de menos a más en este país. Retroceso seguro.

Pero hay un error en la forma. Sólo uno. Quizá el único que Carmen Aristegui cometió el pasado viernes. Y la forma es fondo en este asunto: tras la pregunta (la que sea) no se exige, no se pide, una respuesta.

No puedo yo, como locutor de un programa de radio, lanzar al aire la pregunta de con qué recursos Andrés Manuel López Obrador recorre el país de Norte a Sur y pedir una respuesta clara y formal del Gobierno Legítimo. No puedo yo, como reportero de algún periódico, cuestionar en mi nota si Gerardo Fernández Noroña se droga y pedir una respuesta clara y formal de la Cámara de Diputados. No puedo yo, como conductor de televisión, preguntar si Javier Lozano no ha buscado inscribirse en Neuróticos Anónimos y pedir una respuesta clara y formal de la Secretaría del Trabajo.

Se los puedo preguntar de frente. Con grabadora en mano o cámara al hombro. Con fundamentos. Como periodista-reportero. Para registrar. Para informar.

Pero el error que señalo lo han cometido una infinidad de veces Joaquín López-Dóriga, Carlos Marín, Eduardo Ruiz-Healy.... ¡y ahí siguen!

Aristegui no es la primera que editorializa ni que cuestiona abiertamente. Aristegui no es la primera periodista comprometida con una ideología política. Ni será la única que se pregunte si Felipe Calderón tiene o no problemas con el alcohol.

Por ello, hoy la deberíamos de seguir escuchando en la radio, sin que la locutora tuviera que pedir "disculpas". Hoy por hoy, Carmen Aristegui y su equipo de trabajo tendrían que estar al aire en el 102.5.

Pero la historia --porque ya es parte de ella- le tenía reservado un hecho inusitado, extraordinario que, por lo menos a mí, me maravilla: la Presidencia de la República salió anoche a responder clara y formalmente que Calderón goza de buena salud y expuso sus actividades diarias.

¡La Presidencia atajó!

Carmen Aristegui no es la víctima ni la culpable. Es una gran mujer. Una de las mejores representantes del periodismo en este país que, con o sin error, dio una lección.

Por la tangente.-

1- ENVIDIA O FALTA. Algunos periodistas como Ciro Gómez o Ricardo Alemán o pecan de envidia o de falta de solidaridad. Lo peor es que todos se dan cuenta, menos ellos. Allá sus conciencias.

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