Marcos cuestiona quiénes se benefician de ese negocio y qué cifra monetaria alcanza
Periódico La Jornada
Martes 15 de febrero de 2011, p. 17
San Cristóbal de Las Casas, Chis., 14 de febrero. Si la guerra de Felipe Calderón Hinojosa (aunque se ha tratado, en vano, de endosársela a todos los mexicanos) es un negocio (que lo es), falta responder a las preguntas de para quién o quiénes, y qué cifra monetaria alcanza, pues no es poco lo que está en juego, expuso el subcomandante Marcos en un escrito sobre la guerra del México de arriba, dado hoy a conocer.
De esta guerra no sólo van a resultar miles de muertos y jugosas ganancias económicas. También, y sobre todo, va a resultar una nación destruida, despoblada, rota irremediablemente, advirtió el jefe militar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN): Nuestra realidad nacional es invadida por la guerra, por lo demás perdida para el gobierno desde que se concibió no como solución a un problema de inseguridad, sino a un problema de legitimidad cuestionada. Esa guerra ahora destruye el último reducto que le queda a una nación: el tejido social.
La experiencia bélica no sólo ya no es lejana para quienes acostumbraban verla en geografías o calendarios distantes, sino que empieza a gobernar las decisiones e indecisiones de quienes pensaron que los conflictos estaban sólo en noticieros y películas de lugares tan lejanos como Irak, Afganistán o Chiapas.
Intercambio epistolar
Marcos destaca que la guerra se libra ahora en todo México. Gracias al patrocinio de Calderón Hinojosa no tenemos que recurrir a la geografía del Medio Oriente para reflexionar críticamente sobre la guerra, le dice al filósofo Luis Villoro como parte de un intercambio epistolar en curso sobre ética y política: Ya no es necesario remontar el calendario hasta Vietnam, Playa Girón, siempre Palestina. Y no menciono a Chiapas y la guerra contra las comunidades indígenas zapatistas, porque ya se sabe que no están de moda.
Para esto, acota el jefe zapatista, “el gobierno de Chiapas se ha gastado bastante dinero en conseguir que los medios no lo pongan en el horizonte de la guerra, sino de los ‘avances’ en la producción de biodiesel, el ‘buen’ trato a los migrantes, los ‘éxitos’ agrícolas y otros cuentos engañabobos vendidos a consejos de redacción que firman como propios los boletines gubernamentales pobres en redacción y argumentos”.
La irrupción de la guerra en la vida cotidiana no viene de una insurrección, ni de movimientos independentistas o revolucionarios. Según el subcomandante Marcos, viene, como todas las guerras de conquista, desde el Poder. Y esta guerra tiene en Felipe Calderón Hinojosa su iniciador y promotor institucional (y ahora vergonzante).
Calderón “se posesionó de la titularidad del ejecutivo federal por la vía del facto”, mas no se contentó con el respaldo mediático y tuvo que recurrir a algo más para distraer la atención y evadir el masivo cuestionamiento a su legitimidad: la guerra. Esto despertó la desconfianza medrosa de los empresarios mexicanos, la entusiasta aprobación de los altos mandos militares y el aplauso nutrido de quien realmente manda: el capital extranjero.
La crítica de esta catástrofe nacional llamada guerra contra el crimen organizado, reflexiona Marcos, debiera completarse con un análisis de sus alentadores económicos. No sólo por aquello de que en épocas de guerra aumenta el consumo suntuario. Tampoco “por los sobresueldos que reciben los militares (en Chiapas, los altos mandos recibían, o reciben, un salario extra de 130 por ciento por estar en ‘zona de guerra’)”. También habría que buscar en las patentes, proveedores y créditos internacionales que no están en la llamada Iniciativa Mérida.
Recurriendo a fuentes de investigación periodística y cifras oficiales, el mando rebelde apunta que en los primeros cuatro años de la guerra contra el crimen organizado las entidades gubernamentales encargadas (secretarías de la Defensa Nacional, Marina y Seguridad Pública –SSP– y Procuraduría General de la República) recibieron del Presupuesto de Egresos de la Federación una cantidad superior a los 366 mil millones de pesos (unos 30 mil millones de dólares).
Tan sólo la SSP, dependencia a cargo de Genaro García Luna, pasó de recibir unos 13 mil millones de pesos de presupuesto en 2007, a más de 35 mil millones de pesos en 2011 (tal vez es porque las producciones cinematográficas son más costosas).
El jefe rebelde saca cuentas inquietantes: En 2010, un soldado federal raso ganaba unos 46 mil 380 pesos anuales; un general divisionario recibía un millón 603 mil 80 pesos al año, y el secretario de la Defensa Nacional percibía ingresos anuales por un millón 859 mil 712 pesos. Con el presupuesto bélico total de 2009 (113 mil millones de pesos para las cuatro dependencias) se hubieran podido pagar los salarios anuales de 2 millones y medio de soldados rasos; o de 70 mil 500 generales de división; o de 60 mil 700 titulares de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Por supuesto, no todo se va a sueldos y prestaciones. Se necesitan armas, equipos, balas, porque las que se tienen ya no sirven o son obsoletas, abunda el análisis. “Dejemos de lado la pregunta obvia de cómo fue posible que el jefe supremo de las fuerzas armadas se lanzara a una guerra (‘de largo aliento’ dice él) sin las condiciones materiales mínimas para mantenerla, ya no digamos ‘ganarla’.”
Para el subcomandante zapatista, “el principal promotor de esta guerra es el imperio de las barras y las turbias estrellas (haciendo cuentas, en realidad las únicas felicitaciones que ha recibido Felipe Calderón han venido del gobierno norteamericano)”. Siendo así, ¿ganan los Estados Unidos con esta guerra local? La respuesta es sí, apunta.
Dejando de lado las ganancias económicas y la inversión monetaria en armas, parque y equipos, el resultado es una destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento geopolítico que los favorece.
Marcos lamenta que la guerra (que está perdida para el gobierno desde que se concibió no como una solución a un problema de inseguridad, sino a un problema de legitimidad cuestionada), está destruyendo el último reducto que le queda a una nación: el tejido social. Y esto, para el poder estadunidense, es la meta a conseguir.
Considera que a cada paso que se da en esta guerra, para el gobierno federal es más difícil explicar dónde está el enemigo. Y ello no sólo porque los medios masivos de comunicación han sido rebasados por las formas de intercambio de información de gran parte de la población (no sólo, pero también las redes sociales y la telefonía celular); también y, sobre todo, porque el tono de la propaganda gubernamental ha pasado del intento de engaño al de burla. Asímismo, las “revelaciones de Wikileaks sobre las opiniones en el alto mando estadunidense acerca de las ‘deficiencias’ del aparato represivo mexicano (su ineficacia y su contubernio con la delincuencia) no son nuevas”.
De origen, esta guerra no tiene final y está perdida, pues no habrá un vencedor mexicano (a diferencia del gobierno, el poder extranjero sí tiene un plan para reconstruir/ reordenar el territorio), y el derrotado será el último rincón del agónico Estado Nacional: las relaciones sociales que, dando identidad común, son la base de una nación. En conclusión, la identidad colectiva de México está siendo destruida y suplantada por otra.
La versión completa de este pasaje del escrito Sobre las guerras aparece en la edición en línea.
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