domingo, 11 de marzo de 2012

La cuenta regresiva-- Rolando Cordera Campos

Mientras la economía estadunidense arrastra los pies pero genera empleos y esperanzas en una recuperación sostenida, en Europa se extiende la mancha recesiva y amenaza con poner de nuevo el mundo al revés. La desaceleración se vuelve para muchos sombra de estancamiento y hasta China vuelve los ojos a una reducción de su espectacular ritmo de crecimiento, en congruencia con las tendencias globales pero quizás también como respuesta a sus presiones y desajustes internos.

El día en que paralizaron la Tierra, gran película pionera del uso del otro para alertar a los terrícolas contra sus propios excesos, no es ya metáfora útil. Lo que poco a poco el mundo redescubre es que, sin crecimiento, el capitalismo no sobrevive a sus propias contradicciones y la puja normal por el poder y el dinero se torna sin más batalla campal, de todos contra todos. El planeta está a punto de entrar en una circunstancia como esta y la huelga general de los trabajadores españoles no es sino la secuela difícil de lo que sus indignados vocearon con fuerza y alegría el año pasado: el cambio necesario para una sociedad moderna y compleja, acostumbrada a dosis crecientes de bienestar con seguridad, no es el que pregonan e imponen los financieros y sus cohortes de manipuladores de opinión, sino uno que recoja el reclamo redistributivo y a la vez abra la puerta a nuevas formas de producción social congruentes con el otro gran reclamo de la época, que a pesar de todo se hace presente: el que proviene de un entorno natural acosado y desgastado que se defiende como puede con sequías y calores inesperados, tsunamis contundentes, movimientos espasmódicos de la corteza terrestre y de sus propios pobladores, que ya no se mudan por mejorar sino para tan sólo sobrevivir.

Podemos abusar del término y proponer visiones y escenarios civilizatorios, a remolque del discurso romántico de la vuelta a la tierra o lo sencillo, pero no es por ahí por donde podrá transitar la especie y nosotros como parte de ella. Lo que está en cuestión y define nuestras encrucijadas de hoy y del mañana previsible es la creación de capacidades productivas dispuestas a incorporar nuevas formas de energía y de trabajo humano, con el ambicioso propósito de sostener sociedades donde la cohesión pueda reproducirse y la creatividad pueda encontrar cauces para plasmarse en productos novedosos que den cuenta de esta materialización de la creatividad.

Los ambiciosos planes de renovación del sistema de transporte y recambio energético del presidente Obama, junto con el también ambicioso proyecto chino de construir una sociedad de alto ingreso, armónica, creativa y moderna (Banco Mundial y Centro de Investigación del Desarrollo, del Consejo de Estado de la República Popular China), ilustran estas posibilidades de transformación productiva con imaginación y contrastan con el pantano europeo. También deberían llevarnos a levantar la mira desde el corralito mexicano, para no cejar en la exigencia de hacer del desarrollo un derecho fundamental garantizado y en expansión, como alguna vez lo propusieron los desarrollistas herederos de la Revolución, quienes, sin embargo, soslayaron o pospusieron los dos grandes temas de cualquier modernidad: el de la justicia social basada en la equidad distributiva y el de la democracia que, para serlo, tiene que extender la equidad a una igualdad sustentable y reproducible.

De eso hay que hablar y obligar a hablar a candidatos y comitivas electorales, hasta que el país entero se vuelva ágora cotidiana y no establo electrónico al servicio de unos cuantos. El grito y el chiflido, la finta montonera, no son los componentes históricos de una política popular auténtica, aunque el priísmo los haya convertido en lugar común de una política de masas pervertida en acarreo. Como tampoco lo son de una política democrática genuina los juegos de malabar de los que desde arriba montan campañas de descrédito y miedo y, desesperados, quieren retomar un discurso civilista que se volvió sibilino cuando el uso y abuso del poder se volvió jaculatoria, práctica y criterio único para dar por concluida la brega de eternidad de los padres fundadores.

Es entre estos dos extremos que la izquierda debe tejer discurso y movilización, sin temer a la gran propuesta de una reforma económica y política del Estado, una reforma social y fiscal que le dé brío al crecimiento y vigor a la solidaridad, y que tanto remiendo no hizo sino desfigurar, hasta dar lugar a la mediocre gesticulación actual. En tiempos de crisis, la prudencia puede devenir negligencia y la austeridad derivar en quietismo político, estancamiento económico y regresión social, un triángulo que hemos merodeado por decenios y cuyo abandono debe ser la gran consigna de la hora.

De otra forma, el país –y nosotros con él– seguirá en cuenta regresiva.

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