No parará la guerra
Epigmenio Ibarra
2013-01-04 •
El número de ejecuciones, más de 755 en el mes que lleva en el poder Enrique Peña Nieto, es más que elocuente. No tiene la guerra, iniciada por Felipe Calderón Hinojosa, para cuándo detenerse. Al contrario.
Es de esperarse que en los próximos meses se incremente la violencia como resultado del desastre que, en materia de seguridad, dejó el gobierno anterior y de la presión por resultados que, en esa área crítica y para separarse de su antecesor, ejercerá el propio Peña Nieto sobre sus subordinados.
El pacto de impunidad establecido entre Calderón y Peña Nieto ha impedido que, hasta ahora al menos, nos enteremos de lo que se ha descubierto en los cajones de la ex Secretaría de Seguridad, la PGR o en los cuarteles de las fuerzas militares.
Fue tal el desorden, el dispendio, la criminal ineficiencia de Calderón y los suyos que es de esperarse que enormes escándalos de corrupción se revelen algún día.
Los vendedores de armas y tecnología. Los contratistas de defensa. Los proveedores del Ejército, la Marina y la Policía Federal hicieron pingües negocios con la guerra. Nadie controló esos gastos. La seguridad nacional operó y opera todavía como coartada.
Exigir cuentas claras es, en este asunto, tanto como convertirse en “traidor a la patria” pero es preciso y urgente hacerlo. Toca a la oposición responsable en el congreso exigir la apertura de esas cuentas y a la prensa no quitar el dedo de ese mismo renglón.
Ni con el número de muertos y desaparecidos hay siquiera rastros de certeza. A la fosa común se fueron decenas de miles de cadáveres sin identificar.
Sin respeto alguno por los deudos, a partir del principio de criminalización de todas las víctimas, se dio carpetazo a decenas de miles de asesinatos.
El desaseo, la corrupción, la deshumanización son la marca del gobierno de Calderón y de su guerra; más sucia que cualquier otra.
¿Cuánto aguantará de ese fracaso sobre sus propios hombros Peña Nieto? ¿Cuándo se abrirá la caja de pandora de la guerra de Calderón? ¿Quién y cuándo romperá el silencio y cuándo comenzarán a cobrarse las cuentas al gobierno anterior?
Por lo pronto —y no se ven indicios de que la situación cambie— la tropa sigue desplegada masivamente en el territorio nacional lo que crea una aparente sensación de tranquilidad en algunas de las zonas más violentas del país.
El efecto hipnótico que producen las patrullas militares recorriendo calles y caminos hace a los habitantes olvidar que la violencia escaló, precisamente, con la llegada de la tropa.
El espejismo de la paz que el despliegue militar produce se rompe fácilmente y las consecuencias suelen pagarla los inocentes atrapados entre dos fuegos.
La presión por resultados, el peso de las bajas sufridas en las filas propias, el tiempo de despliegue, el desgaste natural que este tiempo produce en la tropa y, sobre todo, la falta brutal de respeto por el valor de la vida del gobierno de Calderón ha acelerado el proceso de descomposición de las fuerzas armadas.
La paz precaria que reina en algunas zonas es la paz de los sepulcros. Es la que consiguen, asesinando a mansalva, los escuadrones de la muerte.
En muchas regiones del país se sabe que ni el Ejército, ni la Marina, ni la Policía Federal hacen ya prisioneros —lo que explica la enorme cantidad de muertos en los enfrentamientos— y lo más grave es que, en amplios sectores de la población, esa forma de operar es considerada necesaria y correcta.
En los hechos se ha instaurado en el país la pena de muerte y hay quien cree todavía en la eficiencia de la misma. Los hechos demuestran, sin embargo, que sobre una pila de asesinados nadie ha conseguido ni conseguirá la paz.
No puede conseguirse la paz operando con los mismos patrones que los criminales. No hay justicia alguna en el asesinato, si acaso venganza, y ésta solo hace que se perpetúe y exacerbe la guerra.
Lo cierto, además, es que el crimen organizado se ha acostumbrado ya a operar en medio de los dispositivos militares y que su capacidad de reposición de mandos y de bajas en general permanece intacta.
También intacta permanece la capacidad logística y financiera del crimen organizado. Les sobran armas para nuevos sicarios y dólares para pagarles.
No hay en los nuevos planes de Enrique Peña Nieto nada que indique un cambio sustantivo de estrategia. Por la senda de Calderón, la de la solución de fuerza, avanza el nuevo gobierno.
Peña Nieto apunta en sus planes ideas de organización de la tropa pero nada a propósito de las batallas realmente importantes que Calderón se negó librar: la disputa por la base social y en especial la que debe darse para rescatar a los jóvenes de las garras del narco.
Nadie lo hará por ellos. Toca a los jóvenes salvarse ellos mismos de que matar y morir sean su único destino en esta patria herida. Toca al movimiento estudiantil levantarse contra esta guerra impuesta e impedir que sigan siendo los jóvenes carne de cañón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario