lunes, 14 de septiembre de 2009

México SA---Repudio unánime, virtud del paquetazo



Saqueo permanente

Carlos Fernández-Vega

Estudiantes y trabajadores de la Universidad Autónoma de Chapingo marcharon por avenida Cuauhtémoc la semana pasada, hasta la sede de la Secretaría de Agricultura, para exigir que se respete el presupuesto asignado a esta casa de estudiosFoto Alfredo Domínguez
Una sola virtud tiene el paquetazo calderonista para 2010, y hay que reconocerla: el consenso, un artículo de lujo en este México del disenso. En efecto, más tardó el inquilino de Los Pinos en hacerlo público que los mexicanos en rechazarlo. A lo largo de casi tres años, Felipe Calderón afinó su innegable habilidad para consensuar posiciones entre los que habitan este heroico país, porque a estas alturas todos los sectores lo impugnan, lo alucinan, por mucho helio que inyecten a las encuestas oficiales.

Partidos políticos (no se considera al PAN, porque hace mucho que dejó de serlo), organizaciones empresariales, agrupaciones obreras y campesinas, académicos, mexicanos de a pie y hasta la sacrosanta cuan tradicionalmente entreguista Iglesia SA se manifiestan en contra del autodenominado plan económico de Calderón, toda vez que su aplicación hundiría aún más al país y, desde luego, a quienes lo habitan.

Aun así, el rechazo generalizado a la susodicha propuesta económica se ha centrado en la genial idea de “crear” un impuesto de 2 por ciento (a todas luces un IVA disfrazado) aplicable a todo y a todos, comenzando por alimentos y medicinas, con el fin –dicen en Los Pinos– de “combatir” la pobreza. Tan genial resulta, que hasta los pobres lo tendrían que pagar para salir de la pobreza (versión oficial). Ese es el quid del rechazo, pero no hay que perder de vista que en el paquetazo 2010 se incluye el incremento a las tasas de muchos gravámenes existentes, lo que no sólo aumentaría la carga fiscal a los consumidores, sino a los menguados sectores productivos en plena recesión, de tal suerte que la intentona calderonista pretende “reactivar” la de por sí raquítica economía nacional, con su miserable generación de empleo, con el freno de mano a todo lo que da.

Qué bueno que lo rechacen, pero el riesgo que se corre –por mucho que públicamente defenestren la propuesta en conjunto– es que con bombos y platillos, como acostumbran, los partidos políticos y sus legisladores no avalen el citado impuesto de 2 por ciento, pero silenciosamente palomeen las alzas en los demás tributos, con lo que de todas maneras el país se hundiría más. Política y clientelarmente les resulta muy productivo un riguroso NO a la nueva carga fiscal “para combatir la pobreza”, pero más allá de eso, si la intención es encontrar la ruta de salida (a la crisis actual y al aletargamiento económico que va para tres décadas), entonces la negativa debe ser generalizada.

Elemento fundamental de esa ruta de salida es una reforma fiscal verdadera, de fondo, que amplíe la base de contribuyentes, que comience con los regímenes tributarios especiales, que incorpore a los sectores financiero y bursátil. Es injustificable mantener el paraíso para un grupúsculo de empresas y empresarios, pero también lo es exprimir aún más a los causantes cautivos. Se requiere sacudir a la economía, al aparato productivo, pero no con puñaladas fiscales a los de siempre, sino con inversión, producción y empleo, y el mejor camino para lograrlo no es, desde luego, el paquetazo 2010, cuyo único fin es aumentar la recaudación para que todo lo demás se mantenga tal cual. Y el tal cual a punto está de cumplir 30 años. ¿Qué energúmeno puede recomendar a los millones de pobres que sobreviven en este país, en la peor crisis en ocho décadas, que consuman menos agua y energía eléctrica para “ahorrar” y salir de la pobreza? Calderón, obvio es, y si esa “solución” es aberrante, más lo incluido en el paquetazo.
Se niegan a tocar al gran capital, y la historia no es que se repita: simplemente es igual. El primero de septiembre de 1982 el entonces presidente López Portillo denunció que “en unos cuantos, recientes años, ha sido un grupo de mexicanos (…) el que ha sacado más dinero del país que los imperios que nos han explotado desde el principio de nuestra historia… Conservadoramente podemos afirmar (…) que de la economía mexicana han salido ya, en los dos o tres últimos años, por lo menos 22 mil millones de dólares; y se ha generado una deuda privada no registrada, para pagar hipotecas, pagar mantenimiento e impuestos, por más de 20 mil millones de dólares (44 mil millones en total)… Ya nos saquearon (…) No nos volverán a saquear”.

Pero el saqueo ha sido permanente: 27 años después de aquella denuncia se documenta que “los depósitos de ciudadanos y empresas mexicanas en bancos de Estados Unidos llegaron a 60 mil 729 millones de dólares (mayo 2009), el monto más alto entre los países latinoamericanos e incluso superior al de naciones desarrolladas como Francia, indicó información del Banco de la Reserva Federal estadunidense” (La Jornada, Roberto González Amador). Pues bien, entre una fecha y otra, el monto de los capitales mexicanos depositados en el vecino del norte resulta 40 por ciento superior, sin considerar que a estas alturas los bienes inmuebles de los que habló JLP están más que amortizados.

Las rebanadas del pastel

Sobre esa quimera llamada (la mala) educación en México: “además de los recortes a la educación y en particular el muy insuficiente presupuesto destinado al nivel superior, lo que complica todo el panorama y desalienta a los jóvenes y a los padres de familia es que los egresados se enfrentan a un presente y a un futuro francamente desoladores, porque lo que se ofrece como recompensa al esfuerzo de concluir una carrera universitaria es el desempleo o en el mejor de los casos la oferta de plazas con salarios miserables e indignos, y por lo tanto ofensivos. Mientras las autoridades y la sociedad toda no acepten esta dramática realidad y ofrezcan soluciones, veremos crecer los índices de reprobación y deserción, y sólo podemos esperar como país ser el convidado de piedra al banquete de las naciones desarrolladas. Mientras la economía nacional no se reactive al ciento por ciento –y esto no ocurrirá a corto tiempo– algunas propuestas tienen que discutirse ya porque alentarían la eficiencia terminal, y éstas son la adopción de un seguro de desempleo exclusivo para profesionistas titulados, programas específicos de servicio social remunerado por las industrias y empresas privadas, masificar los programas de becas para posgrado, aunque al final los egresados acaben prestando sus servicios en otras naciones, y esto es lo de menos. Siempre será motivo de orgullo ver a algún mexicano triunfando como astronauta o a cualquier otro profesionista nacional compitiendo en las Grandes Ligas. Lo más triste es que sigamos quedándonos atrás viendo alejarse de nosotros al tren del progreso” (Feliciano Hernández, felicianohg@yahoo.com.mx).

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