Tal vez los titulares en los medios deberían decir que Cárdenas Batel se negó a ser cómplice del crimen contra el PRD.
La muerte del partido la decretaron sus tribus, todas, pero el veneno que lo tiene postrado, en agonía perenne, lo administraron los chuchos, es decir, Nueva Izquierda. Por eso, más que rechazar la posibilidad de convertirse en el presidente del PRD, que en otras circunstancias debería ser un orgullo, lo que hizo el hijo del ingeniero Cárdenas fue señalar que ese partido no tiene remedio y que él no será el sepulturero.
Hace algunos meses la idea era sanear al partido. Buena parte de los males ya estaban identificados. Samuel del Villar hizo un diagnóstico que, de haber sido atendido a tiempo, hubiera cambiado el sino con que se había marcado a la organización, pero en lugar de hallar la fórmula para frenar el mal se ahincó en él y los errores se perfeccionaron.
Fue un desastre. La militancia se convirtió en clientela y los líderes en compradores de votos y candidatos. Las bases ideológicas del partido se corrompieron y la única forma de salvar a la institución era su completa restructuración. Seguir igual era nada más mantener las siglas vigentes entre alianzas convenencieras y clientelas alimentadas con asistencialismo. Nada más.
Por eso, cuando se habló de la reconstrucción del partido y para lograrlo se propuso a Cárdenas Batel, se abrió la posibilidad de cambiar la estructura burocrática del PRD, de disolver los acuerdos que si en un principio buscaban la participación proporcional de sus fuerzas en los órganos de gobierno, ahora no son sino la expresión de la fuerza económica de cada tribu.
Con esa idea se caminó durante algunas semanas, pero después Nueva Izquierda dejó en claro que de ninguna manera aceptaría un cambio en las formas de gobierno que dieran autonomía a quien presidiera el partido. Es decir, que venga el cambio de presidente, pero el poder tendría o tendrá que seguir en manos del chuchismo.
Frente a eso, Cárdenas Batel sería simplemente un títere en manos de Nueva Izquierda y el cambio urgente en las reglas de gobierno dentro del PRD no se daría, así que el ex gobernador de Michoacán dijo no, gracias, ahí será para la otra, y con el magnífico pretexto de su trabajo en favor de los migrantes se zafó de convertirse en cómplice del crimen contra el PRD.
De cualquier forma, las más altas figuras del partido, entre ellos Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, insistirán en llevar a Cárdenas a la cúpula perredista, pero antes tendrán que ofrecer las garantías suficientes de que las cadenas que impiden autonomía a la presidencia del partido se romperán de una vez por todas.
Esto porque sin la posibilidad de ejercer el poder para sanear el quehacer partidista cualquier figura, cualquier líder que se arriesgue a presidir a los amarillos, fracasará en el turbio mar de los intereses de las tribus y los cochupos de Nueva Izquierda. Para decirlo de otra manera, el PRD no tiene remedio.
De pasadita
Tal vez no sea del todo justa la postura del Frente Amplio contra la supervía, que pretende o exige que no exista una puerta de fuga para quienes habitan al surponiente de la ciudad, pero tampoco parece muy limpia la actuación de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), que propone, en su recomendación a la autoridad por el caso, que se realice una consulta ciudadana, cierta de que la ley establece que éstas, en cualquiera de sus modalidades, deberán efectuarse antes de que empiece la construcción de la obra y no cuando ésta se encuentre en pleno desarrollo.
Si la CDHDF tiene clara la ley, ¿por qué tratar de confundir a la gente o de engañarla? ¿Será que allí, en la comisión, se viaja, como siempre, más con la idea de buscar reflectores que de hacer justicia? ¡Que nos avisen!
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