Para ser un asunto de seguridad nacional –según su propia clasificación–, la embajada de Estados Unidos en México reaccionó de forma por demás pausada, porque todo indica que fue sólo hasta principios de 2010 cuando registró que era urgente dar seguimiento a la situación económica y social en su vecino del sur, y poner más atención en esas agendas, toda vez que nos afectan directamente. Qué bueno que se dio cuenta, pero resulta que la economía mexicana acumula tres décadas de estancamiento, pero justo ahora es que la representación diplomática se entera de que el estado de cosas en el país amigou no es como machaconamente lo pregona el discurso oficial.
Lo anterior sale a relucir en los documentos diplomáticos estadunidenses que Wikileaks entregó a La Jornada y que fueron publicados en su edición de ayer. Lenta, pero segura, la legación también registró –igualmente de forma tardía y después de que 12 millones de mexicanos buscaron refugio económico en su país– que México enfrenta el desafío de crear condiciones para un crecimiento económico suficiente, en torno a 6 por ciento anual, tasa de otras naciones con que compite en el mundo. (En los últimos 20 años ha sido de 2.1 por ciento en promedio anual). Requiere índices de 6 a 8 por ciento de crecimiento anual de manera sostenida para crear empleo suficiente, con el propósito de apartar a millones de sus ciudadanos de la pobreza y proporcionar una alternativa atractiva a la migración ilegal hacia Estados Unidos (Roberto González Amador). Veloz, lo que se llama veloz, no ha sido precisamente el registro del bunker de Reforma, porque un avance de tales proporciones no se observa en México desde hace tres décadas.
Ese tema se liga con el de la política privatizadora del salinato y el surgimiento de varias dinastías de empresarios, así como su recurrente aparición en el inventario de multimillonarios Forbes. De hecho, es en el sexenio de Miguel de la Madrid que esas dinastías comienzan a tomar forma y fuerza. Fue el ex presidente gagá (Salinas dixit) quien, con base en las casas de bolsa y en respuesta a la expropiación lopezportillista de las instituciones de crédito, impulsó el surgimiento y fortalecimiento de la banca paralela, y junto a ella a la nueva casta de especuladores que sustituyeron a los empresarios de pedigrí (dueños, o cuando menos cabezas visibles, de los bancos expropiados en 1982).
Con esa base de nuevos amigos (generosos contribuyentes a su campaña por Los Pinos e integrantes de su comité de financiamiento), Salinas de Gortari mete a fondo el acelerador privatizador, y no pocos de ellos de la nada surgen como los nuevos multimillonarios mexicanos y comienzan a aparecer en el inventario Forbes, como Roberto Hernández comprenderá. En uno de los citados documentos, la embajada estadunidense en México reporta (2008) lo siguiente, con copia para el Consejo de Seguridad Nacional, el Comando Sur del Ejército, el Comando Norte, y a los departamentos de Comercio, Energía y Tesoro: “México, país en el que aproximadamente 40 por ciento de la población vive en pobreza, tiene 10 personas en la lista de multimillonarios de 2008 de la revista Forbes (N de la R: incluido El Chapo Guzmán)… esta concentración de la riqueza y poder económico dificulta la capacidad del país para aumentar y profundizar su competitividad en industrias importantes. Desafortunadamente, en algunos casos, esas privatizaciones llevaron a la creación de monopolios privados, que beneficiaron a algunos empresarios y políticos, mientras dejaban al mexicano promedio fuera”.
Tampoco en este asunto la legación registró a tiempo, porque no fue desde 2008, sino desde 1991 cuando el efecto privatizador y los amigos de Salinas comenzaron a aparecer en Forbes. Carlos Slim, por ejemplo, tras la generosa privatización que a su favor autorizó el régimen salinista, apareció por primera vez en el citado inventario, con mil 600 millones de dólares; para 2010, según la misma revista especializada, esa fortuna se había incrementado la friolera de 3 mil 300 por ciento.
De hecho, el primer gran reporte de Forbes sobre los mexicanos ricos entre los ricos se publicó tres años después, cuando 24 magnates fueron inventariados con una fortuna conjunta de 41 mil 900 millones de dólares (los diez de cajón y otros 14 empresarios, muchos de ellos integrantes del priísta comité de financiamiento de la campaña electoral de CSG). De 1994 a 2010 tal inventario se depuró: quedó la decena de siempre, pero con una fortuna conjunta de 90 mil 300 millones de billetes verdes (casi 60 por ciento de ellos de Carlos Slim).
Por ejemplo, 16 años atrás, y sólo tras las privatizaciones Imevisión (con el préstamo de Raúl Salinas de Gortari) y de la Compañía Minera de Cananea (un regalo de Salinas al Grupo México) por primera vez aparecen Ricardo Salinas Pliego y Jorge Larrea (alias El Azote) en la relación de multimillonarios mexicanos marca Forbes, con mil 200 y mil 100 millones de dólares, respectivamente. En 2010, la revista especializada atribuyó al primero una fortuna de 10 mil 100 millones de billetes verdes (740 por ciento de incremento en el periodo), y de 9 mil 700 millones al heredero del segundo, su hijo Germán (el de Pasta de Conchos), es decir, un aumento de 780 por ciento.
Son muchos los años transcurridos, pero infinitamente más los millones acumulados de esa decena de magnates mexicanos, como para que la embajada estadunidense apenas registre que esta concentración de la riqueza y poder económico dificulta la capacidad del país para aumentar y profundizar su competitividad en industrias importantes. De maravilla les ha ido a los Forbes autóctonos en tres décadas de estancamiento económico, durante las cuales lo único que ha crecido vertiginosamente en el país son tres cosas: las fortunas de los amigos de los amigos, el número de pobres y la concentración del ingreso y la riqueza. Demasiado obvio como para que sólo hasta ahora la seguridad nacional del vecino del norte se sienta afectada directamente.
Las rebanadas del pastel
No es mucho, pero sí seductor (alrededor de mil pesos mensuales para preprimaria y primaria; poco más de 2 mil para bachillerato o su equivalente). Decreto de por medio, el inquilino de Los Pinos anunció ayer la deducibilidad fiscal (ISR) de las colegiaturas (una propuesta priísta presentada ante el Congreso en 2009 que, por la ruta panista, terminó en la congeladora). El lanzado ayer es un caramelo que atrae votantes clasemedieros, de allí que no lo incluyera en su propuesta de Ley de Ingresos 2011 para que lo votaran diputados y senadores. Lo mejor del caso es que, según dicen, Felipe Calderón no tiene las manos metidas hasta el fondo en el proceso electoral.
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