La crisis financiera mundial ha tenido insólitas derivaciones. Una es la intensa discusión sobre la fiscalidad vigente en muchas naciones del orbe, en realidad casi en todas. Numerosos analistas especializados, funcionarios y académicos de variada gama ideológica, pero preocupados por conocer sin tapujos lo sucedido, han hecho públicas sus reflexiones y hallazgos. Éstos se dirigen, sin recato que valga, a los sistemas fiscales vigentes como causales de estancamiento e injusticia distributiva. En especial se han concentrado en aquellos, dentro de los desarrollados, cuyas sociedades han sufrido y padecen sus devastadoras consecuencias.
Fue a partir de la época Reagan-Thatcher que se hizo el gran corte, la neoliberal modificación, en la anterior fiscalidad que regía en la mayoría de los países industrializados de entonces. En ellos eran comunes los gravámenes marginales, incluso al 90 por ciento. En Estados Unidos, a los ingresos superiores al medio millón de dólares se les imponían tasas crecientes en un afán redistribuidor. Fue esa época de crecimiento y prosperidad. El gobierno podía atender sus compromisos y conservar estabilidad en sus cuentas. La sociedad aumentaba sus ingresos y poder de compra al parejo del bienestar generalizado que mejoraba con el tiempo. Fueron los años de la gran expansión de su hegemonía mundial. En Europa, con sociedades más uniformes e igualitarias de origen, se mejoraban con regularidad todos los renglones que dieron lugar al llamado Estado de bienestar.
Pero llegaron las desgravaciones neoliberales para los ingresos mayores y empezaron los problemas. Las sociedades se estancaron y se vieron en la necesidad de recurrir al crédito de manera creciente para sostener sus niveles de vida. Los gobiernos, empresas e instituciones empezaron un proceso de apalancamiento y endeudamiento que no ha cesado desde entonces. La especulación ocupó el centro neurálgico de las distintas economías, en especial en aquella de mayor calado, la estadunidense. En la región europea, además, la salud, la seguridad y la educación, todas ellas bajo cuidado, protección y manejo de los estados, entraron en una zona de ataque.
Los grandes centros financiero-bancarios desplegaron sus crecientes poderes de convencimiento y mando para un intenso proceso de privatización que no ha cesado. Los mercados, en especial sus porciones especulativas, que son las dominantes, no han dejado de someter gobernantes a sus rapaces intereses.
Pero desde dentro de tal situación se han levantado voces, plumas independientes, organizaciones civiles o instituciones educativas que protestan, con informada razón y hasta airadamente, por lo que viene sucediendo. Juntos, han descubierto los rasgos de este fenómeno masivo de despojo dentro de las propias naciones y de unas con respecto a las más desprotegidas o inocentes. Todo ello bajo la cachucha de la globalidad y la libertad de empresa. El poder de los mercados se aduce, continuamente, como un intento de disfrazar los colmillos de los grandes especuladores que dominan esos territorios anónimos.
En medio del griterío mediático del oficialismo dominante, sobresalen las opiniones que piden una revisión exhaustiva de los sistemas impositivos. En concreto, por las desgravaciones indebidas a los ingresos mayores. Una decisión que, en su momento, fue contrariada por un grupo de patriotas superricos con el señor Warren Buffet a la cabeza de ellos. Tal grupo de potentados se oponía a las desgravaciones aduciendo razones de peso que fueron ignoradas por la corriente neoliberal a ultranza. Las consecuencias de esta vorágine de endeudamiento dieron pábulo a la especulación desatada con motivo de las llamadas hipotecas subprime y la burbuja de los bienes raíces en varias economías avanzadas, factor básico y desequilibrante de las finanzas mundiales.
En México la situación del erario y las finanzas de la sociedad entera se ha visto afectada, desde los infaustos tiempos en que se inició la decadencia priísta (LEA), por un irracional sistema impositivo. Los grandes capitales fueron, por convenio secreto, exentos de impuestos. Toda la fiscalidad se recarga en las clases medias y populares, así como en los medianos y pequeños centros productivos. Por eso se tienen tan ridículos ingresos fiscales como proporción del PIB (9 por ciento). Por eso también se le recarga la mano a Pemex. Castigando a esa petrolera obtiene Hacienda su mayor ingreso sustituto. Pemex lo paga con salud empresarial, un ejemplo mundial de mal manejo, entreguismo, atentado ecológico y corrupción.
Pero los partidos de la derecha (PAN, PRI y parte de la burocracia del PRD) no han cesado de proponer la llamada urgente reforma fiscal. Cada año sale a colación, sólo para terminar la faena legislativa en adecuaciones sin lustre ni destino. Los legisladores, políticos, funcionarios y demás parafernalia del entorno decisorio no tienen los arrestos para enfrentar tamaño desafío. Lo han postergado por más de 30 años. Y, lo peor, seguirán dejando naufragar la indispensable reforma porque todos los personajes del ámbito oficial están sometidos, por fuerza o voluntad propia, a la plutocracia dominante.
En ese transcurso de décadas inertes, el crecimiento económico ha sido casi nulo. La deuda pública ha causado numerosos crisis, todas pagadas con disminuciones en bienestar colectivo, mayor marginalidad y pobreza. La invitación a discutir la fiscalidad y su reforma es un simple señuelo electoral que a poco conducirá. El meollo es la nula contribución de aquellos personajes o aquellas empresas y consorcios que evaden sus responsabilidades. La concentración desmedida de la riqueza es la consecuencia. Y luego se espantan y vociferan por la inseguridad reinante. El sometimiento a los grupos de presión interna por partidos y políticos es semejante a su exhibido doblegamiento ante el imperio y sus procónsules por Wikileaks. Sólo hay una rendija de posible escape. Y radica ahí donde una rebelión masiva de votantes, cansados de vejaciones y cerrazón de horizontes para las mayorías, haga valer su creciente descontento y opte por la alternativa que no se quiere ver ni apreciar por el oficialismo derechoso.
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