Un número creciente de personas hemos dejado de confiar en lo que queda del Estado, es decir, de los gobiernos, los partidos y los medios. Más desconfianza aún nos provocan las marrullerías, espectáculos y manipulaciones que aún se llaman jornadas electorales. Una elección democrática no es alternativa a la vía armada sino su consolidación: sustituye al gatillero en vez de renunciar al gatillo. La inmensa repercusión de los 131, que alumbraron el #YoSoy132, reveló que había madurado entre nosotros una crítica seria del estado de cosas, cuando locutores, publicistas y encuestas intentan sustituir a los ciudadanos. Pero, ¿cuáles son nuestras opciones reales ante las elecciones?
¿Debemos hacer como los griegos? En la más importante elección de su historia se abstuvo 40 por ciento de los electores, mientras el partido triunfador, de derecha, tuvo menos de 30 por ciento. Si nos abstuviéramos en la misma proporción, nuestro triunfador no llegaría siquiera a ese 30 por ciento.
¿Votar? IFE y Trife afirman que no hay cabida para el fraude electoral. Pero el fraude ya se cometió. A todos nos consta. Cunden en todas partes la compra de votos y todas las formas de coacción penadas por la ley. Grupos de ciudadanos exigen inútilmente al IFE que cancele el registro de Peña Nieto por sus innumerables delitos electorales. Pero el IFE lo seguirá protegiendo hasta el día primero, cuando se dedicará a disimular las nuevas trácalas que se harán para imponerlo.
Si triunfara este empeño perverso, se nos vendría encima el estilo Atenco de gobernar. El propio Peña Nieto lo anunció en la Ibero al defender el derecho del Estado a reprimir y designar a su asesor militar colombiano. Pregonar estas flagrantes violaciones a la ley al fin de su campaña no es desliz o incompetencia. Sirve para que nadie se llame a engaño: no permitiría que la ley se interpusiera en su ejercicio arbitrario del poder. Ese es el compromiso que ha hecho con las manos que mecen su cuna. Se los cumpliría.
Todo esto intensifica la resistencia contra una imposición largamente anunciada. Los jóvenes, particularmente los que votan por primera vez, intentan hacerlo de manera responsable; por eso anuncian que su voto, consciente e informado, será contra Peña Nieto y contra los medios que inventaron su candidatura. Muchísimas personas sostienen que la mejor forma de prevenir la catástrofe Peña Nieto es votar por López Obrador.
Cuando el barco en que vamos todos hace agua, no tiene mayor relevancia el cambio de capitán: nadie podrá evitar el naufragio, un naufragio que abarca tanto lo que queda del Estado como lo que los cínicos persisten en llamar democracia. Pero el asunto no es irrelevante, porque el nuevo capitán podría facilitar o entorpecer la tarea en que tantos estamos empeñados: construir con los restos del barco tablas de salvación que nos conduzcan a la playa en que empezaremos la reconstrucción.
Esta metáfora permite dejar de ver hacia arriba y guiar la mirada adonde debe estar: hacia nosotros, hacia comunidades y barrios, hacia grupos organizados, hacia los pueblos indios, hacia cuantos trabajamos en la resistencia y sentimos llegado el momento de convertirla en lucha de liberación. Aquí abajo sabemos en qué consiste mandar obedeciendo y preguntar en el camino. En nuestros propios lugares recuperamos sentido de proporción y capacidad real de decisión y acción. Aquí contamos de verdad, cada una y cada uno.
Ante la hipocresía de mala calidad que arriba ofrecen, nos preparamos para el día 2, encabezados por los jóvenes. Tanto quienes se resistan a votar, por las razones que sean, como quienes acudan a las urnas, convencidos de que a pesar de todo será posible resistir la imposición o al menos documentarla, debemos aprestarnos a la acción. Tomaremos en nuestras manos la declaratoria de emergencia que allá arriba no se atreverán a asumir. Usaremos autonomía y libertad para realizar pacíficamente los cambios que hacen falta, obligando al capitán a obedecernos.
El camino es largo y lleno de dificultades. Abundan falsos atajos y anuncios falsos que conducen al abismo. Pero tiene también el goce del andar liviano. Empacamos así las vagas tierras prometidas en un presente de transformación, porque la esperanza no es la convicción de que las cosas ocurrirán de una manera determinada, sino la convicción de que algo tiene sentido, independientemente de lo que pase. La dignidad no alimenta tristeza o frustración, porque nace de la paradoja: la indignación autocontenida y festiva, la ebullición serena.
Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad.
Bertold Brecht.
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