Tiempos verbales
En foros, redes sociales y pláticas ciudadanas, la discusión se sintetiza en una pregunta simple: ¿habrá fraude?
Tal vez la pregunta deje al descubierto un toque de ingenuidad, porque hay muchas maneras de inducir ilegítimamente, y antes de la elección, el veredicto de los votantes en favor de una candidatura o en perjuicio de otra. En la sucesión de 2006, por ejemplo, el entonces presidente, las televisoras privadas y los grandes capitales, intervinieron de manera ilegal para crear una imagen diabólica de Andrés Manuel López Obrador a fin de favorecer las aspiraciones de Felipe Calderón. Hubo también, entre otras prácticas inveteradas, compra de votos y sufragio corporativo, y todos esos mecanismos constituyeron una suerte de fraude anticipado, lo que Vicente Fox llamó cínicamente “cargar los dados” para mejorar las posibilidades del candidato oficial. Como lo reseña Héctor Díaz Polanco en su libro La cocina del diablo, todos esos preparativos no bastaron para que Calderón ganara la Presidencia, de modo que se recurrió también a la adulteración de los contenidos físicos de las urnas, y como ni siquiera así perdía López Obrador, se echó mano del fraude cibernético. Era tan obvio que los resultados que cantó el IFE de Carlos Ugalde no tenían nada que ver con la suma de las boletas electorales que se prohibió el acceso a éstas y se impidió el recuento voto por voto.
Una montaña de hechos documentados obliga a pensar que en esta ocasión el PRI lleva a cabo un nuevo fraude. El domingo pasado, en estas páginas, Antonio Gershenson se dio a la tarea de recopilar algunas decenas de ejemplos –de entre miles– de las irregularidades documentadas en el proceso electoral. Hora tras hora se acumulan en las redes sociales testimonios fotográficos y videográficos de las marrullerías que perpetran los mapaches en acción. Mientras el IFE duerme una siesta plácida, se ha documentado parte de la inversión publicitaria astronómica –muy superior a los topes de campaña– realizada por el priísmo. Y para no ir más lejos, en la edición de ayer de La Jornada se da cuenta del vasto operativo organizado por la mafia cupular del SNTE para aportar cinco millones de votos a la candidatura de Peña Nieto.
Ilustrativo: en el lapso de tres meses, la Fepade ha realizado 322 consignaciones por delitos electorales, a razón de cien por mes, en tanto que el IFE ha recibido 17 quejas por operaciones con recursos presuntamente irregulares. ¿Síntomas de una elección limpia y libre?
La pregunta pertinente, entonces, no es “¿habrá fraude?” sino “¿hay fraude?” La diferencia está en el tiempo verbal que se utilice, y de ello puede inferirse que una adulteración eficiente –aunque no por ello menos ilegal– de la votación puede realizarse por adelantado, de modo que el día de la elección los votos aparezcan, ordenados, planchaditos y convenientemente ubicados en las casillas pertinentes.
En realidad, y aunque parezca absurdo, la pregunta podría formularse en pasado: ¿Hubo fraude en los comicios del próximo domigo? Lamentablemente, la respuesta es afirmativa. Desde hace seis años la principal integrante del duopolio televisivo ha empeñado su músculo mediático en la fabricación de un aspirante presidencial, el erario mexiquense ha sido sangrado para fabricarle imágenes favorables y encuestas copeteadas; durante 66 meses, la propaganda sucia del régimen no ha tenido descanso en la ofensiva contra el proyecto alternativo de nación.
Como hace seis años, la primera parte del fraude ya fue realizada. Si el régimen político muestra signos claros de desasosiego y sobresalto es porque duda que la labor realizada sea suficiente para colocar en las urnas los votos que Peña Nieto, candidato del régimen, requiere para ser nombrado presidente, y se deba recurrir a un nuevo manoseo físico e informático de las boletas y las actas.
Una pregunta más precisa es, entonces: ¿se consumará el fraude en curso? Una respuesta plausible: millones de ciudadanos creemos que este domingo será posible, incluso con las mapacherías ya perpetradas y las que están en curso, derrotar por amplio margen al candidato de Salinas, Fox y Gordillo y, con ello, poner fin a la continuidad política que va del 2 de octubre de 1968 a la guerra calderonista, cortar la cadena de complicidades que recorre los sexenios, hasta ahora, y colocar a la población como la prioridad central de gobierno. Por eso, nuestro voto será para Andrés Manuel López Obrador. Nos vemos en las urnas.
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