Querida urna: sé bien que no eres Santa Claus ni el genio de la lámpara de Aladino. Eres, simplemente, el instrumento que tengo a mano para hacer realidad mis deseos. Para lograrlo no hay magia de por medio. El secreto está en lograr que mis deseos concuerden con los de muchos otros, con muchos millones que, como yo, recurrimos a ti con buena voluntad, claridad y esperanza. Eres la forma más simple y directa de obtener lo que queremos, a condición de que te observemos, te vigilemos y nos aseguremos que no adulteren tu contenido. Esa tarea conlleva sacrificios y esfuerzos, pero éstos son pocos si se considera todo lo que podemos lograr, o lo mucho que podemos acercarnos a lo que deseamos.
En principio, tienes una forma de uso extremadamente sencilla: expresamos nuestra voluntad mediante un trazo en un papel, lo doblamos y lo introducimos en tu boca estrecha. Para llegar a ese acto simple que no es ritual ni conjuro, sin embargo, hemos de realizar un intenso trabajo de reflexión previa, de esclarecimiento interior, de cálculos sobre el mejor de los mundos posibles y sobre la menos mala de las opciones. Una vez cumplida esa tarea, basta con expresar nuestras conclusiones mediante una marca cualquiera en uno de los recuadros de la papeleta que depositaremos en tu interior. Ya después habremos de estar atentos a que se cuenten bien los votos y a que tu veredicto sea resultado de la aritmética y no de la magia o, digamos, de la alquimia. La cruz, la equis, la carita sonriente o la leyenda que habré de dibujar este domingo en una zona precisa de un papel tiene una carga formidable de imaginación, de agravio, de futuro y de deseo. En las líneas que siguen te la expongo.
Quiero un país, por ejemplo, en el que el poder público no ordene el asesinato de estudiantes, dirigentes sindicales, opositores, informadores, parientes de víctimas de la violencia, activistas de derechos humanos, presuntos delincuentes o figuras prominentes de la clase política. Quiero que los gobernantes prevengan e impidan esa clase de crímenes en vez de perpetrarlos. Quiero un gobierno que defienda el derecho a la vida en vez de practicar el exterminio y la eliminación.
Quiero un país que antes se preocupe por resolver la situación de sus muertos de hambre que la de los bancos en quiebra; en el que la prioridad absoluta de las instituciones sea el bienestar de la población, no la glorificación del poder público, no el enriquecimiento de unos cuantos, no la preservación de la impunidad por los siglos de los siglos.
Quiero una nación plenamente dueña de su cobre y de su carbón; de su oro y su plata; de su petróleo, su agua y su aire.
Quiero un país que dé sentido actual a su raíz agraria; que reconozca el papel del campo en el desarrollo; que deje de idear fórmulas para que los campesinos dejen de serlo; que empiece a pagar la deuda enorme contraída con la población del agro, a la que se le ha robado el futuro, el presente y, cuando se puede, hasta el pasado; que fortalezca la economía de los campesinos antes que la ganancia de los supermercados; que tenga conciencia de los aportes de los primeros al país, desde comida hasta cultura. Quiero un gobierno que resuelva los añejos conflictos del campo en vez de mandar a matar o a encarcelar a los dirigentes campesinos. Quiero un Ejecutivo y un Legislativo que hagan justicia a los pueblos indios saqueados, humillados y traicionados por siglos y que dé pleno reconocimiento a sus derechos colectivos, a su autonomía, a sus usos y costumbres.
Quiero un país en el que se hable más de derechos que de oportunidades y en el que las autoridades garanticen el derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda y a la alimentación en vez de ocupar su tiempo en construir explicaciones de por qué no lo hacen. Quiero un país de sindicatos libres que sirvan para defender los derechos laborales de sus agremiados y no para conculcar sus derechos políticos; quiero una vida republicana en la que proscriba la compraventa de afiliados y de sus votos; quiero una nación sin caciques y sin líderes charros. Quiero una política laboral que induzca a las empresas a ver en los trabajadores su activo más valioso, y en su capacitación y beneficio, la inversión más rentable que pueda realizarse. Quiero que sea preferible gastar en seguridad laboral que en indemnizaciones miserables. Quiero que el trabajo asalariado vuelva a ser factor de movilidad social y de progreso personal y familiar. Quiero una ética pública que obligue al rescate de los cuerpos que todavía yacen en el socavón de Pasta de Conchos.
Quiero un sistema judicial que sancione a los delincuentes independientemente de su posición social, de su fortuna y de su ubicación en el organigrama administrativo. Quiero instancias de procuración que investiguen en vez de torturar sospechosos y de inventar pruebas. Quiero que la protección efectiva a las víctimas de delitos sea obviedad procesal y no reclamo incumplido; ministerios públicos y jueces que trabajen por la justicia y no por la estulticia; cuerpos policiales que colaboren entre sí en vez de competir por la extorsión; que el sistema penal rehabilite y readapte. Quiero cárceles de máximo respeto a los derechos humanos.
Quiero un país en el que el feminicidio sea una monstruosidad inaceptable y no una estadística rutinaria.
Quiero que la lógica de los negocios y de la ganancia robustezca y agilice a la industria, el comercio y los servicios, pero no quiero que contamine ni avasalle a la educación, la salud, el deporte, la religión, la política, la información, el sexo, la cultura, el ejercicio gubernamental y las tareas legislativas y judiciales.
Quiero que los medios informativos sean también formativos y educativos. Quiero que la telaraña colosal de complicidades entre los medios y el poder, idéntica a sí misma en el México de 2012 como en el de 1968, se venga abajo. Quiero la preservación de los medios informativos privados y el florecimiento de medios públicos y sociales no lucrativos. Quiero empresas mediáticas que se dediquen a informar y a entretener, no a colocar infiltrados en el Congreso ni a amasar poderes políticos perversos y desmesurados.
Quiero un territorio nacional en el que los adolescentes puedan viajar con mochila al lomo y plena confianza, sin temor a que los maten, los secuestren, los levanten o los extorsionen; campos en los que se pueda acampar sin miedo a asaltos ni violaciones; autoridades más concentradas en evitar la muerte de bebés en guarderías incendiadas por negligencia que en perseguir a las mujeres que abortan; que los maestros de primaria vuelvan a ser sujetos de admiración, respeto y cariño; escuelas con clases completas, con programas integrales y bien diseñados, con sanitarios limpios y con agua potable; preparatorias en las que quepan todos los chavos de la calle, todos los chavos del narco y todos los chavos emigrados.
Quiero, finalmente, una nación respetuosa de la integridad y la libertad de cada uno de sus pobladores, en la que cada uno de ellos sea idéntico al resto en derechos y obligaciones, pero único e irrepetible en su configuración personal y soberana. Nos vemos el domingo.
* * *
De aquí a entonces, vayan a ver la obra Soles en la sombra (escrita por Estela Leñero, dirigida por Claudia Ríos y producida por la Compañía Nacional de Teatro), que cuenta historias ignotas, insólitas y sumamente edificantes, sobre algunas mujeres en la Revolución Mexicana. Aún habrá funciones hoy (8 pm), mañana viernes (7 pm) y el sábado 30 (6 pm) en Francisco Sosa 159, Coyoacán. Al igual que a la urna, lleguen temprano.
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