Bernardo Bátiz V.
Quienes se encargaron, con el claro designio de combatir a López Obrador, de seducir a Rafael Acosta, Juanito, y a éste mismo, pensaron en todas las argucias que requerían para ello, pero se desentendieron de la voluntad del pueblo de Iztapalapa y de su indignación, que ya empieza a manifestarse en pintas, gritos y mantas colgadas en calles y avenidas.
No sobra repetir que quien desató la cadena de equívocos y confusiones en que se enredó a los ciudadanos de la delegación fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que despojó a Clara Brugada de la posibilidad de competir en la elección, con su propio nombre y con el emblema del partido que la postuló. La resolución fue absurda y sus efectos peores. Quien cruzara las boletas electorales por el nombre de Clara Brugada, según la peregrina resolución “judicial”, estaría votando por otra persona, a la que Clara había superado en la elección interna del PRD.
El despropósito fue mayúsculo, el tribunal, con sospecha fundada de obedecer a consignas de quienes negociaron los nombramientos de los magistrados, dejó a los votantes de Iztapalapa en una situación de incertidumbre: no podrían votar por su candidata porque los votos irían a favor de otra persona; abstenerse era hacer el juego a los escépticos y a nada conduciría; otros candidatos estaban muy lejos de la capacidad y la experiencia de Clara Brugada, y a los ciudadanos se les cerraban las puertas y eran víctimas de una burla infame e irresponsable.
La necesidad, dicen, tiene cara de hereje. Se encontró la solución. López Obrador dio la única forma posible de salvar la situación, propuso en el momento preciso, no había otro, públicamente, frente a los interesados, Rafael Acosta, Clara Brugada y la multitud de ciudadanos expectantes e indignados: voten por Acosta, al ganar él renuncia, para que gobierne quien ustedes apoyan. La respuesta, que luego se refrendó en las urnas, fue inmediata y unánime. La aceptación de Juanito entusiasta, comprometida y espontánea.
El sufragio complicado –vota por Juanito y estarás votando por Clara– no era fácil de explicar; sin embargo, fue comprendido cabalmente y se manifestó nítido en las urnas. La Clara de carne y hueso, con su carisma personal y su capacidad, venció a la Clara de las boletas, que con su nombre encubría el de otra persona.
Parecía todo resuelto, la gente aplaudió la fórmula exitosa, pero apareció la ruinad, la maldad, la perversidad política. ¿Cómo iban a dejar ganar a López Obrador? ¿Cómo iban a permitir que el apoyo popular y la movilización legítima y pacífica de los ciudadanos refrendaran la propuesta del líder de la oposición? Se demostró en Iztapalapa que es posible salvar al país desde abajo. Los marginados y aguerridos de la delegación confirmaron que el camino propuesto por el “presidente legítimo” es el correcto. Acciones pacíficas, pero enérgicas, pueden lograr cambios impensables.
Por ello había que detenerlo y buscaron el eslabón más débil y lo encontraron en Juanito, lo envolvieron en elogios, en mentiras, en promesas, lo adularon en extremo y en todo pensaron, menos en el pueblo de la delegación que había expresado su voluntad votando.
¿Qué sigue? Lo que venga. Un gobierno incapaz, un gobierno títere, un gobierno impopular, brotes de indignación, quizá violencia, será responsabilidad de los que manipularon y remodelaron a Juanito, los que lo hicieron a la imagen y semejanza de ellos mismos, irresponsables, vanidosos, frívolos, petulantes. Algunos, los más despiertos, se empiezan a dar cuenta de las consecuencias, como decía Sor Juana: “primero ponen el coco y luego se asustan de él”. Echaron por la borda un buen ejercicio de democracia y de cambio pacifico, desviaron la voluntad popular sin prever las consecuencias, menospreciando al pueblo tenaz y duro de Iztapalapa; ellos serán los responsables de lo que suceda.
jusbbv@hotmail.com
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