Me propuse durante la semana buscar un tema positivo para mi colaboración a la sección Capital de La Jornada y corrí con suerte; entre docenas de noticias truculentas, detenciones sorpresivas, declaraciones mentirosas, investigaciones fallidas, encontré un tema que tiene un sentido socialmente valioso y, diría, hasta luminoso entre tantas tinieblas.
En Iztapalapa se da un paso que va de la democracia formal que tenemos, a la democracia participativa a que aspiramos; en esa delegación los habitantes, en general de clase media y pobre, con carencias y problemas, demostraron no hace mucho ser demócratas de avanzada. Eligieron, con un sistema complicado por la aberración del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, a su actual delegada y ahora tienen la oportunidad de adelantarse en lo que se ha propuesto desde hace algunos años, como un perfeccionamiento de nuestra democracia.
Para el ejercicio de una importante partida del presupuesto, poco más de doscientos millones de pesos, la delegada Clara Brugada propuso un programa en el cual los vecinos de Iztapalapa decidirán en qué gastar ese dinero. Desde el nombre del programa encontramos muestra de imaginación y de una concepción de la política menos rígida y acartonada y más ágil y popular, el programa se denomina Obras son amores en tu comunidad.
Se divide en tres partidas, dos de cien millones cada una, la primera, se repartirá en partes iguales entre las unidades territoriales en que se divide la delegación y la segunda se entregará en proporción a la población de las unidades; el destino del resto, servirá para equilibrar las posibles diferencias, de tal modo que ninguna unidad territorial tenga menos de ochocientos mil pesos.
Desde mediados del siglo pasado se criticó por la izquierda y la democracia cristiana latinoamericana la llamada democracia formal o burguesa que constreñía la participación de los ciudadanos en política a votar cada tres o cuatro años para convertirse, después del sufragio, en simples espectadores de lo que sus representantes hacen, bien o mal, en beneficio de los gobernados o, lo que es frecuente, en su perjuicio. Se habló entonces de un paso hacia adelante en un sistema en el que los gobernados en ejercicio de su soberanía, más allá del voto periódico, continúan por diversos caminos participando en las decisiones que les incumben.
Las formas concretas de una democracia participativa son variadas, desde la revocación del mandato, los juicios populares, el referéndum, la iniciativa popular, hasta lo que la imaginación dé; en Iztapalapa los ciudadanos de Obras son amores, serán escuchados y atendidos para que determinen en asambleas comunitarias, las prioridades de su barrio, colonia o unidad habitacional. Podrán destinar el dinero que les corresponde en muchos conceptos: equipamiento social, fortalecimiento de seguridad pública, obras, rescate de espacios urbanos, mejoramiento del medio ambiente y otros más.
La decisión tendrá que ser primero discutida a partir de propuestas que hagan los mismos vecinos y si hay varias, la decisión se deberá tomar por mayoría de votos. Esto es, que los politizados vecinos de Iztapalapa no solo votarán cada tres años, si no que ahora comparten la responsabilidad de las decisiones encaminadas a usar los dineros de todos en lo que más les interese a todos.
La noticia de esta nueva experiencia política pasó casi desapercibida en medio de las noticias amarillistas y desagradables a que nos estamos acostumbrando cada vez más, pero la verdad es que es una bocanada de aire fresco en el mundo de la política mexicana de hoy en la que abundan intrigas, mentiras y desplantes sin sentido. Bien por Clara y felicidades a los buenos ciudadanos de Iztapalapa.
Adiós a don Gabriel Vargas, creador de prototipos citadinos como el poeta Avelino y el Sapo-Rana, entre otros muchos salidos de su ubérrima imaginación, de su bondad y de su amor a la ciudad.
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