Carlos Fernández-Vega
En los últimos 10 años México ha gastado unos 150 mil millones de dólares en la compra de alimentos al exterior. En la imagen, una bodega de arroz y frijol de la Central de Abasto del Distrito FederalFoto José Carlo González
Tres organismos internacionales (Cepal, FAO e IICA) advierten tristemente que en este año de la recuperación”, México incrementará aún más la importación de alimentos (léase aumentará su dependencia alimentaria) por la sencilla razón de que la producción nacional en este renglón se mantiene a la baja, mientras la autodenominada autoridad se mantiene en la fiesta y tan delicada proyección no le quita el sueño. Y como muestra un botón documentado por el Inegi: en el primer trimestre de 2010, México erogó 4 mil 291 millones de dólares para comprar alimentos en el mercado internacional (fundamentalmente en Estados Unidos), lo que representa un crecimiento de 14 por ciento respecto de igual periodo de 2009, y equivale, en ese lapso, a un gasto de 2 millones de dólares por hora.
El sábado pasado, en este espacio, se comentó el informe Perspectivas de la agricultura y del desarrollo rural en las Américas: una mirada hacia América Latina y el Caribe 2010, elaborado por la Cepal, la FAO y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), en el que se advierte que México, “que ya era uno de los principales importadores netos de la región, ahora depende aún más de las importaciones”, y no precisamente de artículos suntuarios, sino de los prioritarios. El “estómago” nacional, pues, depende en grado sumo de lo que se produzca, de lo que cueste y de lo que en la materia se decide fuera del país.
Pues bien, entre el barullo de las matracas y los silbatos que festejan el “regreso a la normalidad”, porque la crisis “ya se acabó”, el Inegi informa que de enero a marzo, por ejemplo, la importación de pescado fresco o refrigerado se incrementó casi 50 por ciento, para abastecer a un país con más de 10 mil kilómetros de litorales; que la de café reportó un crecimiento de 105 por ciento, justo para un país con uno de los mejores granos del mundo; que, para no variar, la compra de maíz en los mercados internacionales avanzó alrededor de 20 por ciento, precisamente en un país cuya dieta fundamental se basa en ese cereal, y que, en fin, la de azúcar registró un crecimiento de casi 260 por ciento, en un país que no hace mucho exportaba grandes cantidades del dulce.
Qué peligroso “regresar a la normalidad”, porque, como se ha comentado en este espacio, desde hace muchos años –con mayor intensidad desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte– la dependencia alimentaria registra un avance igual de sostenido que de peligroso. El “estómago” nacional cada día depende más de los abastecedores externos, y sólo en situaciones de crisis –la del “catarrito”, por ejemplo– se observan descensos relativos en el volumen y valor adquirido en el mercado externo –el estadunidense, fundamentalmente–, pero al primer signo de lo que algunos llaman “reactivación económica” dichos indicadores repuntan alegremente para seguir la escala ascendente.
Para dar una idea más amplia de cuál es el delicado problema, vale subrayar que en la última década México ha gastado algo así como 150 mil millones de dólares (40 por ciento de ellos en el calderonato) para adquirir alimentos en el exterior y comercializarlos en un país en el que se producía prácticamente todo lo que ahora se compra allende nuestras fronteras y a precios cada día más elevados.
El sexenio calderonista arrancó con severos aumentos de precios en los alimentos; esta situación se agravó en 2007 y 2008; aún más con el “catarrito”, pero el inquilino de Los Pinos asegura que se trata de una “coyuntura alimentaria”, la cual, dicho sea de paso, acumula varias décadas. En el recuento, vale recordar que 30 años atrás el entonces presidente José López Portillo anunció con bombo y platillo el llamado Sistema Alimentario Mexicano (SAM), que establecía “metas de consumo alimentario y medios para satisfacerlas desde dos vertientes fundamentales: un rápido aumento en la producción de alimentos básicos y apoyos múltiples al consumo de las mayorías empobrecidas de México”, y advertía que el país “tiene todas las posibilidades históricas y materiales para tomar un rumbo que revierta vigorosamente tendencias que, en estos momentos de graves definiciones internacionales, nos pueden conducir a la desnacionalización por la vía de la dependencia económica y tecnológica... (estamos ante) la quizá irrepetible y única posibilidad de satisfacer sin concesiones innecesarias nuestro gran potencial de crecimiento, ampliando la base productiva y el mercado interno, sentando así bases sólidas de soberanía y de una economía eficiente y poderosa”.
¿Qué sucedió? La importación de alimentos se incrementó y el sucesor de JLP, Miguel de la Madrid, quiso revertir esa tendencia con otro programa: el Nacional de Alimentación (Pronal), que prometía lo mismo que el SAM (“autosuficiencia alimentaria para resguardar la soberanía nacional y elevar el nivel de vida de los campesinos”), con el añadido de reducir “en cuando menos 30 por ciento” la compra de alimentos en el exterior. Logró exactamente lo contrario, y aumentó aún más la adquisición de alimentos en los mercados internacionales. Llegaron Salinas, Zedillo y Fox, cada cual con su “oferta de gobierno”, y la importación de alimentos creció y creció, a grado tal que alrededor de la mitad de lo que los mexicanos comen proviene del extranjero, principalmente del norte, mientras el campo produce pobres y migrantes al por mayor, que ya no migran a las grandes ciudades, sino directamente al mismo norte que nos abastece.
¿Y con Calderón? Lo mismo, con idéntico discurso (“la seguridad alimentaria es un asunto de Estado”). Se comprometió a “paliar la situación financiera de los mexicanos ante el incremento de los precios de los alimentos a escala mundial” y a “facilitar el abasto y el acceso de los consumidores mexicanos a los mejores precios de los alimentos en el mercado internacional; impulsar la producción de alimentos y aumentar la productividad del campo mexicano”. Nada de eso sucedió. El Inegi documenta que sólo en 2009, el año de la gran crisis y de la astringencia de divisas, salieron de México alrededor de 16 mil 235 millones de dólares para adquirir alimentos, 22 por ciento menos que en 2008 (casi 21 mil millones), pero no por el incremento interno de la producción, sino, precisamente, por la crisis.
Las rebanadas del pastel
Con todo y el creciente gasto en importación de alimentos, en 2006, 14.42 millones de mexicanos se encontraban en condición de pobreza alimentaria, y para 2008 sumaban 19.46 millones. De acuerdo con el Coneval, 46 por ciento de la población registra algún grado de inseguridad alimentaria (de leve a severo). Y van por más
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