Petróleo y corrupción: crónica de una reflexión presidencial
José Antonio Rojas Nieto
Tres palabras del presidente Obama dan razón esencial de lo que ha sucedido con el terrible, dramático y trágico accidente de la Plataforma de Explotación de Aguas Profundas en el Golfo de México. Sí, me refiero al accidente de Macondo, a 130 millas al sureste de Nueva Orleáns –zona identificada técnicamente como Mississippi Canyon block 252 (MC 252), offshore Louisiana, Gulf of Mexico, USA–. Perforar en aguas profundas, por cierto, significa perforar en terrenos donde el tirante de agua es de más de 300 metros. Y hacerlo en aguas ultra-profundas en terrenos con tirantes de agua de más de mil. Sí ahí mismo, y en contra de lo que Obama pensaba luego de la explosión del 20 de abril –que causó la muerte a 11 técnicos petroleros, de los 126 que componían el cuerpo técnico de la plataforma Deepwater Horizon (DH)– en contra de ello, hoy no cree que la empresa arrendadora Transocean (TO) y la arrendataria British Petroleum (BP), sean capaces de resolver inmediatamente el problema.
Esta semana Obama reconoció que estaba equivocado. Los primeros días pensaba que, efectivamente, TO y BP tendrían la capacidad de contener rápidamente la dispersión del petróleo ocasionada (entre 16 mil y 19 mil barriles al día), mitigar el daño ambiental y proveer de asistencia a los estados dañados. No lo cree más.
Este jueves señaló que se había equivocado (“I was wrong”, dijo literalmente). Y, en consecuencia, determinó cuatro acciones básicas para enfrentar el trágico hecho: 1) suspender la exploración petrolera planeada para dos áreas costa afuera en Alaska; 2) cancelar los procesos de arrendamiento de plataformas pendientes tanto para el Golfo de México como para las costas de Virginia; 3) prolongar durante seis meses más la moratoria de actividad de perforación petrolera en el Golfo de México y suspender –hasta nuevo aviso– los permisos para perforar nuevos pozos en aguas profundas; 4) finalmente, suspender las actividades en los 33 pozos exploratorios que se perforan actualmente en el Golfo de México. En ese orden las señaló. Pero también externó un severo juicio sobre las actividades regulatorias estadunidenses. Además de asegurar que BP era la responsable del desastre y, en consecuencia, deberá pagar todos los daños e indemnizar a todos los afectados, indicó que todas las acciones de la petrolera estaban siendo y deberán seguir siendo aprobadas por el gobierno federal.
En este contexto tres son los personeros clave de la acción gubernamental: el almirante Thad Allen, coordinador de las tareas frente al desastre; Stephen Chu, secretario de Energía; y Carol Browner, consejera presidencial para energía y medio ambiente. Pero, además, Obama indicó que ha comenzado a actuar para que esto no vuelva a ocurrir. Y su actuación se orienta a una severa revisión de la regulación en el ámbito petrolero –en general energético– en el vecino país.
Es terrible el reconocimiento presidencial de la existencia –durante años– de íntimas (cozy, dijo exactamente) y en ocasiones corruptas y escandalosas relaciones entre empresarios petroleros y reguladores gubernamentales. Ello se ha traducido en una escasa, débil o, incluso, nula regulación, principalmente en el área de perforación. (Obama dixit). Además, ha permitido y hecho posible no sólo negocios millonarios a cambio de severos daños sociales, sino accidentes como el que hoy es –oficialmente dicho– el más grave en la historia petrolera de Estados Unidos. Incluso de todo el mundo.
¿Dónde se descubrió este tejido de negligencia y corrupción? Obama mismo responde: en el Servicio de Administración de Minerales (Minerals Management Service), dependiente del Departamento del Interior encabezado por el secretario Ken Salazar. ¿Consecuencias? Las empresas petroleras se han regulado a ellas mismas. Y, en la práctica, han hecho lo que han querido. Se acuerda del dicho: cuando veas las barbas de tu vecino cortar, echa las tuyas a remojar. ¿Se acuerda de la reciente publicidad gubernamental respecto de la necesidad de explorar y explotar nuestro petróleo en aguas profundas? ¿Recuerda los recientes cambios legales en el ámbito energético que condujeron no sólo a la creación de nuevos organismos en el área, sino –incluso– al nombramiento de cuatro consejeros ciudadanos en el consejo de administración de Pemex y una Comisión Nacional de Hidrocarburos y un Consejo Nacional de Energía y una Comisión de Desarrollo Sustentable y… y..? ¿Sabe usted si algún miembro de esos consejos y comisiones del área energética –evidentemente a la luz del trágico accidente en Macondo– ha planteado la necesaria revisión ya no sólo de la Estrategia Nacional de Energía, sino de la regulación, al menos en materia petrolera y su práctica.
Es indudable que aquí, como allá, Pemex se maneja solo. Lamentablemente. Para bien y para mal. ¡Qué pena!
NB. Profundo dolor para nuestra Facultad de Economía de la UNAM. Se nos han muerto dos maestros queridísimos. Arturo Ávila Curial, compañero y luchador social de verticalidad intachable. Y Pedro López Díaz, pionero de la reflexión crítica, uno de los jefes iniciales de nuestro posgrado e investigador de coherencia esencial. Nos duele sobre el alba su ausencia. Nos consuela la presencia cotidiana de sus herencias académicas y personales.
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