Doña Amalia, Eduardo y Marta
Adolfo Gilly
Ceremonia de entrega del premio Amalia Solórzano, el pasado 23 de octubre en el Palacio de Minería. En la imagen el escritor Eduardo Galeano, quien fue galardonado junto con Marta LamasFoto Carlos Cisneros
L
os premios se honran con sus premiados y éstos, al recibirlos, se suman a la estirpe que da el nombre del premio. El que lleva el nombre de Amalia Solórzano es un galardón joven. Se otorgó por vez primera en 2011 a Luiz Inacio Lula da Silva, nacido en 1945, quien ha sido, entre otros oficios, dirigente obrero metalúrgico, organizador de huelgas, amigo de Fidel Castro y por fin presidente de Brasil en democracia, el primer diploma que le fue concedido en su vida, según dicen que él dijo.
Este año lo recibieron Marta Lamas, mexicana, y Eduardo Galeano, uruguayo. Con los tres el premio mismo va creando su estilo y su estirpe. Es un reconocimiento a los hechos de cada vida y a las causas que simbolizan y encarnan. Así lo definió Cuauhtémoc Cárdenas en la ceremonia de entrega de este año, el pasado 23 de octubre, en el Palacio de Minería. Este premio –dijo–
se concede a quienes se han entregado a causas que benefician a la humanidad e impulsan el progreso mundial.
Marta y Eduardo han dedicado una vida, la única que a cada uno nos toca, a algunas de esas causas por las cuales se definen esta distinción y quienes la reciben.
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Eduardo Galeano, (a) Germán Hughes, (a) Gius, nació allá por 1940 en Montevideo. Algunos de sus biógrafos dicen que es de estirpe noble, la del conde de Lautréamont, Isidore Ducasse, le Montevidéen. Otros aseguran que desciende de la dinastía francesa de Hugues 1º Capet, allá por la segunda mitad del siglo X, apodado Capetporque en sus dominios se conservaba la capa de San Martin de Tours. Pero vaya usted a saber, pues con Eduardo las versiones siempre son muchas y variadas. Eso sí, puedo asegurar que lo vi en Montevideo, en una noche de lluvia, envuelto en una capa oscura y con un chambergo cuya sombra le cubría la mirada, esa misma que usa los días de fiesta y los otros también, para que no se sepa si habla en serio o en broma, o las dos cosas a la vez.
Eduardo, además de haber sido declarado Ciudadano Ilustre del Mercosur, en 2008, al igual que Lula en 2012 –puros ilustres tenemos en el mexicano premio Doña Amalia–, a los 14 años ya andaba de aprendiz de periodista y a los 20 era secretario de redacción del semanario Marcha, uno de los ancestros ya legendarios de la prensa de izquierda latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX, fundado en 1939 por Carlos Quijano. Don Carlos, perseguido por las dictaduras, murió en el exilio mexicano en 1984, a sus 84 años de edad, en su sencillo apartamento de ahí nomás, al ladito de Ciudad Universitaria. Hoy una calle céntrica de Montevideo lleva su nombre.
Allá por 1964, Eduardo y otros de su especie fundaron el cotidiano Época, que tal vez se llamara así porque publicar por entonces un periódico de izquierda, que además apareciera todos los días, era una hazaña epocal. Hizo después otra más, fundando y dirigiendo en Buenos Aires, entre 1973 y 1976, la revistaCrisis, hasta que la dictadura militar acabó con ella.
Andando por otros rumbos, me preguntaba yo en ese tiempo cómo Eduardo terqueaba en publicar Crisis en Argentina –cuarenta números, dicen–, con lo cual se jugaba la vida dos o tres días a la semana –calculo–, aunque nunca sabía cuáles.
El secreto lo reveló Juan Gelman cuando le tocó decir lo suyo en la entrega del premio Doña Amalia en el Palacio de Minería. A Eduardo –nos contó– le llegaban intermitentes amenazas de muerte por teléfono. Una tarde lo llamó la consabida voz a eso de las seis de la tarde. Eduardo (o Hugues, uno de los dos) respondió:
Sólo recibo amenazas de tres a cinco. Y colgó.
Así fue como vino a parar al Palacio de Minería este 23 de octubre de 2012, junto con Marta Lamas. Enhorabuena.
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Y ahora que digo Marta Lamas, ella estaba ahí en Minería, muy sonriente, alardeando su mechón de cabello blanco y su sonrisa, tal como en la foto de los dos que apareció a toda página en La Jornada al día siguiente.
Allí, Ofelia Medina –o sea, Ofelia– celebró la trayectoria y la vida de Marta y recordó a sus antecesoras en los años del presidente Cárdenas, “cuando se gestó –dijo– el pensamiento de la diferencia con Concha Michel, Aurora Reyes, Frida Kahlo, Benita Galeana y sus cuatas. Camino no exento de contradicciones pero que fructificó en 1953, cuando las mexicanas tuvieron el derecho de voto en todo el país”.
Recordó la lucha feminista incansable de Marta y la fundación de la revistaFem, en 1976, junto con Alaide Foppa, después asesinada por la dictadura guatemalteca; y, en 1990, de la revistaDebate Feminista, que sigue hasta hoy el debate y el combate. Desde el público sonreía feliz Jean Franco, cómplice de Marta Lamas en su revista y vaya usted a saber en cuántas otras herejías.
Gracias a la constancia de Marta, amiga y madre, y a la de miles de personas, se logró en 2007 la despenalización del aborto en el Distrito Federal. [...] Marta trabaja desde hace tiempo por el reconocimiento del derecho al placer, bien nos recordó Ofelia Medina.
La presencia femenina y generosa, la fuerza de la suavidad, la sonrisa de Amalia Solórzano, se sienten entre nosotras.... Así dijo Ofelia, e invitó a todo mundo a celebrar.
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Marta Lamas, nacida en esta ciudad de México en 1947, expresó su gratitud y comenzó recordando:
Doña Amalia fue una mujer valiente, profundamente conmovida por su entorno, preocupada por los más vulnerables y por el destino del país, que comprendió el papel histórico que le tocó vivir y lo desempeñó con inteligencia, valor y sensibilidad. Una de esas mexicanas cuyo recuerdo nos enorgullece.
Habló después de las razones, las irrupciones y las luchas múltiples de las mujeres de México:
“De todas esas intervenciones, tal vez el logro más sonado sea la despenalización del aborto en la ciudad de México, en la cual jugamos un papel clave junto a un sector progresista, donde no sólo estuvieron los legisladores y el gobierno de izquierda de la ciudad, sino también los intelectuales, los periodistas, los científicos, los abogados y los médicos. En nuestro continente, solamente Cuba, Puerto Rico y Guyana tenían despenalizada esta práctica, y hace unos días Uruguay.
“Las presiones de la jerarquía católica en cinco países –El Salvador, Chile, Nicaragua, Honduras y República Dominicana– han modificado las legislaciones para prohibir totalmente el aborto, incluso el producto de una violación. Lo que ocurrió en esta isla de libertades en que se ha convertido la ciudad de México representa un rayo de esperanza, pues muestra que sí existe una izquierda que comprende la imporancia de esta demanda y se ha comprometido a establecer el marco normativo para otorgar un servicio médico seguro a las mujeres que así lo soliciten”.
Marta Lamas no sólo entró a los terrenos de los derechos y del sentimiento. Se internó sobre todo, costumbre suya, en los dominios de la razón:
El aborto remite a la raíz del problema: mujeres y hombres somos iguales como seres humanos, pero distintos como sexos. Rechazar la instrumentación de las mujeres como medio de reproducción requiere la existencia de un derecho fundamental que corresponde exclusivamente a las mujeres: que la maternidad sea voluntaria. Esto se logra previniendo embarazos no deseados, y también remediándolos.
Dijo entonces su legítimo reproche:
En el mundo político latinoamericano, que debate distintos problemas de la democracia, se guarda silencio sobre la despenalización del aborto. Los demócratas latinoamericanos no asumen la importancia de que las mujeres tengan el control de sus cuerpos, pese al claro vínculo que hay entre democracia, libertad personal y tolerancia de creencias.
Otras palabras más dijo Marta, entre ellas su agradecimiento
a mi genealogía de antecesoras, Chaneca Maldonado, Alaide Foppa, Marie Langer y Jean Franco, que han sido mis ejemplos a seguir. A muchos más nombró, mujeres y hombres. Esa tarde andaba de recuerdos, y así terminó:
“Hoy que me siento tan emocionada, deseo cerrar estas palabras de agradecimiento con una frase de la poeta Wislawa Symborska, palabras que comparto ampliamente: ‘Sueño el momento en que las feministas no sean necesarias’”.
Se abrazaron entonces los dos premiados; y todos nosotros: público, invitados, cronistas y jurado, aplaudimos mucho y, tal como propuso Ofelia, celebramos.
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En la tarde del lunes 5 de noviembre, Eduardo Galeano nos va a leer Los hijos de los días en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM. Allí estaremos, y a ver cuántos cabemos.
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