martes, 6 de noviembre de 2012


La revolución de los ricos
José Blanco /II y última
E
ntre finales de los años sesenta y principios de los setenta, se teje en la economía mundial un nudo formado por el fin de la era Bretton Woods; la imposición del dólar como dinero fiduciario obligatorio (un oxímoron que opera en el mundo real); la flotación de los tipos de cambio, la internacionalización acelerada del capital financiero; el hundimiento del perfil tecnológico surgido de la revolución industrial, expresado en la caída por casi dos décadas de la productividad global de la economía del norte; la vigorosa salida de grandes clósets de gobiernos neoclásico-neoliberales, que imponen como prioridad la estabilidad macroeconómica a toda costa. También llega la revolución de los nuevos materiales y las nuevas tecnologías.
Alcanzamos así una economía mundial que engendra anomia, individualismo exacerbado, consumismo enloquecido. En tanto, la Unión Soviética se hallaba ahora podrida por sus vicios, sus rapacidades, su imposibilidad de instrumentar la planificación centralizada en un mercado crecientemente complejo y se hundía irremediablemente, para dejar a los neoliberales robar en despoblado.
Nos ubicamos así en el principal propósito del texto de Tello e Ibarra: deconstruir pacientemente la posición neoclásica-neoliberal, cuestión que nuestros autores logran con solvencia, por el irrealismo de sus supuestos, nunca puestos a discusión, por los bárbaros destrozos que ha causado y está causando en la economía mundial, y por tratarse de una doctrina al íntegro servicio de los ricos.
Del 24 al 26 de marzo de 1999 tuvo lugar una Conferencia sobre Soberanía Económica, en Bangkok, y en la inauguración Susan George, directora adjunta del Transnational Intitute (Ámsterdam), y presidenta del Observatorio de la Mundialización, comenzó su intervención con estas palabras: En 1945 o 1950, si uno hubiera propuesto seriamente cualquiera de las ideas o las políticas de la caja de herramientas neoliberal actual, se le habrían reído a uno en la cara o la habrían llevado a un manicomio. Al menos en los países occidentales, en ese momento, todos eran keynesianos, socialdemócratas o demócratas social-cristianos o algún tinte de marxista. La idea de que al mercado debería permitírsele tomar decisiones sociales y políticas importantes; la idea de que el Estado debía voluntariamente reducir su rol en la economía, o de que se debería dar completa libertad a las corporaciones, de que debería restringirse la actividad de los sindicatos, de que se debería dar mucha menos protección a los ciudadanos en lugar de darles mucha más... todas estas ideas, dice Susan George, eran completamente extrañas al espíritu de la época. Aun si uno estaba de acuerdo con estas ideas, el o ella habría dudado de tomar tal posición en público y habría tenido muchas dificultades en encontrar una audiencia.
Nuestros autores nos muestran cómo el neoliberalismo crea un mundo de individuos e idealiza el espacio que ocupan como un mercado libre y consumista; nos muestran asimismo cómo fueron derruidos gobiernos de sentido social; cómo los funcionarios públicos adquirieron una mentalidad de empresarios; cómo el mejor gobierno consiste en la autorregulación del mercado, vale decir, el mejor gobierno es el no-gobierno. Examinan así minuciosamente la desregulación de la economía; la liberalización del comercio y la industria, la privatización de las empresas públicas, cómo se reducen los impuestos y el gasto publico, cómo eliminan las medidas de protección social, y más. Y lo peor, cómo lograron vencer a izquierdas de distintos tipos que cedieron a los embates ideológicos neoliberales.
Dedican, asimismo, un buen espacio a contarnos con detalle cómo ya los neoliberales estaban aquí en México desde los años cuarenta, pero cómo es en los años setenta, cuando se reprodujeron, y fueron ocupando posiciones de poder y decisión claves. Nos dicen quiénes fueron y son, cómo avanzaron y dónde, en el sector público, en instituciones de educación superior donde se enseña Economía, en las publicaciones especializadas, hasta apoderarse de la mayor parte del campo de la enseñanza, de la crítica, de la toma de decisiones y de la ocupación de las posiciones de poder en el Estado, volviendo marginal el pensamiento mexicano y latinoamericano que nunca inclinó sus banderas ante el capitalismo salvaje que ha ido conformando el neoliberalismo rapaz y ampliamente predominante.
Hacia las últimas páginas Tello e Ibarra evalúan el desempeño de la era neoliberal. Una tabla con el crecimiento del producto interno per cápita, muestra que en el periodo keynesiano (1950-1973) la economía mundial creció al más del doble que en el periodo que va de 1973 a 2001. En algunos casos, como en el de América Latina, el PIB per cápita creció al triple en el primer periodo que en el segundo, en Japón crecía casi cuatro veces más; en Europa Occidental a más del doble; en Europa Oriental, el factor es de 5.6 veces.
Dos datos escalofriantes. Entre 1977 y 2007 las transacciones de bienes y servicios crecieron 11 veces; en el mismo lapso las transacciones financieras crecieron 281 veces. Este es el capitalismo de casino referido por tantos autores. El otro dato: 150 empresas controlan el grueso de la actividad económica mundial. En Suiza el 10 por ciento más rico de la población es propietario de 71.3 por ciento de la riqueza; en Estados Unidos ese 10 por ciento es propiedad de prácticamente de 70 por ciento; en Dinamarca de 65; en Francia de 61, sólo para mencionar los casos más extremos de concentración.
Los ricos se enriquecen como nunca, cuando la economía crece menos que nunca; la vía, la expropiación de las clases medias y de los pobres.

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