Los que quieren la reelección legislativa inmediata deberían responder por qué no buscan, primero, que el Congreso esté abierto todo el año. Estamos hoy en un largo periodo de receso, el mayor de los dos que señala la Constitución. Tenemos en total seis meses de huelga legislativa. Holgazanería política, podría decirse. Pero los legisladores siguen cobrando sus dietas. En casi todo el resto del mundo, los parlamentos están abiertos todo el año y sólo toman breves periodos vacacionales.
Se dice que los recesos son lapsos que sirven para preparar proyectos. Sin embargo, nunca ocurre así: las comisiones dictaminadoras también están en huelga. Sólo la Comisión Permanente, como su nombre lo indica, sesiona una vez a la semana durante los recesos, pero ésta no legisla.
Existen más de cien proyectos de cada cámara detenidos en la otra. Algunos de ellos deberían discutirse sin demora, pero los legisladores están de vacaciones. ¿Para qué? Para hacer política fuera del Congreso. Entonces, las cámaras legislativas son instrumentos de financiamiento de los partidos, pues brindan a estos cuadros, activistas, operadores o lo que sea, para propósitos muy válidos pero que no forman parte directa del trabajo legislativo. Aún es peor la situación si se considera que las cámaras sólo sesionan dos veces por semana, de tal manera que un legislador puede tomar el avión en la tarde de un jueves y regresar hasta el siguiente martes por la mañana. Este tiempo es de grilla pero no de lucha parlamentaria.
Así, la holgazanería es sólo legislativa, lo que en verdad afecta el funcionamiento del sistema político de la Constitución. Venustiano Carranza criticaba la capacidad del Congreso para realizar tantas sesiones extraordinarias como se quisiera y recomendaba que el Congreso estuviera cerrado, salvo situaciones de extrema urgencia calificadas por el Ejecutivo, durante ocho meses al año. Así se aprobó en Querétaro. Hoy, no hemos avanzado mucho, aunque no es el Presidente de la República de quien depende la convocatoria a sesiones extraordinarias, sino de una votación de dos tercios de los legisladores presentes en la Comisión Permanente. Si un partido con más de un tercio no desea sesiones extra es imposible que éstas sean convocadas. El grupo del PRI considera que no puede haber ahora mismo un periodo extraordinario de sesiones porque no hay dictámenes, pero oculta el hecho de que estos últimos no existen debido a las vacaciones legislativas. En realidad, las bancadas del PRI están demasiado ocupadas en las campañas electorales locales y no quieren tener abierto el Congreso.
Pero además, el punto central no son las sesiones extra, sino las ordinarias, ya que en las primeras sólo se pueden discutir los asuntos enlistados en la convocatoria, mientras en las segundas no existe ninguna limitación. Los llamados periodos extra están pensados para aprobar alguna ley o un paquete. Antes, expresaban los deseos del Presidente en turno. Hoy, se requiere casi consenso entre los grandes partidos o, al menos, acuerdo entre dos de ellos, dentro de los cuales debe estar el PRI. ¿Estamos volviendo a algo ya muy conocido pero olvidado?
Durante décadas, la izquierda ha propuesto que el Congreso esté abierto todo el año. Se ha logrado aumentar dos meses, pero la intransigencia de las otras corrientes políticas ha hecho imposible dar un paso más. En realidad, esos líderes de opinión —así se les llama— que quieren la reelección legislativa inmediata no analizan que un mejor funcionamiento del Congreso depende de su apertura hacia la sociedad, la transparencia de sus debates y negociaciones, la claridad de sus discusiones y de que esté abierto todo el año. No analizan tampoco que, ante muchos asuntos legislativos, las direcciones de los partidos callan, lo que indica que no funcionan como liderazgos políticos nacionales comprometidos con la sociedad o con sus votantes, sino sólo como administradores de su respectiva franquicia electoral. Mucha grilla y poca política
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