miércoles, 23 de junio de 2010

Degradaciones estructurales...Luis Linares Zapata


Las ya muy cercanas elecciones en catorce estados están teniendo un efecto perverso: mostrar, a las claras, la tendencia degradante de todo el sistema operativo y de valores que rige la actualidad del país. La permisividad social ante conductas malsanas o francamente ilegales de funcionarios, jueces, empresarios y políticos llega a excesos que deben ser combatidos sin tregua y con ahínco. Trátese de las conversaciones de un gobernador atrabiliario, altisonante, engreído por sus alardes como mapache todopoderoso. O puede ser la contracara de ese episodio, el espionaje y la vulneración de una elemental y básica privacía. En esta ruta hacia el despeñadero se llega hasta lo inenarrable de usar matones para amedrentar activistas sin que haya la mínima averiguación previa. Pero puede tratarse, además, de una corte suprema que se doblega y acepta los argumentos de poca monta que le esgrimen agentes del régimen para dejar sin responsables a las muertes de 49 infantes calcinados.

En esta misma línea de análisis hay que pasar revista de otros trastupijes que ejecuta el ensamblaje de los poderosos para su propia defensa y prolongación. La escenifican los mayores partidos políticos (los menores o locales se dejan por hoy de lado). Unos porque, en sus alocadas actuaciones, no se arredran ante la incongruencia de pactar con rivales que les combaten y hasta repelen. Otros porque sostienen, sin pizca de pudor, candidaturas de personajes impresentables por sus ligas con el crimen, organizado o no. Pero lo que se repite hasta el cansancio es un fenómeno que se va asentando y toma carta de naturalidad: el inconsulto y hasta caprichoso nombramiento de tristes personajes como herederos de gubernaturas.

Tal situación nace de la íntima, compulsiva voluntad de algunos que se creen reyezuelos, ya por sí decadentes, para empujar candidaturas que, piensan, les cubrirán las espaldas, que seguirán las pautas del compadrazgo, conservarán al grupúsculo de cuates y darán vigencia a las ataduras de arraigadas complicidades. En fin, mandones arbitrarios que se inclinarán, con toda su influencia y recursos, sobre moldeables sujetos que replicarán el mismo accionar y buscarán, en todo tiempo, las oportunidades de hacer negocios con los bienes públicos. Saben, porque los conocen en la intimidad, que sus sucesores siempre cederán ante los patrones y los rituales que les serán impuestos. Las consecuencias son previsibles. Sobrevendrá una generación adicional de incipientes caciques, electa bajo simulación y trampas. Perpetuarán así la tendencia a empeorar las ya intolerables condiciones de quiebra de valores, violencia generalizada, patrimonialismo acentuado, desamparo de las mayorías, estancamiento económico, injusticia en el reparto de la riqueza y cierre de horizontes futuros. La explosiva mezcla que no puede más que desembocar en la formación inevitable de los peores escenarios que alguien pueda imaginar.

En esta tipología pueden situarse casos como los de Oaxaca con su cauda de atropellos a toda dignidad y con el cinismo que aporta, todos los días, un violador de los derechos humanos; Veracruz y su reapendejado candidato que requiere múltiples vejigas para navegar; Puebla y los ya resentidos émulos plagados de truculencias malsanas; Quintana Roo y el trágico sainete de los dirigentes del PRD o; Tamaulipas, con toda la cauda de consecuencias que implica ser una zona liberada para los narconegocios. Todos estos casos forman un rosario inacabable de transas, consignas para ajustar, no sólo el comportamiento de campaña, sino la adopción de planes para el saqueo una vez instalados en las respectivas oficinas de gobierno. En esos lugares se trata de imponer la inercia, de crear putativos, de formar mafias infestadas de traficantes de influencia. Estados donde se castigan y castigarán, hasta la deformidad, la economía local, la infraestructura o los servicios sociales. Lugares donde se degrada la cultura democrática y la moralidad individual para abrir las puertas a sendos grupos criminales. Regiones enteras donde campea la impunidad, la arbitraria vigencia de los caprichos del poderoso y se expulsa a los ciudadanos que no concuerdan o no encuentran cabida en ese insoportable estado de cosas. A todo esto se deberán atener aquellos que esperan el retorno de los que, dicen, saber cómo gobernar. Un destino cargado de morbosa inquietud y ante la cual no hay, por ahora al menos, antídoto eficaz. Tal y como lo hubo en los años previos a la alternancia (2000) que fue traicionada por Fox.

No todos esos casos son iguales, pero sí tienen similitudes que los equiparan en su disolvente capacidad y aportes destructivos de los horizontes a los que aspira buena parte de los mexicanos. Los nuevos retoños de Ulises Ruiz, de Fidel Herrera, E. Hernández o Mario Marín no tienen desperdicio en sus perfiles. Se les escogió por su lealtad, lo cual implica la oscura sociedad en variados aspectos del uso y, sobre todo, del desuso de las atribuciones y responsabilidades. Pero, al mismo tiempo y sin duda, se pensó en su debilidad y dependencia, en su proclividad a obedecer órdenes a trasmano e inclinarse por lo torcido o mal habido. En esos estados, sin embargo, se juegan otras cuestiones que rebasan, por mucho, los afanes de continuismo individual. Son estados con amplios padrones electorales propensos a las mapacherías de todo tipo y eso los hace importantes para las pretensiones priístas de 2012. Más aún, son los urgidos deseos del sistema completo para reproducirse y mantener los ya insostenibles privilegios para unos cuantos. Es por ello que, los dirigentes partidistas nacionales, aliados mediáticos, magistrados obsequiosos, financieros manirrotos y demás malandrines, apoyarán con todo tipo de auxilios y coberturas lo que está sucediendo.

Las esperanzas de una transición hacia una vida democrática han quedado, por ahora, archivadas. La realidad palpitante en estas elecciones, herencia de las de 2006, revela la vuelta al viejo autoritarismo, aunque ya muy degradado y malsano que, ahora, toma la forma de un feudalismo donde los que mangonean instituciones y recursos son émulos de sátrapas demoledores.

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